viernes, 22 de junio de 2012

Capítulo 48 (parte 2/3)


(Aclaración: de ahora en más, todos los capítulos van a ser en el futuro, por razones obvias)

Londres. Angela.

Jamás había llorado tanto en toda mi vida. Sentía que me quedaba seca, sin lágrimas. Ya no sabía para qué lado seguir o cuál era el camino correcto, pero tampoco me importaba.
Mentir está mal; eso es algo que me vi obligada a aprender por las malas.
 Al principio es como quitarte un peso de encima; solucionas las cosas sin tener que pasar por malas experiencias, de un modo fácil. No obstante, a la larga, se convierte en tu pesadilla personal.
¿Por qué había tenido que crear todo este ambiente a mí alrededor? ¿Había sido siempre tan egoísta? Lastimando a las personas que más amaba solo para sentirme bien… y así me ha ido. Paul me odia, John me odia, incluso yo me odio a mí misma. ¿Cómo he podido ser tan estúpida? Creer que conseguiría ser feliz mintiéndole… a él y a todos. Era cuestión de tiempo hasta que mi castillo de sueños se derribara; había resultado más débil que un par de naipes apilados unos sobre otros.
Solo un soplo. Una confusión. Un mal entendido.
Imaginar que al fin podríamos ser capaces de tener algo juntos, algo que no se basara en mis mentiras. Pero si jamás le había dicho que yo era Miranda… ¿No era acaso seguir mintiéndole?
Estiré las piernas por sobre la mesada de mármol, donde me hallaba sentada. Siempre me subía a ese lugar cuando necesitaba pensar. Todas las luces del departamento estaban apagadas. Solo podía avistar los contornos de los muebles gracias a la pálida luz que venía de la computadora, encendida sobre la pequeña mesa ratona. Una página estaba abierta en la pantalla, era el link de una canción de Bob Dylan, Blowin in the wind, para ser exacta.
Cada vez que terminaba, volvía a empezar, y yo arrugaba entre mis dedos una copia impresa de la letra. Mientras, la cantaba sólo moviendo los labios, pues me la sabía de memoria.  
Hace mucho que no tenía una crisis de éstas. Eran muy frecuentes cuando regresé a ser Angie, pero habían disminuido casi hasta desaparecer. De hecho, esa fue la razón por la que Sofi me llevó aquel día al bar.
¿Recuerdan la vida perfecta y normal que había imaginado? Así se quedó, como un sueño, un ideal. En cuanto puse un pie en Londres, me derrumbé completamente. Extrañaba a Paul, a los chicos, a Mary. Por largo tiempo se habló de mi muerte y la tristeza que había desatado. 
Comencé la universidad,  pues con algo debía distraerme. Allí practicaba mi acento británico. Conocí algunas personas, pero a las únicas que en realidad veía eran papá y Sofi. A esta última no tan seguido;  me costaba horrores no pensar en los chicos cuando nos juntábamos.
Los meses pasaron lentos, y poco a poco fui sintiéndome algo mejor, mas era una máscara, me limitaba a actuar mi vida “perfecta”. Logré hacerme amiga de Candy, ella casi no formulaba preguntas sobre mi pasado. Gracias a eso, pasábamos bastante tiempo haciéndonos compañía.
Sofi llegó una noche y me encontró casi igual que ahora. Sola y hundida en la oscuridad. Hacía solo un par de horas, había tomado un taxi, y el destino  nos había vuelto a reunir. “Me importa un comino si no quieres venir, -había dicho- tú y yo saldremos esta noche. Si Paul es lo que necesitas para ser feliz, a Paul tendrás”.  Sonreí al recordar eso, era la pura verdad.
 El timbre sonó de pronto. Me bajé de la mesada y me acerqué hasta el portero, preguntándome por qué Sofi no había pasado directamente, siendo que tenía una llave. De pasada, prendí la luz. El corazón se me paralizó al escuchar la voz del otro lado. Era él.
Las dudas comenzaron a agolparse en mi interior. Estaba segura, por los ojos de John, que me había descubierto. Daba por sentado que Paul lo sabía y que me odiaba, pero existía una mínima posibilidad, una pequeña esperanza de que continuara ajeno a la verdad. Oprimí el botón automático, y escuché como se abría la puerta de entrada.

-Tienes dos segundos. –me exigió. –adiós a la posibilidad-
Sus cabello estaba algo desordenado por el viento, y ni siquiera se había quitado el jersey gris que traía puesto, a modo de abrigo. Por primera vez en mi vida, me sentía incapaz de mirarlo a los ojos. Ya no… ya no podía hundirme en ellos como antes. No sabía qué decir. Paul soltó una risa forzada.
-No sé qué estoy haciendo aquí. –comentó. Su tono era cruel y algo superficial. – Si ni siquiera sé cómo te llamas.  
-Angela -contesté en seguida. – Mi nombre real es Angela. – Paul apretó los dientes. Supuso que porque era la primera vez que me oía decir algo en mi tono normal, sin alterar mi acento estadounidense.
-Realmente eres ella. –dijo tras un largo e incómodo silencio. No sé por qué, pero esas palabras me hicieron levantar la vista. Sus ojos se hallaban cristalizados y se mordía tan fuerte los labios para no llorar, que el mentón le temblaba. Casi escuché quebrarse mi corazón.–Todo este tiempo pensando, asimilando tu muerte y aquí estás, jugando conmigo. –sentenció.
Se me abrieron los ojos de la impresión  y solté un pequeño ruido. Él no podía pensar eso de mí, ¿Verdad?
-No Paul. No es así. Jamás quise “jugar” contigo.
-¡¿Entonces qué es?! –gritó de pronto, tomándome por sorpresa. – Tal vez hubiera entendido si me hubieras contado todo desde el primer momento en ese estúpido taxi. ¡¿Para qué desperdiciar meses en esto?! ¡John! ¡Él me lo dijo! ¿Tú lo hubieras hecho alguna vez?
Su pregunta me pilló desprevenida. Verlo sufrir así me destrozaba por dentro.
-Yo…
-Gracias. –Expresó en un susurro amargo- Acabas de dejarme bien en claro que no te importo. – comenzó a voltearse para irse y, de milagro, mi cuerpo reaccionó en ese momento. 
-¡Lo siento! –le dije, tomándolo del brazo y obligándolo a quedarse.-No estaba pensando, de repente la oportunidad de tenerte otra vez llegó hasta mí, y no pude desaprovecharla.–Paul se quedó en silencio. No tenía idea de cómo reaccionaría ante mis palabras. Por las dudas, continué hablando. –Detestaba a Miranda Kane cuando te conocí. –comencé desesperada. – Me odiaba a mí misma. Mi madre… ella falleció por  un paro cardíaco, a causa de un pico de estrés. Yo  tuve la culpa, yo y mi maldita carrera, mi imagen. Desde entonces solo quise volver a ser Angela, la niña morena de cabello corto y ojos claros. –Nuestras miradas se alineaban perfectamente, las respiraciones parecían una sola –Pero después llegaste tú, tu picardía, tu forma inusual de volverme loca. –me atreví a sonreír recordando esos viejos tiempos.- Sentí que podría llegar a mejorar si se quedaban a mi lado. No obstante, eso era imposible teniendo en cuenta que su trayectoria apenas comenzaba. Y se fueron, Paul. – el tragó saliva en ese momento. – Sofi ya no me era suficiente. Tal vez nadie lo notó porque sé cómo actuar, pero solo era feliz cuando hablábamos o nos veíamos en internet.
-¿Entonces por qué lo hiciste? – susurró él, apenado.
-Para protegerte. –respondí, segura de que me comprendería y podríamos avanzar.  
-¿A mí? ¿Estás loca? –Cuestionó y se soltó de mi brazoYo me horroricé- Me mataste en cuento fingiste tu muerte.–Dolida, intenté hacer caso omiso de la última oración.
-Te golpearon. –Continué. – Por mi culpa. Estuve a punto de perderte irrecuperablemente. Si ese fanático loco hubiera tenido un revolver en vez de una piedra… Paul yo… -me asfixiaba, las palabras ya no querían salir. Pensar en eso abría un corte muy profundo que no había sanado todavía.  
-Pero no morí. –dijo negando con la cabeza. – Creí que pasaríamos eso juntos. Cuando fuiste a mi casa esas dos semanas, me sentí completo. –me miró con los ojos nuevamente cristalizados y algo se partió en su interior. – Te fuiste. En vez de afrontar las cosas y pedir ayuda, preferiste huir de los problemas. ¡Me hiciste creer que estabas muerta! –reclamó. - ¿No era ese tu más grande temor?
-Paul…

