sábado, 22 de diciembre de 2012

Capítulo 62


Angela, Londres.

Así que allí estábamos las tres. Sentadas en la mesa de un café, sofocadas por el repentino calor que se había apoderado de Londres, estrujándonos la mente en el descanso del almuerzo.
-¿Y que tal si te disfrazas de perrito, te mandamos en una caja a donde sea que esté McCartney y ya? –propuso Candy, quien, al oír en plan de la reconciliación, se había entusiasmado muchísimo.  
Un gemido de desaprobación se escapó de mis labios y los de Chio. Para ser sincera, no me acordaba qué número de idea era esa, hacía más de una hora que nos encontrábamos en aquel lugar. Y no habíamos decidido nada aún.
-¿Cómo se supone que eso funcionaría? –consultó la castaña, bostezando.
-Todo el mundo ama los cachorros. –fue la “lógica” respuesta.–Seguro él no se resistirá a una adorable tú vestida de esa forma. 
-¡Siguiente! –dije yo, no me parecía una opción viable.
-Y si en vez de cachorro te disfrazas de Elvis?-Propuso la joven divertida.
-Vamos, Angie. Nada de lo que dijimos te parece bien- me reprendió Chio.
-Lo sé, chicas. Y de verdad lo siento- suspiré- pero es que no logra convencerme, simplemente no cuadra con Paul. 
-Tienes razón-concordó ella- no  estamos pensando como él. Sólo dijimos ideas que  nosotras apreciaríamos.
-Bueno, tendrán que disculparme, pero yo no lo conozco tanto, y creo que todas las propuestas fueron geniales. –acotó la morena.
-Claro, la del perrito fue la más inteligente. –dije yo con sarcasmo. Candy me echó una mira desaprobatoria.
-Ya, no peleen. –nos detuvo Chio.
-Perdón, a veces la maldad me sale de adentro- confesé.
Ambas soltaron una risita.
De pronto, escuché el rington de mi celular. Me incorporé apresuradamente, jamás me acostumbraría a ese sonido. Metí la mano en mi cartera y rebusque en el interior. ¡Por Dios! ¡No podía encontrarlo! Cuando al fin di con él, ya era demasiado tarde.
Lo saqué del bolso y miré la pantalla. Chio y Candy me observaron con curiosidad en sus ojos. Marqué rápidamente el número de Sofi, quien era la autora de la llamada perdida.
-¿Hola? –dije, era extraño que me telefoneara al mediodía, teniendo en cuenta las nueve horas de diferencia. Allá serían… sí, las cinco de la mañana. -¿Sofi? ¿Hola? –insistí.
-¿Angie? –respondió al fin, y me pareció oír su voz teñida con miedo. Enseguida me preocupé.
-¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien?
Las chicas me miraban cada vez más expectantes, Candy se puso a hacer preguntas, pero ya las callé con una expresión un tanto fea, llevándome le dedo índice a los labios.
-Define bien. –contestó la rubia.
-Me estás poniendo nerviosa, por favor, explícame qué te pasa. –exigí. Pero no hubo caso, ella continuó evadiendo el tema principal (y váyase a saber cuál era).  
-¿Te… te gustan los anillos? ¿Recuerdas que una vez me regalaste uno muy hermoso para mi séptimo cumpleaños? Era en realidad muy bonito y aquella vez
-¡Sofia! –la corté, odiaba que se pusiera a parlotear cuando estaba nerviosa. –Haz el favor ¿Qué sucede?
-Pues…
-Si… -la apremié.
-Richard…
-¿Hablaste con él? ¿Qué te dijo? ¿Se reconciliaron? Sabía que no durarían separados…
-¡Angela!- me frenó. De acuerdo, tal vez me había emocionado un poco… bastante. Candy le dio palmada a la mesa debido a la ansiedad. –Lo siento, ¿Qué decías?
-Él y yo… Bueno, él… ¡Es que se vía tan lindo! ¡No sabíamos lo que hacíamos! Te juro…
-Me estás asustando. –le advertí. Con la mano libre comencé tamborilear mis dedos sobre la mesa del café. -¿Estás embarazada? –consulté. Chio ahogó un grito de sorpresa.
-¡No! No es eso – se apresuró a aclarar- Pero… ¿Qué dirías si hipotéticamente Ringo estuviera casado?
Lo soltó como una bomba. Necesité varios segundos para asimilar esa frase. Hice un gran esfuerzo para contenerme. Las chicas me rogaban que dijera algo, si yo me sentía tan confundida, ni me imagino ellas.
-Hipotéticamente… ¿Contigo? –Pregunté con cautela. No recordaba otro momento en el que hubiera mantenido mi voz tan vacía de emoción. Nada delataba lo que verdaderamente sentía por dentro.
-Pff. ¡Qué cosas dices! ¡No! – respondió y comenzó a reír nerviosamente, aunque no muy fuerte, como si estuviera intentando no levantar la voz y no hacer ruido.
Yo solté un suspiro de alivio. Esta Sofi y sus cosas. Por un momento casi había creído que iba en serio. Sería una completa locura, es decir, a penas se habían peleado por primera vez. Ambos eran muy jóvenes. ¡¿Qué pensarían las fans?! No, hubiera sido un desastre.
-¿Angie? ¿Sigues ahí?
-Eh, sí, lo siento. Me distraje. –me excusé.
-Resulta que…
-¿Si?
-Estás hablando con la nueva Señora Starkey. –al terminar la frase, dicha de corrido, soltó un suspiro de alivio.
Mi cerebro no procesó esas palabras. Simplemente no cabían en mi cabeza.
-Te felicito, me alegro de que no hayan sido tan imprudentes de…
¡PUM! La oración se introdujo a la fuerza por mi oído.
-¡¿Qué tu qué?! ¡¿Acaso estás demente?! ¡¿Cómo pudieron… -comencé, parecía loca.
