jueves, 25 de octubre de 2012

Capítulo 59 (parte 2/2)


A las cuatro en punto me encontraba frente al edificio. Este era muy pintoresco y se encontraba exquisitamente decorado. Saludé al señor de la recepción cuando me abrió la puerta y me dirigí directa hacia el ascensor. Allí le eché una mirada a mi aspecto, ya que me reflejaba en las cuatro paredes con espejos. No me había vestido mal como acostumbraba cuando no tenía nada que hacer. Traía pantalones de jean ajustados de color negro, una blusa blanca, una campera de hilo amarillo pastel y sandalias en los pies. Afuera el sol continuaba brillando.
El aparato se detuvo y caminé lentamente hasta el final del pasillo. Me detuve frente a la puerta de madera  y golpeé tres veces seguidas con mi puño. Al instante un muchacho de ojos almendra y cabello oscuro me dejó entrar.
-¡George! – lo saludé contenta y le di un pequeño abrazo. Él pasó uno de sus brazos por mi cintura y con el otro se apoyó en su muleta. -¿Cómo anda esa pierna? – pregunté, luego de separarnos. El castaño sonrió.
-Muy bien, gracias. ¿Qué me dices de tu garganta? – yo, algo desorientada, llevé una de mis manos a mi cuello.
-¿Qué hay con ella? – curioseé.
-Nada, es solo que tenemos clase de canto y allí se encuentran las cuerdas vocales. – informó. Me ruboricé al instante, ¡Por supuesto que así era!
-Es verdad, no sé qué me pasó. – comenté, agachando la mirada.
-Descuida, no hay problema. – me consoló. Entonces volví a mirarlo y sonreír. - ¿Quieres que empecemos ya? – ofreció.
Me tomé unos segundos para mirar a mi alrededor y descubrir que todo se hallaba extremadamente en calma y ordenado (a diferencia del común de las clases).
-¿Dónde están las hermanas de John? 
- Mimi me llamó y dijo que irían a visitarlo, me pidió que empezáramos sin ellas y que llegarían más tarde; o si no que lo dejáramos para otro día. – explicó. Entonces lo recordé.
-Candy me pidió que te avisara de que no podrá venir. – le conté, evocando la conversación de esa misma mañana. George asintió.
-Hablé con Dylan –Dijo a modo de respuesta, y una mueca extraña cruzó su rostro. Yo levanté una ceja a modo de interrogatorio. – “Harrison, no podrás tener a mi chica este fin de semana, ella y yo nos iremos de viaje los dos solos, ¡A disfrutar de nuestro amor!”- citó, haciendo una imitación barata y mucho más gruesa de la voz de Bob. No pude menos que soltar una carcajada.
-Tórtolos- comenté, pero él no se río, en cambio rodó sus ojos.
-¿Comenzamos ya?-consultó, cambiando abruptamente de tema. Debo admitir que no me agradó del todo su repentino humor, pero decidí dejarlo pasar.
-Por supuesto.
Así que George y yo nos dirigimos al pasillo de su departamento y nos introdujimos por  una de las puertas. El interior estaba formado por cuatro paredes blancas. El centro lo dominaba un gran piano de cola negro y contra las paredes había diferentes asientos y otros muchos instrumentos. El castaño se colocó en un sillón de un solo cuerpo mullido y forrado con cuero negro y dejó apoyada su muleta contra la pared. Subió su pierna hasta depositarla en un banquito que tenía adelante y me indicó que me colocara a su lado.
-Comienza calentando tus cuerdas vocales. – indicó, y así lo hice.
Luego de quince minutos diciendo nada más que “la-la-la-la-la-laaaa”, el muchacho me interrumpió y me preguntó qué tipo de música me gustaría cantar ese día.
-Lo cierto es que deseo aprenderme una canción. –Confesé, dudosa de seguir con esto o no. Si valía la pena contarle la verdad que se ocultaba detrás de mis repentinas ganas de aprender a cantar. 
-¿Y cuál es? – preguntó. Todavía continuaba con esa molesta actitud, como si prefiriera estar en cualquier otro lugar que no fuera ese. 
-Blowin in the wind. – dije, al instante el muchacho elevó una de sus cejas y luego dejó escapar un largo suspiro.
Hace mucho tiempo que no la canto. –comentó.
-No es necesario aprenderla hoy si no quieres. – respondí en tono amable, recordando en mi cabeza los consejos de John sobre ser siempre buena con las personas, incluso cuando te gustaría dejarles en claro un par de cosas. Y con “dejar en claro” me refiero a gritarles a ver si recapacitan. 
-No, no es eso. – continuó, largando el segundo suspiro en menos de media hora.
-¿Y a ti que bicho te picó? –pregunté al fin, sin poderme aguantar más.
-¿Eh? 
-Estás raro, George. Desde que mencioné lo de Candy te has quedado perdido en tus pensamientos. –Mi amigo se hundió en el sillón, y se llevó una mano a la frente, peinando y despeinando sus cejas. 
-Es Mary. –dijo al fin.
-¿Tienes problemas con ella? – le interrogué apenas mi cerebro procesó sus palabras.
-No. Bueno, tal vez… - se quedó en silencio por unos segundos. – Aghh ¡Es que no lo sé! – explotó, y se hundió todavía más si era posible. – Esto de la distancia es un asco. – terminó por declarar.
-Lo sé. –concordé.–Realmente apesta, ¿Verdad? 
-Dalo por hecho. – nos quedamos en silencio por unos momentos, los dos sumidos en nuestras historias de amor a la distancia. - ¿Cómo hacías tú con el problema? – preguntó al final, clavando sus ojos en los míos.
-Eh… no sé si lo recuerdas, pero fingí mi muerte. –Solté, intentando que sonara gracioso, solo que no lo era en lo más mínimo.
-Ah, sí, cierto. – fue la corta devolución. Sus mejillas se coloraron un poco y a mí me pareció tierno. –No está en mis posibilidades.–agregó.
-Tampoco te lo recomendaría. –Contesté, y los dos reímos. –Creo que lo mejor es llamarla y hablar con ella o tener video-llamadas lo más seguido posible. Si de verdad es la mujer de tu vida, esta situación no durará por siempre.
-De todas formas parece un infierno. – Continuó Harrison con su pesimismo.- De solo escuchar a Bob hablar de sus múltiples y románticas citas con Candy, me pongo enfermo. A  mí también me encantaría  tener a Mary conmigo todo el tiempo, pero no es así.
- Y eso nadie lo duda. – le confié con una sonrisa. – Si su relación supera esta barrera, en el futuro serán el doble de felices, ya lo verás.
-¿Tú lo crees? – consultó, inseguro. Sin embargo, al fin volvía a emplear ese torno amigable y tan característico. Y una pizca de esperanza podía leerse en sus ojos.
-Por supuesto. – confirmé. George sonrió.
-Y dime… ¿Por qué Blowin in the wind? – interrogó, pero justo en ese preciso instante el timbre volvió a sonar, y las carcajadas de las pequeñas ya se escuchaban por todo el lugar.
Me encogí de hombros.
-Salvada por la campana. – dijo él, guiñándome el ojo.  Yo me apresuré a abandonar la habitación para abrirles a las niñas.