Capítulo 48 (parte 1/3)


Londres. Narrador omnisciente.

Tenía el entrecejo fruncido y un mal presentimiento le recorría el cuerpo. Ya había llamado a Chio y alertado a los demás. Bueno, George no había contestado el teléfono, cosa que solo hacía cuando se encontraba con Marianne. De igual manera, tenía que aclarar esto con todos.
La cabeza le daba vueltas mientras conducía su auto hasta el departamento de Ringo, donde se reunirían. ¿Cómo decirles que su Randi seguía viva? La felicidad invadía a John cuando ese pensamiento cruzaba su mente. Sentía que el cielo le había regalado una segunda oportunidad. Desconocía por completo el por qué de los hechos, solo pensar en que ella estaba saliendo con Paul otra vez, le producía jaqueca.  ¿Realmente era posible? Pero allí residía el problema. Paul. Su otro mejor amigo.
El muchacho había puesto una máscara indescifrable sobre su rostro y se había largado del edificio a penas Paul le comunico que Miranda todavía vivía. Que ella y Angela eran la misma persona. Y mencionándolo, ¿Debía contarles eso a los demás? ¿El secreto mejor guardado? Ni siquiera Chio, su amadísima novia, lo sabía.
De pronto la imagen de una persona cruzó su mente. Sofia. Esa simpática muchacha castaña que iluminaba los días de su amigo narigón. Ella tenía que estar al tanto. Sería imposible que no se hubiese dado cuenta. ¿Verdad? Pero no la conocía. ¿O si?
Chio había dicho que se la habían presentado cuando pasó una temporada con sus tíos en la última gira nacional. ¿A caso no alcanzaron Ringo y Paul a Sofi? ¿No iba ella a quedarse en la casa de una “amiga”? ¿Sería esa amiga, Angie? Y si eso fuera cierto… ¿Desde cuándo poseía una propiedad en esa zona? Si Sofi lo sabía… ¿Por qué diablos no le había dicho nada, siendo él su mejor amigo? ¿Y Paul? Le había mentido acerca del apellido. Chio había apoyado ese verso una vez. ¿Con qué objetivo?
El castaño clavó los pies en el freno de golpe, estuvo a punto de pasarse un semáforo en rojo. Demasiadas preguntas en su cabeza. Mejor sería concentrase en el camino y machacarse el cerebro después, cuando pudiera obtener algunas respuestas. 