Chio se sobresaltó con mis gritos. Candy comenzó a preguntar incesantemente, Sofi se largó a llorar en el teléfono, balbuceando unas disculpas inentendibles.  La castaña intentó callar a la morena. De pronto el bullicio de la calle se elevó, todo comenzó a irritarme. Mi amiga continuaba igual en el teléfono. El calor era insoportable. Inconscientemente, solté un grito y corté la llamada de golpe.
Ambas se me quedaron mirando. Hasta una señora de la mesa de al lado se sorprendió. Trataba de entender la situación, pero se me hacía tan extraño. La última vez que le había hablado, haría cosa de tres días, se encontraba triste porque él no devolvía sus llamadas. ¡¿Cómo había pasado algo así?!
Chio tomó mi mano con cautela. Su tacto suave hizo que me relajara.
-¿Quieres contarnos lo que pasó? –dijo. Yo asentí. Tomé una gran bocanada de aire.
-Sofi y Ringo se casaron. –solté, sonaba demasiado increíble.
La castaña comenzó a reír y la morena me miró incrédula.
-Estás bromeando. – ahora negué con la cabeza. Chio se llevó una mano a los labios, y los ojos se le abrieron como platos.
-¡Tienes que llamarla! –exclamó Candy, que parecía encantada con la situación.
Lo consideré unos segundos. Tenía razón. Volví a marcar el número.
-¡Angie!
-Siento haberte cortado, de verdad me sorprendiste. ¿Cómo pasó todo esto? – consulté, con el tono de voz más comprensible que fui capaz de emplear. 
-Hace dos días apareció en mi casa- comenzó a explicar- Quiero decir, se vino desde Inglaterra sólo para verme, porque quería arreglar las cosas. –Tomó algo de aire- ¡Vieras qué adorable se había puesto! ¡Estaba tan hermoso y…
-Sofi, al grano por favor. –la interrumpí.
-Oh, sí, claro. Entonces volvimos juntos, y estábamos tan felices que decidimos ir a celebrar, tal vez te hubieras enterado de nuestro viaje a las Vegas si vieras la televisión o leyeras los diarios.
-¡¿Qué estás en Las Vegas?! –chillé. Mis amigas me observaron e intercambiaron una mirada de comprensión.
-Sí. Resulta que anoche nos pasamos tomando un par de copas… ni siquiera lo recuerdo muy bien. No sé cómo terminamos en la capilla. –su voz se agitaba a cada palabra- y esta mañana… quiero decir, hace menos de media hora, desperté en una gigantesca cama matrimonial. ¡Con él!  -guardé silencio, no había nada que me apeteciera acotar, era demasiado para mí. – ¡Y  vi un anillo de 24 quilates en mi dedo! ¡¿Te das cuenta lo que pesa esta cosa?!
-Sofi... -no me hizo caso, siguió balbuceando- ¡Sofi!
-¡¿Qué?!
-¿Te encuentras bien? –Inquirí, calmada- Me refiero a… ¿Eres feliz?
-No lo sé, Angie- respondió melancólica, y su voz comenzó a agitarse otra vez- No imagino otra persona mejor para casarme  y pasar el resto de mi vida. Pero que lo hiciéramos así… ¡Ni siquiera estoy segura de que él verdaderamente me quiera tanto! ¡Estábamos borrachos! ¡Ebrios! Y yo… -fue suficiente, las lágrimas interrumpieron otra vez nuestra conversación.
-Cálmate.- dije- respira. Inhala, exhala. – Ella me hizo caso- Mira, cualquier cosa que una persona haga borracha, la pensó sobria. ¿Está bien? Tal vez sólo le falto un poco de valor, quizá estaba tan emocionado porque seas su esposa –reconozco que me costó pronunciar esa palabra- que no pudo frenar cuando vio la oportunidad. – Sofi murmuró un débil “sí”- Pero ten la seguridad de que te ama. ¿Está bien? No conozco una pareja más adorable que ustedes.
-Gra-gracias. –tartamudeó.
-Ahora sonríe. –la animé- tienes asegurado a uno de los hombres más codiciados del mundo. – Ella soltó una risa a su pesar.-¿Dónde está? – pregunté.
 Ponerme de su parte no me hacía muy feliz, seguía pensado que era una locura, pero ya no había vuelta atrás, y no ayudaría en nada retarla por lo que pasó. Por lo menos, no en ese momento.  
-De hecho… está aquí al lado. – me contó, y aunque no la veía, supe con toda certeza que se había ruborizado. - ¡Se ve tan adorable así dormido! Está amaneciendo, y el sol le hace brillar el cabello y ¡Ay! Es hermoso, Angie. –sonreí ante su relato de enamorada. Reconozco que una imagen parecida se formó en mi cabeza, sólo que era Paul quien estaba en ese sueño.
-Felicitaciones- murmuré. - ¿Ya le has contado a tu madre?
-No, ni hablar. Además, aquí son las cinco y media. Me mataría se la despierto, y, para colmo, le doy lo que ella considerará una mala noticia.
-Mhmh- lo pensé- puede que no tenga mucho sentido. Pero tendrás que contarle en algún momento.
-Sí, lo sé. – suspiró.
Escuché una voz de hombre del otro lado, parecía que Ringo al fin había despertado. Oí un“buenos días Señora Starkey”. Y, he de admitirlo, con el tono adormilado, sonó verdaderamente sexy. Sofi soltó una risita. Luego hubo silencio.
-¿Hola? –pregunté, pero nadie me respondió ya.
Corté la llamada y miré a las otras dos, que casi me comían con los ojos en busca de respuestas. Tomé una larga bocanada de aire y me dispuse a repetir todo lo que había escuchado.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Capítulo 61


Angela, Londres.

Necesité apoyarme contra la pared para no caer al piso por la abrumadora sensación que me recorría las venas. La brisa ayudaba un poco, pero comparado con la fuerza de las palabras y los efectos del alcohol era insignificante. “Deben estar juntos” la frase se repetía una y otra vez en mi cabeza. De repente fui consciente de lo mucho que ansiaba tenerlo a mi lado. Supe con certeza que a pesar de todo lo que había trabajado para mejorarme a mí misma, mi mundo se derrumbaría si no conseguía a Paul.
