domingo, 17 de junio de 2012

Capítulo 46


Presente, Londres.

Ya casi se había cumplido una semana desde que Paul había vuelto a la casa que compartían con John. Yo me sentía como pececito dentro del agua conviviendo con ellos dos. Los medios y la prensa se estaban dando un festín con mi estadía, pero no me importaba, porque serían los últimos días que pasaríamos juntos. Si una cosa le agradecía a Miranda Kane, era lo buena actriz que era. De este modo, ninguno se daba verdadera cuenta de lo mal que a veces me sentía.
Cada tanto, Johny lograba descubrirme, pero yo lo atribuía a que me sentía culpable por el estado de Paul –cosa que en parte era cierta- y el castaño me consolaba y pasaba rápidamente a otro tema, sin sospechar.
Los chicos también venían muy a menudo, solo que no todos juntos porque el bajista no podía soportar tanta adrenalina. Como es de esperar, él no quería saber nada al respecto; decía que, como “deseo de enfermo”, los tendríamos que dejar entrar. Y aquí es donde se preguntan… ¿Por qué tendríamos? La respuesta es simple: Anne y yo. Si había algo en que las dos coincidíamos completamente, era en que la salud y seguridad de Paul estaban antes de  sus caprichos. Con respecto a mi suposición de odio, creo que está bien fundada; al menos no me dirigió la palabra en seis días. Supongo que al menos ella no sufriría cuando Miranda ya no estuviera.
-Despierta,  dormilón. –dije ingresando a la habitación de Paul y corriendo las cortinas de su ventana para que el sol invernal lo bañara todo.
-Apágala, por favor. –rogó con su voz más ronca de lo habitual. Sonreí ante el pedido; era obvio que no podía apagar esa luz. Paul se encontraba con la cara ladeada en la almohada, de tal forma que los rayos de sol le daban directo en los ojos. Frunció los párpados y arrugó la nariz, pero luego volvió a quedarse quieto. Vaya que tenía el sueño pesado.
Me acerqué sigilosa para sacudirlo un poco de cerca, mi mirada se pasó por su cabeza y lo que vi me obligó a anclarme en el lugar. Por lo general, debido al peinado de Paul, su cicatriz no era apreciable; sin embargo, después de haber dormido y con el cabello desordenado… le faltaba un mechón del lado derecho. En ese espacio podía verse sin complicaciones una fina línea surcada de segmentos diminutos –los puntos- atravesar su cuero cabelludo. <<Esto es tu culpa…>> volvía a recriminarme por enésima vez.  
Luego necesité de varias inhalaciones y expiraciones profundas para recuperarme, pero al final logré hacerlo. Continué avanzando sin hacer demasiado ruido. Ese día llevaba ballerinas, por lo que no tenían tacón. Me incliné y cuidadosamente tapé la herida con su propio cabello. Después bajé mis dedos hasta rozar con delicadeza su mejilla y planté un beso en sus labios.
Igual que el primer día, mientras dormíamos, Paul abrió sus ojos de inmediato.
-¿Lo ves? –Pronunció, su voz continuaba igual y me resultaba terriblemente sexy- Así me gusta que me despiertes. – yo sonreí soltando una pequeña carcajada. Él se incorporó hasta sentarse y apoyarse en el respaldo de la cama. Estiró los brazos al tiempo que emitía un gran bostezo y se acomodó el pelo. Me echó una mirada llena de cariño. Debo admitir que logró sonrojarme. Bajó sus profundos ojos verdosos hasta mi cuerpo y sus cejas se fruncieron, enseguida su rostro adoptó una mueca de confusión.-¿Qué tienes puesto, Miranda?
Seguí intrigada la dirección de su mirada y sonreí al reconocer lo que me había colocado esa mañana. Por lo general mi estilo era algo más atrevido o moderno. Ya saben, tacos de diez o doce centímetros; las piernas al descubierto, con alguna media fina o calza; remeras ceñidas, vestidos; o simplemente lo que estuviera a la moda. Ese día, por el contrario, llevaba unos jeans azul oscuro y rectos, remera blanca de corte princesa, ballerinas de cuero color suela y una camperita de lana en un rosa pálido. Incluso mi maquillaje era más de niña tierna.
-Oh, es día de visitas. –expliqué. El muchacho me observó sin cambiar su expresión.
-No te sigo. –dijo negando con la cabeza y todavía absorto en el vestuario.-¿Son perlas las que traes como pendientes? –curioseó.
-Sí. –afirmé. - ¿Podrías hacerme el favor  de prestar atención a lo que trato de explicarte? – pregunté sonriendo. La imagen de Paul mirándome así con esa clase de piyamas continuaba causándome mucha gracia. Se sacudió una vez como para poder concentrarse y proseguí.–Tu tía recibió una llamada del doctor autorizándote a salir de la cama.–su rostro se iluminó como el de un niño en Navidad al oír esas palabras- Tranquilo, tigre –le avisé- tu radio de alcance es hasta la cocina. – Su ensueño pareció pincharse un poco en ese momento, pero proseguí hablando- El caso es que… ¡John y yo hemos invitado a nuestras abuelas para que las conozcas! –Terminé exclamando emocionada.
Paul por el contrario, se quedó algo perplejo, supongo que procesando la noticia.
-¡Sí! –gritó por fin. -¡Señoras mayores!
Yo lo miré sin saber qué cara poner, hasta que estallé en carcajadas. Ante el alboroto, nuestro amigo que se había levantado temprano para la ocasión, se asomó por la puerta. De seguro se extraño al verme doblada, riéndome verdaderamente fuerte; asique simplemente se dirigió a Paul.
-¿Y a esta qué? –consultó.
-Pues acabo de festejar porque sus abuelas vienen y reaccionó así. Todavía no sé si me golpeará o me abrazará cuando termine de reírse. –declaró con tono algo preocupado.
Yo me recuperé poco a poco de mi ataque de risa, respirando entrecortadamente y con el rostro colorado. Lo miré a los ojos.
-Mi abuela Rose es de las personas más importantes en mi vida. –declaré muy seria.
-Siéntete afortunado, McCartney.. –acotó Johny a mis espaldas. – Ningún otro chico la ha conocido jamás – rodé los ojos y luego volví a mirar a Paul fijamente.
-Entonces elije tú lo que me pondré para que me vea presentable.–pidió y me regaló la más cálida de las sonrisas.
Me abalancé sobre él y le di un gran abrazo. Paul a su vez me rodeó con los suyos, y, en la primera oportunidad, comenzó a besarme. Creo que en la última semana me había dado todos los besos que me debía por los dos meses que pasamos separados…
-Bueno, tórtolos, yo los dejo. –comentó nuestro amigo en tono alegre, y cerró la puerta tras de sí. 