Media hora más tarde, se encontraba tocando el timbre del departamento de Ringo, quien ahora vivía en el edificio más acogedor de todo Londres. Deseó que se diera prisa, ya que unas chicas lo miraban muy fijamente desde la acera contraria. No se había puesto nada que tuviera la marca de ''John Lennon''; usaba gorro y lentes; pero para él, las fans poseían alguna especie de ojo biónico. Lo único que le faltaba sería tener que salir corriendo.
Afortunadamente, un señor vestido con un traje color vino, se la acercó y le abrió la puerta desde el interior. 
-Bienvenido, el señor Starkey lo espera en su piso, es el número quince.  
John elevó una pequeña sonrisa y asintió. A paso ligero se encaminó hacia el elevador pensando en lo exagerado que Ringo podía ser. ¡Mira que tener un todo piso para ti solo! El castaño negó con la cabeza mientras sonreía divertido, y las puertas de metal se cerraron.  
Apenas puso un pie en el departamento, divisó las cabezas de sus amigos. Se acercó hasta ellos y enseguida notó que algo no era lo usual. Pasó su mirada por todos los presentes, que se encontraban reunidos cerca del ventanal, en los asientos que rodeaban al televisor. –sí, Richard era un fanático de la televisión, en especial esos programas de viejas chusmas, y había colocado uno delante de la pared vidriada que dominaba la habitación- Ahí estaban él y Sofi, sentados juntos en un sillón, tomados de la mano; Chio, tan hermosa como siempre, instalada en un puff color violeta; se sorprendió de ver que Debbie se hallaba allí, aunque no era eso lo distinto, le agradaba. Bob! El estadounidense lo observaba con el entrecejo fruncido desde una silla, junto al sofá, con una bella muchacha sentada sobre sus piernas… ¡Eso era! ¿De quién se trataba?  No parecía el tipo de Bob… es decir, sí, estaba buena, pero por lo general el chico se quedaba con quienes no pensaban mucho, por no decir otra cosa, algo contradictorio, siendo él una de las mentes más brillantes. ¿Qué hacía entonces con semejante muchacha?
-Se llama Candy. –le comunicó su amigo leyendo sus pensamientos y tomándolo por sorpresa, John no había notado lo tildado que se había quedado. En seguida sus mejillas se tiñeron con un leve rubor.
-Lo siento.–Murmuró.–Un placer, soy John. –agregó acercándose a ella y tendiéndole una mano que la muchacha aceptó con mucho gusto.
Luego levantó la mano para saludar a todos en general. Se acercó a Chio, depositó un beso en sus labios y se quedó sentado en el apoyabrazos del sillón en el que se encontraban los otros tres.
-¡Debbie! –Exclamó como si no la hubiera visto al entrar-¿Qué tal tus cosas?–se interesó.
-¡Genial! –respondió alegremente la interpelada. –Roger y yo hemos venido de visita, llegamos esta misma mañana.
-¿Roger y tú? –se extrañó, él no sabía que la hermana pequeña de Georgie tuviera novio.
Es más, luego de una milésima de segundo recordó haber oído algo sobre eso. Roger Daltrey, un hermoso Londiense, saliendo con la hermana menor de uno de sus mejores amigos. Si, algo de instinto de hermano mayor le surgía desde su interior.
-Sí, Zanahorio.–John sonrió, hace bastante que nadie lo llamaba de ese modo.-¡Hace meses que estamos juntos! –aclaró, orgullosa. Ahora que lo mencionaba, tal vez si había oído algo al respecto. – En fin, -continuó hablando la menor de los Harrison- George me pidió que viniera en su representación.
-¿A si? – se sorprendió Sofi.
-No sé por qué te extraña, mi amor, -le respondió su novio, que hasta el momento había estado concentrado mirando a su chica. (Por ello es que solo se integró después de que Sofi hablara).–Todos sabemos lo educado que es George.
-Tienes razón…- logró decir Sofia, que a los ojos de John se hallaba más distraída y preocupada de lo normal.–No sé qué es lo que pasa hoy conmigo.
-En realidad, -continuó hablando la castaña  para distraer la atención que había caído sobre Sofi, pues se dio cuenta de que su amiga se encontraba bastante incómoda.–Me rogo que viniera porque “si a un mensaje de John le faltan insultos, palabras alargadas, o besos y abrazos; debe ser grave”
La carcajada fue general luego de que Debbie terminara con su imitación.
-Yo no los escribo así. –se quejó John, incluso sabiendo que era verdad.
-Sí lo haces. –contradijo Bob. El castaño buscó ayuda con la mirada, pero todos parecían concordar. Por último se fijo en Chio.
-Perdona.- dijo ella arrugando las cejas y apretando los dientes. –si te sirve de algo, a mi me fascinan. –agregó después, tomando su mano y haciéndole caricias con los dedos. Él sonrió y se agachó para besarla otra vez.
-Bueno, ya.–terció Dylan.–eso pueden hacerlo en privado todo lo que quieran.–Ringo soltó una risotada y las mejillas de Chio se pusieron al rojo vivo. -¿De qué querías hablarnos, John?
-Yo…
Comenzó, pero las palabras se le atragantaron. ¿Por dónde empezaría? ¿Por el principio de todo? No, sería demasiado largo y complicado. Cerró los ojos y pensó por unos segundos. ¡Paul! Por ahí debía arrancar. Se aclaró un poco la garganta.
-Está bien, no les pedí que vinieran solo porque sí, o con el propósito de ver sus dulces rostros. –ironizó. Ninguno de los presentes se mostro índice de gracia. <Debes calmarte, John> se dijo a sí mismo. Estaba sonando grosero. Tomó algo de aire y prosiguió.–Iré directo al grano.– soltó la mano que seguía unida a la de su novia y pasó ambas por las parte delantera de sus jeans, para quitarse la transpiración.–Paul me preocupa.
-¿Se encuentra bien? –preguntó Candy. John la miró mal. ¿Y ella qué con su mejor amigo?
-¿Le ha pasado algo? –se interesó Ringo.
-¡No! –volvió a tomar aire.–Lo siento, no es eso. O sí… no lo sé. Tiene que ver con esta chica, con la que sale.
-¿Angie?
-¿Se puede saber quién eres? –casi le espetó a Candy, irritado porque no cesaba de interrumpirlo.
-Cálmate, John. – le avisó Bob por sobre el hombro de la chica. Si bien su tono había sido el usual, su mirada era dura y fría. – Ella es mi novia. –anunció. –De hecho, la conocí porque Paul me llevó a cenar a lo de Angie.
Johny se quedó estupefacto. ¿Bob… con novia? ¿De veras? De repente lo único que podía pensar era en la vuelta de ciento ochenta grados que había dado su mundo. Paul había logrado superar a Miranda y pedirle a otra chica que fuera su novia. Ella había resultado ser su mejor amiga, la que creía muerta. Y ahora Bob, el eterno misterioso cantante de folk estaba enamorado. Un gran respeto hacia Candy se instaló en su interior.
-Esperen. –pidió Debbir, quien se encontraba realmente confundida. - ¿Y Angie es...?
¿Lo diría? ¿Se atrevería a hacerlo?

lunes, 18 de junio de 2012

Capítulo 47

Un año y medio en el futuro, Londres.