Sucesivas imágenes de su rostro y momentos que vivimos juntos me atormentaron de golpe. La manera en que me besaba y su forma de hablar tan característica. Cómo posaba sus manos en mi cintura, o cómo me hacía reír con sus chistes y acciones tontas, de niño. De repente ya no me encontraba en el patio de un club, sino acurrucada entre sus fuertes brazos. Igual que aquella vez cuando me consoló sin saber por qué lloraba. Casi podía oír su voz decirme que todo estaría bien. Incluso cuando no sabía que mis lágrimas se debían a que le mentía… de nuevo.   
Pero ahora, si conseguíamos estar juntos, las cosas serían diferentes. Como había dicho Chio, yo había cambiado. Y para bien. Tal vez… quizás… ya hubiera saldado mis deudas.
-¿Angela? –Me llamó la castaña- ¿Estás bien? – Enseguida tomé una gran bocanada de aire y volví a incorporarme, pero me mantuve cerca de la pared.
-Sí. – respondí.
-Te ves bastante pálida… -dudó la chica.
-No te preocupes, no es nada. –le resté importancia, sentía mi corazón inflamado de esperanza, algo que hace mucho no me atrevía  a hacer. –Debe ser culpa de esta cosa- dije refiriéndome al vaso (ya vacío) que todavía llevaba en mi mano.
-¿Qué piensas sobre lo último que dije? –consultó. - ¿Te parece inapropiado, o muy demente?
-En lo absoluto –Negué. Y una sonrisa se extendió por su rostro, yo copié el gesto al instante. – Pero, ¿De verdad crees que él me dará otra oportunidad?-Pregunté. Si bien la frase sonó alegre y sin mucho peso, era enteramente crucial para mí. Ya saben, ventajas de ser una buena actriz: una puede aparentar felicidad cuando se cae a pedazos.
- No lo sé. De todas formas, si no quiere, lo haremos entrar en razón. Ya verás. –me consoló. Me sentía bastante reconfortada. Era la primera persona que coincidía conmigo en el tema de la reconciliación. Los demás, aunque no me lo dijesen en la cara, opinaban que sería mejor para mí si olvidada a Paulie. Y también viceversa.
Entonces entró en escena una de mis personas menos favoritas, pero por quien sentía un gran respeto: Olivia McCartney. La muchacha se había puesto un vestido negro pegado al cuerpo, y arriba una campera de jean gastado, era verdaderamente hermosa, algo que no mostraba en evidencia su gran caracter. En los pies calzaba zapatos negros de tacón y de la mano traía a un chico de lo más hermoso. Sus rulos color chocolate hacían resaltar sus cálidos ojos celestes cual diamantes, tenía un cuerpo deslumbrante y una sonrisa aún mejor. Se había puesto simples pantalones negros, con una campera y una remara blanca, y zapatos de cuero en los pies. Sí, sé lo que están pensando, el grandioso Michael Jagger.
-¡Chio! –dijo la castaña ni bien llegar - ¡Te buscamos por todos lados! De verdad que no queríamos dejarte sola, y yo –continuó, pero entonces se detuvo abruptamente y clavó sus ojos  almendra (tan distintos a los de su hermano) en mí. – Ah, hola Angela. –saludó fríamente.
-¿Qué tal todo, Olivia? – respondí a mi vez, la tención estaba latente. 
-Bien, excepto que no he sabido de mi hermano durante el último mes –Comentó, y fue tan ácida su manera de hablar que casi experimenté el veneno arderme en el rostro.
-No seas cruel.-La reprendió Chio en seguida, recordándome a John.–de hecho le estaba por decir a Angie si quería que la lleváramos a su hogar, porque Bob y Candy se han perdido por ahí. – Yo tragué saliva, no sonaba como el viaje más tentador del universo. De hecho, no era nada deseable.
-Descuida, puedo pedirme un taxi o algo así. – Intenté declinar, pero esta vez fue una voz de hombre la que intervino.
-Ni hablar, hay lugar de sobra en el  coche – aportó Mick, ante la incrédula cara de su novia. Y luego me dirigió una sonrisa. Era como si me tuviera pena o algo así.
-Pero… - intentó Olivia.
-Nos vamos – sentenciaron Mick y Chio a una sola voz. No pude evitar que una sonrisa se escapara de mis labios. Continuaba conociendo personas magnificas todos los días, vaya que me sentía afortunada. (Sólo con respecto a eso, claro está).
Nos dirigimos todos juntos a la puerta, mientras el joven hablaba sobre Bob y el tiempo que llevaban sin verse. Ingresamos de nuevo en el club y yo encaminé mis pasos hacia la salida, pero Chio me tocó el hombro y me hizo retroceder. Confundida, la seguí entre el gentío. Pronto apareció ante mis ojos una puerta negra, que solo se diferenciaba de la pared por una fina línea de luz que se filtraba. A su lado había un tipo enorme que nos mirada con el seño fruncido.
Mick tomó la delantera y habló unos segundos con él. El tipo miró a los lados y nos abrió precipitadamente. Luego nos instó a pasar, me pareció que nos echaban, pero supuse que sería un atajo al exterior, de esos que utilizan las celebridades para evitar a los paparazis del frente. Yo también los había usado muy a menudo en el pasado.
Subimos al auto inmediatamente. Éste era negro y relucía como una joya. Para mi sorpresa, fue Olivia la que subió en el asiento del conductor. El motor ronroneó como un gato cuando la muchacha puso su pie en el acelerador. El joven iba a su lado y Chio y yo, en la parte de atrás.
Durante todo el viaje, me dediqué a mirar a través del vidrio tintado. Londres se veía extraña a esa hora. Los personajes más estrafalarios andaban sueltos por allí. Desde desagradables travestis, hasta payasos alcoholizados durmiendo en las veredas. 