Dos horas más tarde estábamos todos sentados a la mesa comiendo una rica pasta. Mi abuela Rose, la de John, Julia –al igual que su madre-, Paul, John y yo. La charla versaba sobre las giras y las películas. Acabábamos de abandonar el tema de “repostería”, del cual mi chico sabía mucho gracias al verano en que trabajó en una tienda de tortas. Él y Rose se llevaban de maravilla, verlos conversar era como una bendición para mí. Ningún muchacho la había conocido antes, y estaba segura de que él sería el único al que aprobaría. Solo ensombrecía el cuadro el hecho de que mi madre no estaba allí, y, que, en realidad, ella no había sabido de Paul. 
La tarde pasó espléndida. Creo que fue de los mejores días en mi vida. Ringo y George vinieron para tomar el té, y Brian Epstein cenó con nosotros. A pedido de Paul, entramos dos o tres carteles de las fans que se encontraban fuera en la calle, esperando por ser las primeras personas que su ídolo viera cuando le fuera posible salir. Ellas se hallaban locas por Paul, y viceversa.
En cierto momento, tuve la posibilidad de una conversación a solas con mi abuela, quien estaba enterada de todo el plan. Pareció comprenderme cuando le dije que el único motivo para matar a Miranda era que no permitiría bajo ningún concepto que Paul volviera a resultar herido. Sin embargo, ella me conocía y sabía que tenía un sinfín más de razones, como odiarme a mi misma o sentirme culpable; no obstante, Rose no dijo nada al respecto.


La semana que restaba se fue volando, me pareció más rápida que una exhalación. Paul y yo estuvimos juntos cada segundo de esos días. Cuando le dijeron que ya podía moverse con libertad, salimos a pasear por las calles de Londres, blancas gracias a la primera Gran Nevada. Nos besamos en el London Eye, en el Big Ben, en el Sturbuks, en la calle, en su casa, en su habitación, prácticamente en todos lados. Su mano sostuvo la mía toda la semana. El corazón se me encogía e hinchaba –si es posible- al mismo tiempo cada vez que me dedicaba una sonrisa o me regalaba una frase aduladora. Me dormía entre sus brazos al salir las estrellas y me despertaba en el mismo lugar cuando brillaba el sol. Las cosas parecían perfectas… solo que no durarían. 
El día del vuelo, de la partida, me desperté más temprano. Lloré igual que la noche en que volvió, mirándolo casi con adoración mientras dormía. Paul me había ayudado mucho. No sé qué hubiera sido de mí si no lo hubiera conocido en esa fiesta de presentación de Sonny. –y ya que lo menciono, los chicos me enseñaron a jugar con el chirimbolito ese- si no me hubiera mirado así aquella vez en la playa, si no me hubiera besado por primera vez en la piscina y luego haberse ido, lo que nos obligó a charlar y conocernos bien. Si no hubiéramos encajado tal cual piezas de rompecabezas hace dos semanas, al reencontrarnos. Tal vez Miranda Kane tampoco existiera, inclusive es posible que ni Angie Smith haya sobrevivido a la muerte. Si me hubiera quedado tan sola en Los Ángeles, hasta podría haber llegado al extremo del suicidio. Pero Paul me enseñó a amar. Y siempre le estaría agradecida por ello.
Ahora solo me quedaba esperar que algún día él encontrara a alguien digno de su amor. 