La llevaba de la mano, mientras ella retorcía los dedos a fin de librarse de los míos. Ambos reíamos a carcajadas. Ella forcejeaba hacia atrás y yo para adelante. 
-¡Paul! –chilló entre risas- ¿Dónde me llevas?
-Es una sorpresa, Angie. No seas tan impaciente.–La regañé incapaz de bajar las comisuras de mis labios.
-¡Hace más de media hora que me tienes vendada!- replicó buscándome a ciegas para darme un dulce beso.
Al segundo acorté la distancia, tomándola por la cintura. Me resultaba extraño besarla teniendo ella una venda en los ojos. Le quedaba chistosa, su flequillo llegaba al límite de la tela y hacía resaltar sus pómulos. Me separé, notando complacido que ella esperaba más.
-Vamos, o de lo contrario te perderás la sorpresa.
Volví a tomarla de la mano. Ya era viernes, estábamos en el vestíbulo de mi edificio y el reloj marcaba las cinco de la tarde. Extrañamente, hacía un día soleado en Londres, y el buen clima llevaba mucho tiempo vigente. Los rayos naranjas entraban por los ventanales e iluminaban todo el hall.
Una vez más sentí su forcejeo. Angela me había advertido que detestaba las sorpresas. No obstante, a mí me encantaba dárselas. Caminamos unos metros más al fin logré meternos en el ascensor. La venida de su casa a la mía había consistido una gran hazaña. No sé cómo logré que nadie nos viera.
Ella se abrazó a mi espalda, sobresaltada por el movimiento.
-Shh, tranquila. –la calmé. Luego me di la vuelta para quedar enfrentados.
Tomé su rostro entre mis manos y me acerqué lentamente. Me resultaba irreal lo mucho que la quería en tan poco tiempo. Cada día se agrandaba en mí esa sensación de que ya nos conocíamos, de que éramos perfectos el uno para el otro.
Sentí que sonreía en medio del beso. Que lo hiciera me enloquecía. Pasé las manos a su cintura y ella me rodeó el cuello con los brazos, eso hizo que nuestros cuerpos se pegaran. Pero justo en el momento en que más lo disfrutaba, Angie se quedó rígida. Dejó de juguetear con mis rizos y llevó las manos hasta posarlas sobre las mías. Desentrelazó mis dedos de la parte baja de su espalda y los colocó a ambos lados de mi cuerpo, sin que la toque.
-No hasta que saques este pañuelo de mi cara. -  declaró dando un paso atrás y cruzándose de brazos. Sonrió con suficiencia.
No era justo, ella sabía que sus besos formaban parte de mis únicas flaquezas.
Gracias al cielo, no tuve que preocuparme demasiado, pues entonces se oyó un pitido y las puertas de metal se abrieron nuevamente. Comprobé lo obvio: sexto piso. Tomé a Angie de la mano y la ayudé a salir.
-¡Por favor! ¡Quítamela! – rogó. Me obligué a mi mismo a no prestarle atención. No podía sucumbir ahora que estaba tan cerca.
Saqué la llave y la introduje en la cerradura. La puerta cedió al instante. Un aire abrasador y hogareño nos recibió. Era agradable, si bien había sol y casi estábamos en primavera, todavía hacía frío.
Nos metimos juntos en mi hogar, yo por delante. Atravesamos el pequeño pasillo en completo silencio.
Al fin llegamos al living. Todo estaba iluminado por el tenue fulgor de muchas velas. En la mesita ratona descansaba una botella de champaña, junto a dos copas largas de cristal. El lugar se encontraba limpio y ordenado, y un delicioso perfume flotaba en el aire.
-¡Paul!–insistió ella en susurros.-Exijo saber dónde estamos. – yo solo sonreí.
-Espera aquí. –dije dejándola parada en el centro de la habitación y dándole un rápido beso en la mejilla.
Me acerqué al reproductor, al lado habían dejado tres discos. ¡Olivia era increíble! Le había estado rogando que me ayudara con la decoración desde la cena en lo de Angie. Mi hermana se había pasado. ¡Incluso tenía música a elección!
Tomé uno de los primeros y lo puse a funcionar. La calida e hipnotizante voz de Frank Sinatra comenzó a sonar. Me fui como una flecha hasta el sillón y recogí la rosa roja que había dejado allí antes de salir.
Caminé en dirección a Angie y me coloqué tras ella. Desaté la venda y esta calló despacio hasta postrarse en el suelo. Fui capaz de oír la débil exclamación de asombro que salió de sus labios.
-Just the way you look, tonight. –canté en su oído a tono con la melodía.
Sentí cómo se estremecía de pies a cabeza. Tomé una de sus manos y le di una vuelta hasta que quedamos frente a frente. Miles de llamitas se reflejaban en sus ojos, que miraban fijamente los míos.  Le entregué la rosa y ella la sujetó con una mueca de encanto y asombro, que luego se convirtió en sonrisa. 
Quería congelar el tiempo en ese preciso momento. Angela llevaba ropa cotidiana. Algo tan simple como calzas y un suéter de lana con zapatillas en los pies. El cabello algo desordenado. No tenía maquillaje y, sin embargo, su expresión era mil veces más hermosa. En sus ojos claros brillaba la alegría y también se notaba en su sonrisa radiante. Sostenía con delicadeza la rosa roja. Me encontraba sobrepasado de emociones. La música llenaba el lugar creando un fondo encantador…
No sé cuánto tiempo permanecimos así, pero ella fue la primera en hablar.
-Es hermoso. –declaró, y noté que su voz temblaba y sus ojos comenzaban a cristalizarse.
-Angie -empecé, sujetando una de sus manos. Era ahora o nunca McCartney, completa la sorpresa.–¿Te gustaría ser mi novia?  

Después, todo pasó muy rápido.
La muchacha se quedó rígida al tiempo que una puerta se abría a mis espaldas. Contemplé confundido cómo el terror se apoderaba de sus magníficos ojos. Me di la vuelta para descubrir qué podía ser tan espantoso.
John.
De pie en el umbral que conducía a los dormitorios se encontraba mi mejor amigo. Concentré mi atención en su mirada, y me extraño sobremanera que su expresión fuera casi idéntica a la de Angie. Parecía que observaba un fantasma.   
-¡Qué tonto! – exclamé, en parte para romper la extraña tención que allí se había creado.-Olvidé presentarlos. Angie, él es John, compañero de banda y casi hermano; John, ella es Angela.
A continuación la chica recuperó movilidad y se acercó presurosa a la salida. Tenía el semblante más indescifrable que hubiera visto jamás.
-Lo siento, Paul.– Dijo mientras comenzaba a abrir la puerta para- al parecer- largarse de allí.–Nunca debí haber venido.–agregó al final, lo suficientemente alto como para que pudiera oírlo.
John reaccionó incluso antes que yo. Así como estaba -Tenía puestos unos jeans y una camiseta. Como llevaba el cabello mojado y los pies descalzos, supuse que acababa de ducharse- corrió tras ella, pero para cuando alcanzamos el corredor, los últimos cabellos oscuros de Angie desaparecían tras las puertas de metal.
El castaño no se dio por vencido y se dirigió como una bala por las escaleras. Yo lo seguí preguntándome qué mierda había pasado. Desde luego que no pintaba nada bien. En mi vida había visto a John tan alterado, ni siquiera en aquellas grises épocas de drogas en The Cavern.  
Bajamos los seis pisos a toda máquina. No me cansé tanto porque estaba acostumbrado a correr de pronto, demasiadas veces perseguido por las fans. Mi amigo miraba agitado a todas partes, girando cada tres segundos con los ojos bien abiertos. Parecía desquiciado. Me acerqué a la portera, que casualmente estaba por allí.
-¿Viste salir a una chica morena con cabello corto? –le pregunté. La mujer asintió con la cabeza.
-Acaba de irse. –me contestó.–la vi tomar un taxi en cuanto puso un pie en la vereda.   
-Gracias. –murmuré y volví con John.
El chico se hallaba parado en medio de la recepción tirando miradas asesinas a diestra y siniestra. También se volteaba y observaba sobre los hombros. Parecía un lunático.
-¡Dime que no me mentiste!–me exigió a los gritos a penas llegué a su lado.
-¿De qué hablas?- Me extrañé, intentando contener mi frustración. La chica que me gustaba había salido corriendo cuando le pregunté si quería ser mi novia, y ahora tenía a mi mejor amigo convertido en un demente. Valla día…
-¡Maldita sea, Paul! ¡Jura que dijiste la verdad!- volvió a vociferar, con pánico en los ojos.   
No le reconocía. John gritaba incluso más fuerte que en las entrevistas, agitaba las manos de forma violenta y temí que fuera a pegarme.  
-¡¿De qué mierda me hablas?! –contesté al fin, pues me di cuenta que no me escucharía de otro modo. Al fin dejó de moverse.
-Young.–susurró.– su nombre es Angela Young.
Me quedé paralizado.Ya había olvidado completamente que jamás le dije a John su verdadero nombre. Negué con la cabeza al tiempo que metía las manos en el bolsillo y miraba mis pies, arrepentido.
-Lo siento, Johny. –comenté.–en verdad se llama...
-Angela Smith. –completó él, quitándome las palabras de la boca.
Levanté la vista atónito, dispuesto a averiguar cómo lo sabía. Pero lo que advertí me dejó sin habla. El castaño se había bajado hasta quedar de rodillas en el piso. Se tapaba el rostro con las manos y sus hombros temblaban inconteniblemente. Me acerqué a él y apoyé mi mano en su espalda.
-John…
Se volvió hacia a mí apenas mis dedos rozaron la tela de su camiseta. Las lágrimas recorrían su rostro, pero su expresión no era seria. Tenía una mueca de alivio y diversión, con una gran sonrisa justo en el centro. Si antes estaba confundido, ahora no entendía nada.
-John… -repetí, observándolo casi con pena. El muchacho largó una fuerte carcajada.
-¡Esta viva, Paul! –gritó. - ¡Viva! – y luego volvió a reír.
-Wow, wow, wow, wow. Espera…- lo frené, preocupado. Parecía haber llegado a una especie de transe feliz, y, considerando que hace dos minutos se encontraba hecho una fiera, me asusté -¿Quién? –consulté.
Mi amigo se paró de un salto y apoyó una mano en mi hombro, mirándome fijo.  
-Miranda Kane. –pronunció con tono jovial.
Yo me sentí desfallecer. 