Le eché una mirada a Chio, quien tecleaba algo en su teléfono, muy concentrada. De repente mi aparato vibró y vi que ella me escribía a mí. Lo encontré bastante gracioso, teniendo en cuenta que estaba a mi lado.
“El lunes comienza el juego. Operación: el regreso de Paul” y una carita que giñaba el ojo.
La miré y ella me  sonrió. Justo entonces Olivia detuvo el auto a las puertas de mi edificio.
-Que descanses, Angie. –me deseó Gwen, - te veo en el hospital.
-Igualmente. – respondí, sonriendo. – Muchas gracias por traerme chicos.
Olivia asintió con la cabeza.
-Ha sido un placer. –dijo Mick esbozando una enorme sonrisa.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Capítulo 60


Angela, Londres.


-¡Angie!
-Hola, Candy. ¿Cómo estás?
-¿Y eso qué importa? ¡Te ves espectacular! – gritó emocionada levantándose de su asiento para abrazarme. Yo dejé que lo hiciera. “Ayúdame” le rogué a Dylan desde los brazos de su novia, pero este solo rió y meneó con la cabeza, gesto característico de aquel hombre norteamericano. “Por favor” llegué a articular y entonces la morena me soltó y tuve que fingir una sonrisa.–Te aseguro que esta noche arrasarás con los chicos.–intentó incentivarme, muy confiada de que lo estaba logrando, incluso cuando la verdad era que yo no tenía ganas de estar allí.
-Ven, siéntate un rato, todavía no nos vamos. – invitó Bob, instalado en el imponente sillón de su magnífico living.–Bebe algo si lo deseas–agregó, haciendo un gesto con la cabeza hacia los vasos y botellas de todos los colores que descansaban sobre la mesada, mientras encendía un cigarro.
Sonreí, saludé a los demás y tomé asiento, pero me mantuve alejada del alcohol. 
-¿De veras tengo que hacerlo? –rezongué en el oído de Harrison, quien se hallaba a mi derecha, junto al otro chico.
-Será una noche entretenida. –me animó.–Tú, Bob, Candy… -pero no pudo continuar porque se le hubiera caído la cara de la vergüenza. Ambos sabíamos que no había nada de divertido en salir con ellos yo sola. Se la pasarían besuqueándose y mi amiga intentaría conseguirme algún muchacho.
-¿No puedo romperme algo como Johny o tú? – pregunté, agotando mis últimos recursos. El castaño reprimió una carcajada. La conversación estaba siendo mantenida en susurros, y una carcajada hubiera llamado la atención. – ¡Al menos préstame a Mary! –imploré. Solo obtuve una negación.
-No es posible, estás al tanto de eso mientras sigas con tu postura de “cámara evitada, Angie feliz”. –yo hice un puchero, y él se inclinó para abrazarme como un pequeño niño que le ha dado pena.- De todas formas, no entiendo cómo es que nadie se enteró lo de Miranda Kane si tu círculo de amistades es tan conocido.–razonó; me encogí de hombros.
-Dios me quiere. – Bromeé y ambos soltamos unas risitas. Más allá de eso, yo tampoco le encontraba una respuesta muy lógica, pero cada día me convencía más de que Raina hacía maravillas con ese collar suyo de cuentas.     
-De acuerdo, -dijo Candy levantándose de su silla con una copa en su mano. Se notaba que aquellos brebajes ya le habían hecho algún efecto.–Creo que sería el momento ideal para... ¡Irnos al Club! – declaró. Luego hizo que Mary se pusiera de pie con algo de dificultad y juntas caminaron a mi encuentro. –Es ridículo que nunca me la hayas presentado – me reprendió mientras hacía una pausa para tomar otro trago, y el movimiento, más la luz, hicieron resaltar su tatuaje del shing y el shang en su muñeca izquierda.
Se abrazó a la castaña y la miró con devoción.
-¡Marianne Johson es sensacional! –gritó. Yo intercambié miradas con la chica más famosa de aquel entonces y ambas nos sonreímos. La situación era graciosa. No tenía dudas de que Mary habría tomado la misma cantidad que Candy, pero ella tenía más… ¿Capacidad de retención? Por decirlo elegantemente. La cosa era que no se ponía borracha tan deprisa.
Me levanté y saludé a la actriz, encontrándome con su cabello alisado que ahora estaba corto y rubis en las puntas, y luego me dirigí a mi profesor de canto, quien se encontraba apoyado en su muleta riéndose de un par de cosas junto a Dylan.
-Estamos listas. – les informé.
-Genial. – comentó el misterioso cantante de folk.
-Pásala bien, Angie - me deseó George. Asentí sonriendo y besé su mejilla a modo de despedida.
Una vez abajo, Candy y yo nos metimos en el auto de Bob, y Harrison y Mary en el de esta última. Ellos partían a su casa a descansar, ya que obviamente el castaño no estaba en condiciones para irse a un club nocturno. Desgraciadamente, no era mi caso. Prefería estar en casa con Greg, viendo películas viejas y comiendo palomitas, pero al parecer, todos estaban de acuerdo en que tenía que salir un poco. ¿Qué hay de malo con hacer turnos extra en un hospital  y que tu máxima diversión un sábado en la noche sea pasar un tiempo de caridad con tu padre?... Bueno, pensándolo mejor… tal vez sí necesitara un poco de aire fresco. 

Media hora más tarde, el rock and roll tronaba en mis oídos. La gente bailaba a mí alrededor, y de manera un tanto sensual, debo admitir. -¡¿Quién baila así con música de este tipo?! Oh, claro: borrachos- La pareja de morenos, como habían anunciado mis predicciones, se había esfumado como el humo hacía apenas un par de segundos. Deseaba con todas mis ganas que Sofi se encontrara por allí, o John. Pero la primera se hallaba a un océano de distancia y el segundo seguía en el hospital. Así que tenía que apañármelas yo sola.
