Capítulo 2 parte 3

Decidí no darle demasiada importancia y me dirigí a la cocina. Comencé a buscar en la alacena las palomitas de maíz. Las encontré en uno de los estantes más altos. Me estiré todo lo que pude para alcanzarlas, pero mis dedos no llegaban ni a la parte baja. Forcejeé un poco más pero me era inútil. Hice un esfuerzo y me subí a la mesada (que se encontraba debajo). Al fin fui capaz de tener la bolsa en mis manos y todo comenzó a girar. ¿Alguna vez has intentado subirte a una mesada de mármol pulido con zapatos de tacón? Bueno, no lo hagas.

Noté que me caería incluso antes de resbalar, cerré los ojos con fuerza y me preparé para el golpe… que nunca llegó a producirse. Me encontraba acurrucada en un par de brazos fuertes, que me resultaron terriblemente acogedores.

-Hey, está bien, ya puedes abrir los ojos-no me había dado cuenta de lo apretados que mis párpados estaban hasta que él pronunció esa frase. Los abrí despacio y lo primero que apareció fue un mentón.

Me incorporé deprisa y giré hasta quedarme frente a frente. Los dos estábamos en el piso. Paul me miraba con una sonrisa de medio lado que -hay que reconocerlo- aceleró mi corazón un tanto.

-¿Te encuentras bien?-preguntó.

-Eh, si..si. Muchas gracias-respondí como si fuera estúpida. Me dio vergüenza, la verdad.

Él se puso de pie y luego me tendió la mano en forma de ayuda. Yo se la tomé, estaba suave y calentita.

-Bien… con respecto a las palomitas… creo que tendremos que pasar. –dijo mirando de reojo.

-¿Pasar? ¿Porqué habríamos de …-entonces miré le suelo y descubrí la bolsa reventada y millares de semillitas cubriendo el parqué de madera. Sonreí y él se contagió. Ambos nos miramos fijamente y estallamos en carcajadas. Desde el living se escuchó alboroto y en menos de lo que podrías decir The Beatles, los demás se asomaban por el umbral, peleándose para descubrir qué era tan gracioso. Por pura suerte –y algún que otro empujón- John salió expulsado hacia adelante, chocó contra nosotros y volvimos de nuevo al suelo. Empezaba a dolerme el estómago de tanta risa.

Entre los tres logramos pararnos y nos dirigimos hacia el living otra vez. Allí nos acomodamos y comenzamos a votar por una película. No estoy muy segura de si fue accidental, pero Paul y yo terminamos uno junto al otro en el medio del sillón. Algo apretados, la verdad. John estaba a mi derecha y Brian a la izquierda de Paul. Ringo en un puf y a George le había prestado mi sillón porque me parecía francamente adorable, además no tendría que preocuparme porque él lo manchara o rompiera.

Al final nos decidimos por una comedia cualquiera y nos pasamos el rato con más risas. Yo sentía que las comisuras de los labios me dolían como no lo habían hecho en mucho tiempo. Estos chicos eran geniales.

En algún momento de la película Paul me hizo notar lo linda que me veía mirando la tele… me limité a sonreír.

Cuando terminó el film, nos levantamos para despedirnos. John tuvo la delicadeza de obligarlos a ordenar todo antes de irse. Creo que Ringo dejó el lugar mucho más limpio de lo que estaba. En fin… los conduje hasta el recibidor y me despedí de cada uno con un beso en la mejilla. No tenía muchas ganas de que se fueran, la verdad. Afuera los paparazis esperaban con sus cámaras. Detestaba quedarme sola.

-Menos mal que dijiste “departamento”-comentó John, haciendo burla de mi tono.

-Lo es. –respondí algo confundida.

-Una casa de dos pisos no es considerada nunca un departamento, Kane. –me sonrió. Yo me sonrojé un poco. Estaba acostumbrada a decirle departamento, me dio algo de vergüenza ser una niña tan mimada.

Entonces, John me abrazó como hace mucho que no lo hacía. Me tomó tan por sorpresa que por poco se me escapaban las lágrimas.

-Yo sé que la extrañas, tienes que ser fuerte. –susurró contra mi oído, refiriéndose a mi madre.

No pude evitar que una lágrima resbalara por mi mejilla. Nos separamos y mi amigo la limpió con su dedo.

-Te quiero mucho, Lennon-le dije.

-Yo también fea, digo, Angie-Hacía tantos años que nadie me llamaba así…

La puerta se cerró y yo me di la vuelta. Subí rápido las escaleras y me fui directa al baño. Entonces me tomé el tiempo de mirarme en al espejo. El maquillaje del ojo izquierdo estaba corrido, y tenía los ojos rojos. Acerqué mi dedo y me quité el lente de contacto marrón, hice lo mismo con el otro. Abrí la canilla y me lavé el rostro. Luego tomé un poco de algodón y me apliqué la crema de limpieza. Antes despegué un lunar falso que tenía cerca de la nariz, era la marca de Miranda Kane. Pasé las manos por mi cabello lacio, rubio y largo. Sentí los nudos de las extensiones. Tomé una liga y me até el pelo en una coleta alta. Volví a mirar el espejo. Esa era Angie Smith... pero el mundo jamás podría verla.

Más gotas de agua salada resbalaron de mis ojos. Golpeé fuerte el lavabo de mármol con la mano hecha un puño, en un ataque de impotencia. Después largué un suspiro y me calmé un poco. Luego me metí a la ducha y estuve allí hasta que mis dedos se hicieron pasas. Tomé una toalla y me sequé el cuerpo. Me puse un piyama y salí del baño para meterme directo  dentro de la cama gigante de dos plazas que yacía en mi habitación.  A mi lado, en la mesita de luz, tenía un retrato de mi madre y yo cuando gané mi primer premio de actuación… allí también era Miranda. Pasé la mirada por las demás fotografías que adornaban mi cuarto y descubrí con terror que no tenía ni una sola de Angie Smith. Cerré con fuerza los párpados. Mejor sería dormir, mañana tenía una entrevista muy temprano...