Ohhhhhhhh pobre Paul! AKJSFHSAJF No se olviden de comentar gentee. Tenía pensado subir este capítulo después, para dar más suspenso, pero no me aguanté-

domingo, 17 de junio de 2012

Capítulo 46


Presente, Londres.

Ya casi se había cumplido una semana desde que Paul había vuelto a la casa que compartían con John. Yo me sentía como pececito dentro del agua conviviendo con ellos dos. Los medios y la prensa se estaban dando un festín con mi estadía, pero no me importaba, porque serían los últimos días que pasaríamos juntos. Si una cosa le agradecía a Miranda Kane, era lo buena actriz que era. De este modo, ninguno se daba verdadera cuenta de lo mal que a veces me sentía.
Cada tanto, Johny lograba descubrirme, pero yo lo atribuía a que me sentía culpable por el estado de Paul –cosa que en parte era cierta- y el castaño me consolaba y pasaba rápidamente a otro tema, sin sospechar.
Los chicos también venían muy a menudo, solo que no todos juntos porque el bajista no podía soportar tanta adrenalina. Como es de esperar, él no quería saber nada al respecto; decía que, como “deseo de enfermo”, los tendríamos que dejar entrar. Y aquí es donde se preguntan… ¿Por qué tendríamos? La respuesta es simple: Anne y yo. Si había algo en que las dos coincidíamos completamente, era en que la salud y seguridad de Paul estaban antes de  sus caprichos. Con respecto a mi suposición de odio, creo que está bien fundada; al menos no me dirigió la palabra en seis días. Supongo que al menos ella no sufriría cuando Miranda ya no estuviera.
-Despierta,  dormilón. –dije ingresando a la habitación de Paul y corriendo las cortinas de su ventana para que el sol invernal lo bañara todo.
-Apágala, por favor. –rogó con su voz más ronca de lo habitual. Sonreí ante el pedido; era obvio que no podía apagar esa luz. Paul se encontraba con la cara ladeada en la almohada, de tal forma que los rayos de sol le daban directo en los ojos. Frunció los párpados y arrugó la nariz, pero luego volvió a quedarse quieto. Vaya que tenía el sueño pesado.
Me acerqué sigilosa para sacudirlo un poco de cerca, mi mirada se pasó por su cabeza y lo que vi me obligó a anclarme en el lugar. Por lo general, debido al peinado de Paul, su cicatriz no era apreciable; sin embargo, después de haber dormido y con el cabello desordenado… le faltaba un mechón del lado derecho. En ese espacio podía verse sin complicaciones una fina línea surcada de segmentos diminutos –los puntos- atravesar su cuero cabelludo. <<Esto es tu culpa…>> volvía a recriminarme por enésima vez.  
Luego necesité de varias inhalaciones y expiraciones profundas para recuperarme, pero al final logré hacerlo. Continué avanzando sin hacer demasiado ruido. Ese día llevaba ballerinas, por lo que no tenían tacón. Me incliné y cuidadosamente tapé la herida con su propio cabello. Después bajé mis dedos hasta rozar con delicadeza su mejilla y planté un beso en sus labios.
Igual que el primer día, mientras dormíamos, Paul abrió sus ojos de inmediato.
-¿Lo ves? –Pronunció, su voz continuaba igual y me resultaba terriblemente sexy- Así me gusta que me despiertes. – yo sonreí soltando una pequeña carcajada. Él se incorporó hasta sentarse y apoyarse en el respaldo de la cama. Estiró los brazos al tiempo que emitía un gran bostezo y se acomodó el pelo. Me echó una mirada llena de cariño. Debo admitir que logró sonrojarme. Bajó sus profundos ojos verdosos hasta mi cuerpo y sus cejas se fruncieron, enseguida su rostro adoptó una mueca de confusión.-¿Qué tienes puesto, Miranda?
Seguí intrigada la dirección de su mirada y sonreí al reconocer lo que me había colocado esa mañana. Por lo general mi estilo era algo más atrevido o moderno. Ya saben, tacos de diez o doce centímetros; las piernas al descubierto, con alguna media fina o calza; remeras ceñidas, vestidos; o simplemente lo que estuviera a la moda. Ese día, por el contrario, llevaba unos jeans azul oscuro y rectos, remera blanca de corte princesa, ballerinas de cuero color suela y una camperita de lana en un rosa pálido. Incluso mi maquillaje era más de niña tierna.
-Oh, es día de visitas. –expliqué. El muchacho me observó sin cambiar su expresión.
-No te sigo. –dijo negando con la cabeza y todavía absorto en el vestuario.-¿Son perlas las que traes como pendientes? –curioseó.
-Sí. –afirmé. - ¿Podrías hacerme el favor  de prestar atención a lo que trato de explicarte? – pregunté sonriendo. La imagen de Paul mirándome así con esa clase de piyamas continuaba causándome mucha gracia. Se sacudió una vez como para poder concentrarse y proseguí.–Tu tía recibió una llamada del doctor autorizándote a salir de la cama.–su rostro se iluminó como el de un niño en Navidad al oír esas palabras- Tranquilo, tigre –le avisé- tu radio de alcance es hasta la cocina. – Su ensueño pareció pincharse un poco en ese momento, pero proseguí hablando- El caso es que… ¡John y yo hemos invitado a nuestras abuelas para que las conozcas! –Terminé exclamando emocionada.
Paul por el contrario, se quedó algo perplejo, supongo que procesando la noticia.
-¡Sí! –gritó por fin. -¡Señoras mayores!
Yo lo miré sin saber qué cara poner, hasta que estallé en carcajadas. Ante el alboroto, nuestro amigo que se había levantado temprano para la ocasión, se asomó por la puerta. De seguro se extraño al verme doblada, riéndome verdaderamente fuerte; asique simplemente se dirigió a Paul.
-¿Y a esta qué? –consultó.
-Pues acabo de festejar porque sus abuelas vienen y reaccionó así. Todavía no sé si me golpeará o me abrazará cuando termine de reírse. –declaró con tono algo preocupado.
Yo me recuperé poco a poco de mi ataque de risa, respirando entrecortadamente y con el rostro colorado. Lo miré a los ojos.
-Mi abuela Rose es de las personas más importantes en mi vida. –declaré muy seria.
-Siéntete afortunado, McCartney.. –acotó Johny a mis espaldas. – Ningún otro chico la ha conocido jamás – rodé los ojos y luego volví a mirar a Paul fijamente.
-Entonces elije tú lo que me pondré para que me vea presentable.–pidió y me regaló la más cálida de las sonrisas.
Me abalancé sobre él y le di un gran abrazo. Paul a su vez me rodeó con los suyos, y, en la primera oportunidad, comenzó a besarme. Creo que en la última semana me había dado todos los besos que me debía por los dos meses que pasamos separados…
-Bueno, tórtolos, yo los dejo. –comentó nuestro amigo en tono alegre, y cerró la puerta tras de sí. 