Me dirigí a la barra logrando escapar del tumulto de gente. Me senté en unas de las mullidas banquetas e intenté con todas mis fuerzas no reparar en su aire terriblemente familiar. La madera de la mesada, las luces de la parte superior… Sí: era exactamente el mismo local donde Paul y yo nos habíamos reencontrado. Y nadie había tenido la delicadeza de notarlo.  
Pedí un vaso de algo suave, no iba a quedar como Candy, pero beber no era  ilegal, ni me haría daño. Clavé mis ojos en la masa de gente que bailaba. Casi podía ver el cabello castaño y despeinado de Paul salir como propulsado de allí y al muchacho aterrizando sobre la barra. Pidiendo un inocente vaso de agua y adoptando una mirada de idiota mientras me observaba, intentando reconocerme. ¡Nunca mi corazón se había acelerado tanto como aquel día! No cesaba de preguntarme si se habría dado cuenta. Si le gustaba mi nuevo look. Me había estremecido entera cuando me comunicó gritando que había agendado su número en mi teléfono. Y después había pasado largas noches con mi pulgar sobre el botón verde y su nombre seleccionado, el cual era una ridiculez, porque el muy tonto se había escrito como: “Paul Sexy McCartney”. 
Una sonrisa se escapó de mis labios al rememorar todo aquello. Muy a menudo me preguntaba qué estaría haciendo o dónde se encontraría en ese preciso instante. Si estaría pensando en mí como yo en él…
Le di un sorbo a mi vaso y paseé de nuevo mi mirada por entre la gente. Luego la bajé hasta mi vestimenta. Llevaba una linda camisa sin mangas color coral, abierta en la espalda y unas calzas engomadas negras. En los pies me había puesto zapatos de tacón que fueran a juego con la camisa  y también traía aros y pulseras. El cabello me lo había recogido en un intento de peinado sofisticado, obviamente fallido.
-¡Angie! –oí que me llamaban. Levanté mi cabeza en seguida y pronto mis ojos divisaron a una linda muchacha de cabello largo y marrón que se había sentado a mi lado.
-¡Chio! ¡Qué agradable sorpresa! – me emocioné. ¡Al fin! La noche comenzaba a mejorar. -¿Qué haces por aquí? – le pregunté.
-Olivia y yo venimos a bailar y por unos tragos – contestó. Pero notaba cansancio en sus facciones alegres y no tenía mucha cara de contenta.
-No tenías ganas. –adiviné, y fue una afirmación. Ella sonrió con timidez y se encogió de hombros.
-¿Qué te puedo decir? Las discotecas no son lo mío. –Admitió.
-Tampoco tenía ganas de salir. –comuniqué. Nos miramos y soltamos una carcajada. Me incliné un poco y le pedí al barman que le sirviera un trago a mi acompañante.
-No, gracias. – se apresuró a rechazar la castaña.
-¿Estás segura? – insistí. Ella dijo que sí con la cabeza.
-Salgamos – propuso, elevando el tono de su voz pues la música parecía aumentar su volumen cada vez más. Yo me puse de pie y tomé el vaso de vidrio entre mis manos.  

Encontramos rápidamente la puerta que daba al patio interior. Agradecía que los clubes tuvieran uno. (Es que en la entrada siempre se llena de camarógrafos) Nos apoyamos contra una pared y le dediqué una mirada al lugar. El suelo estaba todo recubierto con piedras blancas; por aquí y allá sobresalían colillas de cigarro consumidas. En una esquina había una pareja tan enamorada que apenas se distinguían las dos figuras y había otro par de personas desperdigadas por ahí. La noche de primavera estaba preciosa, incluso había una suave y fresca brisa que nos impedía sufrir calor, pero el lugar no era ni la mitad de bonito que el de la fiesta de Mary, cuando Sofi conoció a los chicos por primera vez… <<¡Ya deja de pensar en el pasado, Angela!>>
-Y… ¿Cómo estás? – preguntó Chio, sacándome de mi ensueño. Sonreí y me encogí de hombros.
-Bien. – Afirmé. El dolor por Paul se había hecho tan permanente dentro de mí que casi me había acostumbrado a él.-¿Tú?
-También. –nos quedamos en silencio. Era un tanto incómodo; ahora que lo pensaba, era la primera vez que compartíamos un momento sin John.
-¿Olivia no se enojará si la dejas sola? – curioseé, para sacar algún tema.
-No, está con Mick. – comentó.
-Oh, ¿A ti también te trajeron como mal tercio? -  continué y las dos reímos.–¡Candy y Bob! me dejaron tirada no bien llegamos!–exclamé. La muchacha volvió a reír.
-Lo siento. –se disculpó- No se me da nada bien entablar conversaciones.–y luego me sonrió apenada.
-No te preocupes, no hay problema. – de nuevo el silencio. La pareja continuaba con su besuqueo apasionado y algunas personas más habían salido. La música llegaba amortiguada y se oía fuerte cuando abrían la puerta.
-Angie ¿Puedo preguntarte algo un poco personal? – indagó Chio luego de un rato.
-Por supuesto. – respondí.
-George y tú… ¿Están juntos? –Me quedé de piedra. Esa no me la esperaba.
-No, no, en lo absoluto.–negué.– Mary y él todavía son pareja. ¿Por qué lo dices?-su cara se cubrió de rojo en ese momento, visiblemente avergonzada.
-Nada, es solo que últimamente pasan mucho tiempo juntos y John me ha contado que él suele hablar de ti cuando lo visita.
-Oh, no, pero te aseguro que no. – remarqué. – Nos hemos vuelto muy amigos, eso es lo que pasa. Vivimos cosas parecidas. Supongo que nos ayudamos mientras extrañamos a nuestros respectivos amores.–intenté explicar.
-¿Eso quiere decir que todavía sientes algo por Paulie? – preguntó de pronto, cambiando abruptamente su voz, como si recién ahora empezase la verdadera conversación.