Me fui.
Huí de la manera más terrible. Prometiéndole un futuro y asegurándole que todo estaría bien. Volveríamos a vernos después de Navidad, para pasar el año nuevo. O eso era lo que él creía. El 27 de diciembre mi jet privado despegaría de una plataforma en la ciudad, que no se encontraba en el aeropuerto. Un piloto y una doble serían los únicos pasajeros. Después encontrarían los “resto del avión” flotando en el mar, cuando la realidad era que ambos habrían aterrizado a salvo en una pequeña isla en medio del Océano Atlántico. Así terminaría la corta vida de Miranda Kane, y yo reconstruiría la mía propia. Viviría con mi padre en un pequeño pueblo cerca de Londres e iría a la Universidad. Sería normal y dejaría todo en el pasado.
Las lágrimas volvieron a recorrer mis mejillas. Ni siquiera intentaba limpiármelas porque sabía que enseguida serían reemplazadas por otras nuevas. Cuatro personas conocían el plan. Greg, quien me había ayudado a idearlo; mi abuela, a quien no soportaría hacer creer que me perdería, puesto que ella ya había tenido suficiente con mamá; Monique, mi representante; y Phil, el señor que se encargaba de mi casona a las afueras de la ciudad. 
Sin embargo, quería añadir dos personas más a la lista. Sofi, mi mejor amiga y hermana, y su madre. No podía imaginar una vida nueva si ellas no estuvieran presentes.
La puerta se abrió con una vuelta de la llave y mi amiga entró alegre hablando con su teléfono. Al juzgar por las risas y el brillo risueño de los ojos, era Ringo al otro lado de la línea. Sin embargo, cuando reparó en mí, su boca se abrió con asombro y cortó la llamada. Se agachó hasta ponerse a mi altura. Yo me encontraba sentada en el piso, contra una de las paredes del recibidor de mi casa, con los brazos sobre las rodillas y la cara hundida en ellos. De seguro el maquillaje se me había corrido y tenía los ojos irritadísimos de tanto llorar con los lentes de contacto puestos. Sofia me abrazó y comenzó a acariciarme la espalda, mientras me susurraba cosas buenas al oído.
-¡OhRandi! –se lamentó al comprobar que me costaba un enorme esfuerzo parar.
-No me llames así. –dije débilmente. Y como si me hubieran puesto en modo “encendido” empecé a hablar. 
Le conté todo. Mis preocupaciones, mis dudas, mis inseguridades y mis dolores. Todo lo que el plan conllevaba. En cierto momento ella también comenzó a llorar. Sabía más que nadie lo mucho que odiaba ser Miranda Kane. Al principio intentó convencerme de que tal vez hacer eso no era lo correcto. No obstante, terminó por desistir. Cuando yo tenía una idea en la mente, era  imposible hacerme cambiar de opinión. Asique hizo lo que más necesitaba en el mundo. Me prometió que siempre estaría allí para mí y decidió venirse conmigo a Londres. Le encontraríamos un departamento en la ciudad, y sería capaz de disfrutar con Ringo mientras lidiaba conmigo.
Agradecí al cielo que hubiera puesto tantas buenas personas en mi vida, pero al mismo tiempo me pregunté por qué me las había dado.  
Entre las dos subimos las escaleras y nos dirigimos al baño. Me quité los lentes y el lunar. Sofi me ayudó con el maquillaje. Al final acabé por meterme en la ducha. Cuando terminé, me envolví en una bata y mi amiga tomó mi cabello entre sus manos. Ambos volvimos a romper en llanto. Me lo cortó con unas tijeras de acero  que tenía en el cajón. Con el corazón encogido fui viendo los mechones caer en el piso. Luego me lo secó y por último lo tiñó de marrón oscuro.
Me observé transformada en el espejo. Adiós Mirandabienvenida Angela Smith








Jojooj se las dejé picando eeeeh (?) Creo que el fic está en el momento más chananan. Sepan disculpar las demoras que tuve en subir, es que no pude. Ahora veo si subo otro. Y si no llego... Capítulo dedicado al amor de mi vida Paul McCartney hoy, en su cumpleaños. 70! Todo un pendejo es :')

No hay comentarios:

Publicar un comentario