Dos horas más tarde estábamos todos sentados a la mesa comiendo una rica pasta. Mi abuela Rose, la de John, Julia –al igual que su madre-, Paul, John y yo. La charla versaba sobre las giras y las películas. Acabábamos de abandonar el tema de “repostería”, del cual mi chico sabía mucho gracias al verano en que trabajó en una tienda de tortas. Él y Rose se llevaban de maravilla, verlos conversar era como una bendición para mí. Ningún muchacho la había conocido antes, y estaba segura de que él sería el único al que aprobaría. Solo ensombrecía el cuadro el hecho de que mi madre no estaba allí, y, que, en realidad, ella no había sabido de Paul. 
La tarde pasó espléndida. Creo que fue de los mejores días en mi vida. Ringo y George vinieron para tomar el té, y Brian Epstein cenó con nosotros. A pedido de Paul, entramos dos o tres carteles de las fans que se encontraban fuera en la calle, esperando por ser las primeras personas que su ídolo viera cuando le fuera posible salir. Ellas se hallaban locas por Paul, y viceversa.
En cierto momento, tuve la posibilidad de una conversación a solas con mi abuela, quien estaba enterada de todo el plan. Pareció comprenderme cuando le dije que el único motivo para matar a Miranda era que no permitiría bajo ningún concepto que Paul volviera a resultar herido. Sin embargo, ella me conocía y sabía que tenía un sinfín más de razones, como odiarme a mi misma o sentirme culpable; no obstante, Rose no dijo nada al respecto.


La semana que restaba se fue volando, me pareció más rápida que una exhalación. Paul y yo estuvimos juntos cada segundo de esos días. Cuando le dijeron que ya podía moverse con libertad, salimos a pasear por las calles de Londres, blancas gracias a la primera Gran Nevada. Nos besamos en el London Eye, en el Big Ben, en el Sturbuks, en la calle, en su casa, en su habitación, prácticamente en todos lados. Su mano sostuvo la mía toda la semana. El corazón se me encogía e hinchaba –si es posible- al mismo tiempo cada vez que me dedicaba una sonrisa o me regalaba una frase aduladora. Me dormía entre sus brazos al salir las estrellas y me despertaba en el mismo lugar cuando brillaba el sol. Las cosas parecían perfectas… solo que no durarían. 
El día del vuelo, de la partida, me desperté más temprano. Lloré igual que la noche en que volvió, mirándolo casi con adoración mientras dormía. Paul me había ayudado mucho. No sé qué hubiera sido de mí si no lo hubiera conocido en esa fiesta de presentación de Sonny. –y ya que lo menciono, los chicos me enseñaron a jugar con el chirimbolito ese- si no me hubiera mirado así aquella vez en la playa, si no me hubiera besado por primera vez en la piscina y luego haberse ido, lo que nos obligó a charlar y conocernos bien. Si no hubiéramos encajado tal cual piezas de rompecabezas hace dos semanas, al reencontrarnos. Tal vez Miranda Kane tampoco existiera, inclusive es posible que ni Angie Smith haya sobrevivido a la muerte. Si me hubiera quedado tan sola en Los Ángeles, hasta podría haber llegado al extremo del suicidio. Pero Paul me enseñó a amar. Y siempre le estaría agradecida por ello.
Ahora solo me quedaba esperar que algún día él encontrara a alguien digno de su amor. 

Me fui.
Huí de la manera más terrible. Prometiéndole un futuro y asegurándole que todo estaría bien. Volveríamos a vernos después de Navidad, para pasar el año nuevo. O eso era lo que él creía. El 27 de diciembre mi jet privado despegaría de una plataforma en la ciudad, que no se encontraba en el aeropuerto. Un piloto y una doble serían los únicos pasajeros. Después encontrarían los “resto del avión” flotando en el mar, cuando la realidad era que ambos habrían aterrizado a salvo en una pequeña isla en medio del Océano Atlántico. Así terminaría la corta vida de Miranda Kane, y yo reconstruiría la mía propia. Viviría con mi padre en un pequeño pueblo cerca de Londres e iría a la Universidad. Sería normal y dejaría todo en el pasado.
Las lágrimas volvieron a recorrer mis mejillas. Ni siquiera intentaba limpiármelas porque sabía que enseguida serían reemplazadas por otras nuevas. Cuatro personas conocían el plan. Greg, quien me había ayudado a idearlo; mi abuela, a quien no soportaría hacer creer que me perdería, puesto que ella ya había tenido suficiente con mamá; Monique, mi representante; y Phil, el señor que se encargaba de mi casona a las afueras de la ciudad. 
Sin embargo, quería añadir dos personas más a la lista. Sofi, mi mejor amiga y hermana, y su madre. No podía imaginar una vida nueva si ellas no estuvieran presentes.
La puerta se abrió con una vuelta de la llave y mi amiga entró alegre hablando con su teléfono. Al juzgar por las risas y el brillo risueño de los ojos, era Ringo al otro lado de la línea. Sin embargo, cuando reparó en mí, su boca se abrió con asombro y cortó la llamada. Se agachó hasta ponerse a mi altura. Yo me encontraba sentada en el piso, contra una de las paredes del recibidor de mi casa, con los brazos sobre las rodillas y la cara hundida en ellos. De seguro el maquillaje se me había corrido y tenía los ojos irritadísimos de tanto llorar con los lentes de contacto puestos. Sofia me abrazó y comenzó a acariciarme la espalda, mientras me susurraba cosas buenas al oído.
-¡OhRandi! –se lamentó al comprobar que me costaba un enorme esfuerzo parar.
-No me llames así. –dije débilmente. Y como si me hubieran puesto en modo “encendido” empecé a hablar. 
Le conté todo. Mis preocupaciones, mis dudas, mis inseguridades y mis dolores. Todo lo que el plan conllevaba. En cierto momento ella también comenzó a llorar. Sabía más que nadie lo mucho que odiaba ser Miranda Kane. Al principio intentó convencerme de que tal vez hacer eso no era lo correcto. No obstante, terminó por desistir. Cuando yo tenía una idea en la mente, era  imposible hacerme cambiar de opinión. Asique hizo lo que más necesitaba en el mundo. Me prometió que siempre estaría allí para mí y decidió venirse conmigo a Londres. Le encontraríamos un departamento en la ciudad, y sería capaz de disfrutar con Ringo mientras lidiaba conmigo.
Agradecí al cielo que hubiera puesto tantas buenas personas en mi vida, pero al mismo tiempo me pregunté por qué me las había dado.  
Entre las dos subimos las escaleras y nos dirigimos al baño. Me quité los lentes y el lunar. Sofi me ayudó con el maquillaje. Al final acabé por meterme en la ducha. Cuando terminé, me envolví en una bata y mi amiga tomó mi cabello entre sus manos. Ambos volvimos a romper en llanto. Me lo cortó con unas tijeras de acero  que tenía en el cajón. Con el corazón encogido fui viendo los mechones caer en el piso. Luego me lo secó y por último lo tiñó de marrón oscuro.
Me observé transformada en el espejo. Adiós Mirandabienvenida Angela Smith