-Con “algo” te quedas demasiado corta.- comenté. La muchacha rió. Se le daba bastante bien, poseía uno de esas risas contagiosas.
-Muy bien, es mi turno – dije y Chio asintió- ¿Por qué eres tan buena conmigo cuando yo tengo toda la culpa de lo que pasó? En especial lo de Paul.–Solté a la desesperada. La duda venía carcomiéndome desde hacía demasiado tiempo. Sus ojos marrones me miraron con una expresión confusa y una pizca de diversión. Soltó un suspiro y se puso a hablar.
-Eres una gran persona, Angela. No sé cómo haya sido tu pasado, pero tampoco me importa. No te negaré que al principio no quería nada que ver contigo, sin embargo creo que todo pasa por una razón. Ahora veo que estás sinceramente arrepentida y que has hecho todo lo posible para enmendar tus actos.
-Gracias – logré pronunciar, apreciando cómo una corriente cálida se extendía por todo mi cuerpo. Se sentía bien que reconocieran tus méritos.  
-¿Todavía lo amas?
-Más que a nada en el mundo.–afirmé.
-Entonces te contaré un secreto–anunció, al instante la intriga se apoderó de mí–una vez, hace mucho, le dije a Paul que tu eras Miranda, pero no hubo forma de convencerlo.
Me quedé estática. ¿Cómo se había enterado? ¿Eso significaba que yo no tenía toda la culpa, que hubiera terminado sabiéndose de todos modos?
-Me di cuenta cuando él se abrió conmigo. Las cosas encajaban. Quiero que sepas que jamás lo vi tan enamorado de alguien como contigo. Las dos veces – añadió. Yo sonreí. – Hasta hace poco, pensaba que lo mejor para Paul era irse lejos de aquí y darse unas vacaciones. De hecho, consideraba que las cosas irían la mar de bien para él si se olvidaba de esta situación, si te perdonaba y superaba. Y se lo dije, fui yo quien le sugirió que se marchara– la chica advirtió el cambio en mi rostro y se apresuró con sus palabras. El aire se había escurrido de mi cuerpo. ¿Qué posibilidades me quedaban si su mejor amiga no nos quería juntos?- Pero ahora entiendo que me equivocaba – el alma me volvió al cuerpo- Paul y tú deben estar juntos. Él no puede permitirse perderte, Angela.

jueves, 25 de octubre de 2012

Capítulo 59 (parte 2/2)


A las cuatro en punto me encontraba frente al edificio. Este era muy pintoresco y se encontraba exquisitamente decorado. Saludé al señor de la recepción cuando me abrió la puerta y me dirigí directa hacia el ascensor. Allí le eché una mirada a mi aspecto, ya que me reflejaba en las cuatro paredes con espejos. No me había vestido mal como acostumbraba cuando no tenía nada que hacer. Traía pantalones de jean ajustados de color negro, una blusa blanca, una campera de hilo amarillo pastel y sandalias en los pies. Afuera el sol continuaba brillando.
El aparato se detuvo y caminé lentamente hasta el final del pasillo. Me detuve frente a la puerta de madera  y golpeé tres veces seguidas con mi puño. Al instante un muchacho de ojos almendra y cabello oscuro me dejó entrar.
-¡George! – lo saludé contenta y le di un pequeño abrazo. Él pasó uno de sus brazos por mi cintura y con el otro se apoyó en su muleta. -¿Cómo anda esa pierna? – pregunté, luego de separarnos. El castaño sonrió.
-Muy bien, gracias. ¿Qué me dices de tu garganta? – yo, algo desorientada, llevé una de mis manos a mi cuello.
-¿Qué hay con ella? – curioseé.
-Nada, es solo que tenemos clase de canto y allí se encuentran las cuerdas vocales. – informó. Me ruboricé al instante, ¡Por supuesto que así era!
-Es verdad, no sé qué me pasó. – comenté, agachando la mirada.
-Descuida, no hay problema. – me consoló. Entonces volví a mirarlo y sonreír. - ¿Quieres que empecemos ya? – ofreció.
Me tomé unos segundos para mirar a mi alrededor y descubrir que todo se hallaba extremadamente en calma y ordenado (a diferencia del común de las clases).
-¿Dónde están las hermanas de John? 
- Mimi me llamó y dijo que irían a visitarlo, me pidió que empezáramos sin ellas y que llegarían más tarde; o si no que lo dejáramos para otro día. – explicó. Entonces lo recordé.
-Candy me pidió que te avisara de que no podrá venir. – le conté, evocando la conversación de esa misma mañana. George asintió.
-Hablé con Dylan –Dijo a modo de respuesta, y una mueca extraña cruzó su rostro. Yo levanté una ceja a modo de interrogatorio. – “Harrison, no podrás tener a mi chica este fin de semana, ella y yo nos iremos de viaje los dos solos, ¡A disfrutar de nuestro amor!”- citó, haciendo una imitación barata y mucho más gruesa de la voz de Bob. No pude menos que soltar una carcajada.
-Tórtolos- comenté, pero él no se río, en cambio rodó sus ojos.
-¿Comenzamos ya?-consultó, cambiando abruptamente de tema. Debo admitir que no me agradó del todo su repentino humor, pero decidí dejarlo pasar.
-Por supuesto.
Así que George y yo nos dirigimos al pasillo de su departamento y nos introdujimos por  una de las puertas. El interior estaba formado por cuatro paredes blancas. El centro lo dominaba un gran piano de cola negro y contra las paredes había diferentes asientos y otros muchos instrumentos. El castaño se colocó en un sillón de un solo cuerpo mullido y forrado con cuero negro y dejó apoyada su muleta contra la pared. Subió su pierna hasta depositarla en un banquito que tenía adelante y me indicó que me colocara a su lado.
-Comienza calentando tus cuerdas vocales. – indicó, y así lo hice.
Luego de quince minutos diciendo nada más que “la-la-la-la-la-laaaa”, el muchacho me interrumpió y me preguntó qué tipo de música me gustaría cantar ese día.
-Lo cierto es que deseo aprenderme una canción. –Confesé, dudosa de seguir con esto o no. Si valía la pena contarle la verdad que se ocultaba detrás de mis repentinas ganas de aprender a cantar. 
-¿Y cuál es? – preguntó. Todavía continuaba con esa molesta actitud, como si prefiriera estar en cualquier otro lugar que no fuera ese. 
-Blowin in the wind. – dije, al instante el muchacho elevó una de sus cejas y luego dejó escapar un largo suspiro.
Hace mucho tiempo que no la canto. –comentó.
-No es necesario aprenderla hoy si no quieres. – respondí en tono amable, recordando en mi cabeza los consejos de John sobre ser siempre buena con las personas, incluso cuando te gustaría dejarles en claro un par de cosas. Y con “dejar en claro” me refiero a gritarles a ver si recapacitan. 
-No, no es eso. – continuó, largando el segundo suspiro en menos de media hora.
-¿Y a ti que bicho te picó? –pregunté al fin, sin poderme aguantar más.
-¿Eh? 
-Estás raro, George. Desde que mencioné lo de Candy te has quedado perdido en tus pensamientos. –Mi amigo se hundió en el sillón, y se llevó una mano a la frente, peinando y despeinando sus cejas. 
-Es Mary. –dijo al fin.
-¿Tienes problemas con ella? – le interrogué apenas mi cerebro procesó sus palabras.
-No. Bueno, tal vez… - se quedó en silencio por unos segundos. – Aghh ¡Es que no lo sé! – explotó, y se hundió todavía más si era posible. – Esto de la distancia es un asco. – terminó por declarar.
-Lo sé. –concordé.–Realmente apesta, ¿Verdad? 
-Dalo por hecho. – nos quedamos en silencio por unos momentos, los dos sumidos en nuestras historias de amor a la distancia. - ¿Cómo hacías tú con el problema? – preguntó al final, clavando sus ojos en los míos.
-Eh… no sé si lo recuerdas, pero fingí mi muerte. –Solté, intentando que sonara gracioso, solo que no lo era en lo más mínimo.
-Ah, sí, cierto. – fue la corta devolución. Sus mejillas se coloraron un poco y a mí me pareció tierno. –No está en mis posibilidades.–agregó.
-Tampoco te lo recomendaría. –Contesté, y los dos reímos. –Creo que lo mejor es llamarla y hablar con ella o tener video-llamadas lo más seguido posible. Si de verdad es la mujer de tu vida, esta situación no durará por siempre.
-De todas formas parece un infierno. – Continuó Harrison con su pesimismo.- De solo escuchar a Bob hablar de sus múltiples y románticas citas con Candy, me pongo enfermo. A  mí también me encantaría  tener a Mary conmigo todo el tiempo, pero no es así.
- Y eso nadie lo duda. – le confié con una sonrisa. – Si su relación supera esta barrera, en el futuro serán el doble de felices, ya lo verás.
-¿Tú lo crees? – consultó, inseguro. Sin embargo, al fin volvía a emplear ese torno amigable y tan característico. Y una pizca de esperanza podía leerse en sus ojos.
-Por supuesto. – confirmé. George sonrió.
-Y dime… ¿Por qué Blowin in the wind? – interrogó, pero justo en ese preciso instante el timbre volvió a sonar, y las carcajadas de las pequeñas ya se escuchaban por todo el lugar.
Me encogí de hombros.
-Salvada por la campana. – dijo él, guiñándome el ojo.  Yo me apresuré a abandonar la habitación para abrirles a las niñas.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Capítulo 59 (parte 1/2)


Tres meses después, Angela.


-¡Buenos días, Johny! ¿Cómo se encuentra mi paciente favorito, hoy? – pregunté dejando el carrito con la comida a un lado y acercándome a la ventana para correr las cortinas. De inmediato la luz dorada del sol iluminó el pequeño recinto.
-Mejor si me dejaras seguir durmiendo. –resopló mi mejor amigo con la voz ronca, yo me reí.
-No seas perezoso, hace un día hermoso allá afuera. –lo reté, y coloqué el carrito cerca de su cama. Era uno de esos con bandeja incluida, para que pudiera comer su desayuno y no levantarse de la cama.
-¿Sabías que tu actitud puede ser molesta algunas veces? –me preguntó, para pincharme. 
-Tú me dijiste que la clave para todo era siempre sonreír, aunque en mi interior las cosas se cayeran a pedazos. – le recordé. El muchacho asintió, resignado pero contento.
-Sí sabes que no eres enfermera o doctora como para que sea tu paciente, ¿Verdad? –continuó jugando. Yo le eché una mirada a mi traje de empleada, era como el de los profesionales, pero de color rosa pálido, con zapatillas blancas incluidas. 
-Por supuesto, Lennon. –le respondí. – pero los dos sabemos que me encanta tratarte como tal. –dije, y se echó a reír.
-¡Igual que de pequeños cuando me curabas los dolores de barriga! –exclamó, trayendo un momento que a mí me parecía el más remoto pasado. Entonces me uní a sus carcajadas. 
Se escucharon dos golpes rápidos en la puerta, y seguido a eso, Chio apareció en el umbral.
-Buenos días, chicos. –saludó sonriente. Llevaba puesto un vestido amarillo pastel con un adorable corte princesa. Se había atado su extensa mata de cabello en una trenza espiga y traía simples valerinas en los pies.-¿Cómo han estado?
-Muy bien, y ¿tú? – respondí, John simplemente la miraba embobado.
-Genial, gracias.
-Wow – suspiró él, comenzando a reaccionar. – Estás hermosa. –La chica se sonrojó en ese momento, y yo lo encontré adorable.
-Primaveral. –comenté y ella asintió.
-Ya casi estamos en Junio, -dijo- y no podía desaprovechar lo agradable que se ha portado el clima con nosotros. 