Jojooj se las dejé picando eeeeh (?) Creo que el fic está en el momento más chananan. Sepan disculpar las demoras que tuve en subir, es que no pude. Ahora veo si subo otro. Y si no llego... Capítulo dedicado al amor de mi vida Paul McCartney hoy, en su cumpleaños. 70! Todo un pendejo es :')

sábado, 16 de junio de 2012

Capítulo 45

Presente, Londres

El beso fue lento, tierno y suave. La felicidad volvió a embargarme. Él seguía acariciando mi mejilla y yo comencé a juguetear con su cabello. Noté que se estremecía al rosar con particular suavidad un pequeño fragmento de su cuello. Sonreí en medio del beso y por fin nos separamos.
-Si ya han terminado de intercambiar saliva –comenzó una voz a mis espaldas. Paul y yo reímos al mismo tiempo porque sin duda alguna era John.- me gustaría saludar a mi mejor amigo. –finalizó.
Se acercó a nosotros, literalmente me corrió hacia un costado y le dio al bajista un gran abrazo. Aproveché el momento para verificar quiénes estaban allí junto a la puerta. George, Ringo, Brian Epstein y aquella señora que no reconocía. La morena con cara de cansancio.
Me acerqué al baterista ya que John y Paul continuaban hablando de quien sabe qué y poniéndose al día a mis espaldas. Lo saludé con un beso en la mejilla y le mandé saludos de Sofi, cosa que provocó un gran sonrojo. Había hablado con ella el día anterior, contándole básicamente todo lo que me había sucedido. El detalle de que probablemente ya no vería a Miranda Kane preferí guardármelo para más adelante. La cosa es que me rogó le mandara sus saludos a Ringo, así que eso hice.
Continué con Georgie, a quien también regalé un beso en la mejilla y platicamos un poco sobre Mary. Me contó que estaba algo preocupada por mí y yo me hice la nota metal de llamarla más tarde. Después siguió Brian. El hombre me dio un abrazo de bienvenida que no me esperaba. Le sonreí agradecida y, ya que parecíamos tenernos confianza, aproveché a preguntar:
-¿Tienes idea quién es la señora que ha entrado con Paul? –susurré, tampoco quería que ella escuchara, y estaba bastante cerca. Epstein se carcajeó.
-Sí, es Anne. Su tía.
El muchacho volvió a reír ante mi expresión. Supongo que debió de ser bastante cómica, porque me puse estática. Giré despacio, ya que ella había vuelto a tomar el brazo de Paul y se hallaba platicando con los chicos. Me concentré en sus ojos, en las ojeras que había debajo. Imaginé por lo que habría tenido que pasar, de seguro bastante parecido a mi propio sufrimiento. El amor incondicional que debía sentir por él, confirmado por todas las cosas que el mismo Paul me había contado. Imaginar que podría perderlo… de seguro cruzó su mente. Pero había una diferencia muy importante, no era su culpa. Ante una tragedia, las personas tendemos a buscar el responsable del hecho funesto. Muchas veces somos nosotros mismos; ella, sin embargo, tenía a la causante frente a sus ojos… Yo.
Me concentré un poco más y descubrí un segundo sentimiento en su mirada, devoción. La mujer observaba a Paulie como si fuera un ser casi irreal, como si pudiera desaparecer de un segundo al otro. Y entonces comprendí, Anne debía de odiarme.
<<Bienvenida al club>> ironicé para mis adentros. Había llegado a esa conclusión en poco tiempo. Paul se dio la vuelta y volvió a sonreírme. Yo le imité, pero fue un acto reflejo más que otra cosa. Él y su tía se acercaron unos pasos hacia mí, el rostro de Paul se puso todo blanco en un instante y se tambaleó hacia el piso. Gracias a Dios la señora lo tenía bien sujetado, y lo salvó de lo que hubiese sido un feo cardenal. 
-Vamos. A la cama. –ordenó después. El chico y yo intercambiamos una mirada, no quería irse.
-¿Me acompañas? – Preguntó. Observé a John de reojo y este asintió.
-Seguro. –dije, y luego los seguí hacia su habitación.