-Tienes toda la razón. –Coincidí. Luego les eché una mirada a ambos y me di cuenta enseguida que pedían a gritos privacidad.–Bueno, me parece que Chio podrá darte el desayuno por hoy. –John me miró agradecido y su novia se acercó a la bandeja. – Adiós, tortolos. –los saludé.
-Hasta luego, Randi. – me despidió John.
-Nos vemos, Angie. –  dijo Chio.
Avancé hasta la puerta y salí al pasillo.
Las cosas habían cambiado bastante desde que Paul se había ido. Para empezar, yo había tomado un puesto como ayudante voluntaria: limpiaba habitaciones, hacía encargos, alimentaba algunos enfermos, pasaba tiempo con ellos, entre otras. Por la tarde siempre me reservaba algún momento para conversar con Raina, y en la mañana con John, quienes se habían convertido en mis tutores personales de la vida. Mi amigo, gracias al cielo, se recuperaba excelentemente. Le faltaban unas dos semas de inmovilización en la cama y luego tendría varios meses de rehabilitación, los cuales empezarían con reaprender a caminar.
 Volviendo a mi vida personal, había dejado por un tiempo la universidad, y también había estado echándole un vistazo a mi pasado. Releía viejas cartas de fans, o miraba mis películas y entrevistas. Me probaba algún que otro vestido de premiere, zapatos de tacón y joyas. Otra veces, a los artículos más extravagantes, los donaba a la caridad. Había estado trabajando mi imagen. Buscaba algo a medio camino entre Miranda y Angela. Combinaba más a menudo mi ropa vieja, extravagante,  y la nueva, más sencilla.  Pasaba mi tiempo libre junto a mi padre, y estaba aprendiendo a cocinar (lo que, para ser sincera, me costaba horrores). Lo único que no me había atrevido a cambiar, era el hábito de mantener mi rostro sin maquillaje. Tenía una especie de fobia hacia él, y, además, Paul siempre había dicho que eso le encantaba de mí.
Paul… parecía que el tiempo no había avanzado con respecto a él. Por más que ahora llevaba casi todos los días una sonrisa en mi rostro, mi corazón latía desesperado. Lo extrañaba más de lo que me hubiera imaginado, incluso estando acostumbrada a estar lejos de él… Jamás había creído que de verdad iba a perderlo de nuevo, de ahí el motivo del dolor. John me contaba algo de él algunas veces, pero lo cierto era que el chico había perdido un poco de contacto. Y para explicarlo mejor, estaba como desenchufado del mundo. Ni siquiera hablaba seguido con Olivia, y eso que es su hermana. Solo tenía oportunidad de verlo en la tele o esas cosas, pero como siempre, no era muy amiga de los medios; nada en realidad.
Y ya que hablamos de medios… ¡Mary! Ella y yo éramos amigas igual que antaño, cuando las dos teníamos fama. No le veía muy seguido, ya que usualmente la seguía alguna cámara, pero nos llamábamos por teléfono y salíamos a cenar cuando visitaba Londres, y su novio tan amado, George. Sipi, así como lo leen, la pareja dispareja seguía completamente enamorada.
 Sin embargo, existía otro par que no pasaba por sus mejores momentos. Sofi y Ringo. Risueños, ojos claros, divertidos, infantiles e inocentes, al parecer tenían demasiadas cosas en común. Se estaban tomando un tiempo, aunque suene imposible. Mi amiga había vuelto con su madre a Estados Unidos por una temporada, y el pequeño duende, como es de imaginar, se encontraba en Liverpool, pasando tiempo de caridad con su familia. De todas formas, no me tenían muy preocupada, estaba segura de que tarde o temprano arreglarían esa diferencia que los había llevado a la ruptura temporal.
-¡Angie! – me llamó una voz y al instante sentí unas manos  estrellarse contra mis hombros.
-¡Candy! –protesté, mientras la morena dejaba oír una fuerte carcajada. – te he dicho mil veces que odio cuando haces eso. –Mi amiga me soltó enseguida y se puso a caminar a mi lado. Venía ataviada con el mismo atuendo que yo, solo que traía zapatillas en los pies y un collar bastante llamativo.
-No te amargues. – me retó. Yo solo sonreí negando con la cabeza.
-No puedes traer eso con el uniforme. – le comuniqué.
-Ya lo sé, pero Bob me lo regaló en la mañana – dijo tocando delicadamente el accesorio con los dedos, y mirándolo como si la cara del cantante de folk estuviera allí.
-Me refería a tu calzado, de todas formas. –comenté y ambas reímos.
Seguimos avanzando en silencio. Ahora saben de la quinta pareja, sigue todo viento en popa para ellos. 
-¿Qué harás en la tarde? –curioseó.
-Es sábado, Candy. Tenemos clase con George, ¿Acaso no lo recuerdas? – me extrañé.
-¡Demonios! – maldijo ella. - ¡Volví a olvidarlo!
-Porque en tu corazón, solo hay espacio para un solo músico. – canturreé, inventado un ritmo exagerado en el momento. Sus mejillas se sonrojaron y me empujó juguetonamente con el brazo. Yo solo reí.
-Discúlpame con él. ¿Puedes? – pidió. – Bob y yo programamos un paseo de fin de semana y no iremos a penas termine mi turno. – explicó.
-De acuerdo, pero también deberás llamarlo. ¡Ya van tres veces que te ausentas sin avisarle!
-Lo que digas. – murmuró. – Gracias, Angie.
-Por nada, ¿Para qué son las amigas, sino? –dije y ella me abrazó con mucha fuerza, porque sabía que me molestaba.
“¿Y qué es eso que les enseña George” te preguntarás. Bueno, luego del accidente, mi nuevo amigo hiperactivo, necesitaba ocupar su tiempo ahora que no tenía eventos y tampoco podía concurrir al gimnasio. Así que Candy y yo éramos las primeras alumnas de “la escuelita de canto del Profesor George Harrison”. Y digo primeras, porque las hermanas pequeñas de John, también se habían unido a nosotras.