Una sonrisa involuntaria se formó en mis labios al ver que lo único que hizo fue quitarse la chaqueta y meterse entre las sábanas. No me había dado cuenta de que traía su piyama puesto. Una remera y un pantalón largos de algodón azul oscuro, atravesado de líneas verdes que formaban cuadrados encima, un poco de tipo escocés. –tengo bien presente que debería haberlo notado, pero simplemente no fue así- Su tía lo tapó hasta la pera y le besó la frente.
Yo me encontraba parada en el umbral. La escena era conmovedora y cómica al mismo tiempo. Paul parecía tener 7 años. El muchacho le susurró algo al oído. No podía ver la expresión del rostro de ella, ya que estaba de espaldas. Por lo rígida que se puso, supuse que no le agradó mucho lo que su hijo le comunicaba. No obstante, se incorporó muy derecha y salió de la habitación con gran personalidad.
Lo miré desentendida enarcando una ceja y él soltó una carcajada. Luego levantó las sábanas con su mano izquierda, indicándome que me recostara de ese lado de la cama (doble). Fui por donde me dijo. Me senté en el colchón, desaté los cordones de mis zapatos y me coloqué a su lado, sobre las mantas.
-¡Hey! – me reprochó con una cara de puchero que encontré muy divertida. – Se supone que te metieras bajo las sábanas conmigo.  – continuó, y frunció el seño. Yo solté una carcajada.
-Ni en tus mejores sueños, McCartney. – le contesté, captando en seguida el doble significado de sus palabras. Paul parecía demasiado cansando para pelear, asique terminé ganando.
-Está bien, en ese caso, tendré que conformarme con esto. –decidió y se sentó un en la cama. Me tomó por la cintura y me acercó a él hasta que nuestras frentes se rosaron.
 Volvió a unir nuestros labios. Al principio fue un simple roce, pero luego se volvió mucho más intenso. Me sentía cada vez más necesitada a medida que pasaban los segundos; pero también más desolada. No había calculado que sus besos me agradarían tanto ni por asomo. Fui plenamente consciente de lo mucho que extrañaría a Paul, porque con certeza, al cabo de dos semanas, no volvería a verlo, jamás.
Me apegó más a él, subiendo sus manos desde mi cintura hasta mi espalda. Terminé recostada sobre su cuerpo en la cama, con nuestras ropas y las mantas como única barrera. A penas sí podía pensar con claridad y decidí que debía distraerme con algo antes de cometer un acto estúpido. Me costó muchísimo parar, porque cada segundo que pasaba se volvía más intenso, y, para ser sincera, me resultaba gratificante;  pero al fin lo conseguí. Comencé a las carcajadas cuando él me besaba la mandíbula y descendía por el cuello.
Al principio pensó que me hacía cosquillas, sin embargo, se hizo evidente que era otra cosa la que me causaba gracia. Se separó de mí lo suficiente para observarme extrañado, abrí los ojos (que se me habían cerrado a causa de la risa) y le expliqué.
-Hay una pareja en una cama –comencé con la voz algo temblorosa, señalándonos- se besan apasionadamente – volví a señalarnos y él sonrió. Asintió una vez para demostrarme que me seguía-  y entonces…- solté una carcajada, Paul me miró con desesperación.–¡Notas que el chico tiene puesto un piyama igual al de un niño de siete años!- terminé, y riendo nuevamente gire hacia la izquierda para bajarme de él y simplemente recostarme a su lado.
-Si eso es lo que te molesta puedo quitármelo. – insinuó. Lo miré incrédula y volví a reír. - ¿Qué? – preguntó, pero se contagió de mi.
-Eres increíble. –comenté rodando los ojos, divertida. – dime con sinceridad que no estás cansado y que no se te parte la cabeza del dolor. – reconozco que me costó bastante decir aquello sin que sonara afectada, porque era una fibra muy sensible dentro de mí, pero para algo era actriz, ¿Verdad?
-De acuerdo, lo acepto. ¿Podemos seguir? – Repetí el gesto. Sabía que no lo decía en serio. Bueno, eso creía.
-¡No! –remarqué, con un tono obvio al que Paul hizo un puchero. – tienes que descansar. Vi cómo te tambaleaste hace un rato. Perdiste mucha sangre con esa herida.
Después intenté incorporarme para dejarlo a solas y que pudiera dormir, pero su brazo fuertemente asido a mi cintura me detuvo. Mi espalda y su pecho se encontraban pegados y los dos respirábamos acompasadamente, iguales. (Las sábanas solo le llegaban hasta la cintura) Me soltó brevemente para apagar la luz del velador que nos había estado alumbrando y volvió a abrazarme. Después, nos sumimos en la oscuridad.
Yo no podía dormir. Era demasiado consciente de su mano contra mi abdomen, o de su respiración tranquila y pausada en mi oído. Cuando se movía un poco y su nariz rozaba contra mi cuello, la caricia me provocaba una descarga eléctrica en todo el cuerpo. 
Una lágrima resbaló solitaria y muda por mi rostro, hasta la punta de mi nariz y calló en el edredón, siendo absorbida por él. Ya no era felicidad lo que me embargaba. Se trataba de algo muy difícil de explicar. Sentía añoranza de lo que todavía no había perdido. Miedo del porvenir, pero tampoco era capaz de disfrutar el presente. ¿Cómo lo haría jamás si tenía la cabeza abierta por mi culpa? Incluso podría haber sido peor…
Con algo de esfuerzo, logré girarme hasta que quedamos frente a frente. Ya no me incomodaba la cercanía con Paul. Por el contrario, tenerlo tan cerca me parecía una bendición. Lo contemplé largo rato mientras dormía. Llevaba una sonrisa en su rostro que marcaba sus hoyuelos, y su respiración era pausada y tranquila. Nada parecía perturbarlo.
Me mordí el labio y repasé el plan en mi mente. El avión cayéndose en las aguas, no cuando volviera a Estados Unidos, si no en mi próximo viaje a Londres, “regresando”  luego de Navidad, el 27 de diciembre.   Yo no iría en el jet privado, estaría en Los Ángeles cortándome y tiñéndome el cabello, quitándome los lentes marrones, deshaciéndome del lunar… Compraría un boleto turista para Angela Smith y me quedaría viviendo con mi padre. Él había vendido su casa a las afueras de Londres y en su lugar adquirió una residencia en un pueblo cerca y un departamento en la capital.
Llevaría una vida normal. Concurriría a la Universidad, no tendría mi teléfono colmado de números de personas famosas. Y hablando de ellas… Paul, John, George Ringo, Brian, Mary. No volvería a verlos. Es cierto que me dolería, pero sería para mejor. Paul se merece a alguien mejor que Miranda Kane. Él no sabe lo insegura que es en realidad. No sabe que por su culpa sus padres se separaron y su madre murió de estrés. No conoce cuánto sufre y lo mucho que se odia. Paul casi se muere por su culpa, por mi culpa. Entonces no lo merezco…
Me acerqué con cautela tomando una decisión repentina. Tenía dos semanas con él. Llámenme hipócrita, egoísta e incluso perra, pero las aprovecharía. Si mi objetivo en verdad era que Paul dejara de sufrir, hubiera terminado con él, o intentado alejarme. Pero era humana. Y simplemente no podía hacerlo. Deposité un beso rápido en sus labios.
No quería despertarlo, pero él abrió los ojos de todos modos. Era imposible saber si estaba realmente consciente. Me observaba como si yo fuera la cosa más maravillosa y perfecta del mundo, con la sonrisa aún plantada en su hermoso rostro.
-Te amo. –susurró. Sonreí enternecida y en mi interior se desató una batalla de sensaciones. Culpa, felicidad, ansiedad, culpa…
-También te amo, Paul. –respondí.
Puede que él no conociera a la verdadera Angie Smith, que se encontrara totalmente prendado de la farsa que era Miranda. Sin embargo, en la desesperación y adrenalina que me embargaba por lo que iba a hacer en dos semanas, solo atiné a decirle la verdad. Porque había logrado enamorarme de él.
El castaño volvió a cerrar sus hermosos ojos y continuó durmiendo, jamás sabría con certeza si lo dijo en serio, o si simplemente estaba soñando.