martes, 19 de febrero de 2013

Capítulo 66 parte 2 FINAL

Desperté sobresaltado con su imagen en la cabeza, igual que casi todos los días desde que mi avión había abandonado Londres. Me quedé sentado en la amplia cama del hotel, frotándome los ojos. Distraído intenté correr la sábana y me di cuenta de que no estaban. Ah, cierto, anoche había reboleado las cosas para descargar mi furia. Intenté no concentrarme en el desorden monumental que me rodeaba. En cambio, pensé en la felicidad que ella solía transmitirme.

Me dolió que ahora fuera así con él. Yo había confiado en George para mi plan, pero supongo que no puedo culparlo. Lo que Angela es capaz de causar en los chicos no tiene nombre.

Y yo que me había ido para olvidarla… Suspiré y descarté su piel tersa y suave, su cabello marrón, sus benditos ojos y su voz angelical de mi cerebro. Ahora le pertenecían a George. Me incliné hacia la izquierda y tomé el vaso de agua que reposaba en la mesa de luz. Increíblemente, continuaba intacto. Le di un trago. Hacía demasiado calor en este lugar.

Me puse de pie y me dirigí al armario para buscar algo de ropa. Tomé mis pantalones favoritos y  ni me molesté en usar una camiseta. Luego me dirigí al baño, lavé mis dientes y abandoné la habitación para irme a desayunar.

Prefería acortar camino por el jardín. Era un lugar espléndido. Había verde por todos lados, plantas y animales exóticos. Un poco más allá se encontraba la piscina y luego la playa. Arenas blancas y suaves, casi como talco. El sol abrazador y el agua cristalina y fresca. El paraíso, prácticamente. Sólo que yo atravesaba un infierno.

Me senté en un taburete alto de la barra y pedí al camarero un plato con muchas frutas. Las devoré, hambriento, y seguí con tocino y huevos, a lo americano. 

Mentiría si dijera que en algún momento había logrado sacarla de mi mente. Hablaba con John alrededor de una vez por semana, y, si bien no se lo pedía, el castaño me conocía tan bien que casualmente me contaba algo sobre ella. Me sentía idiota cuando me encontraba fantaseando con  su traje de voluntaria, o las veces que me la había imaginado cantándome una canción.
Entonces me obligaba a recordar su enorme traición, pero ya no servía de nada. El tiempo que habíamos pasado separados sólo había contribuido a que la ira desapareciera. Es frustrante el funcionar de nuestra mente. Te deja nada más que los recuerdos buenos, a estos los satura de brillo y color, y a los malos los diluye hasta que decide que no pudo haber sido tan terrible. 

Por otro lado, estaba al tanto de su “progreso como persona”, según Chio lo había denominado. Mi mejor amiga había cambiado drásticamente su opinión en los últimos cuatro meses. De aconsejarme que me alejara y olvidara de Angela, había pasado a parlotear sin parar de lo genial que era y de lo mucho que la quería. (Mujeres; nadie las entiende).

Pero lo que más me había carcomido el cerebro era una vocecita que me decía que había esperado demasiado. Que ya no estaba al alcance de mi mano. Como un presentimiento. Ahora comprobaba que tenía razón.

Transcurrieron cuatro meses desde mi partida. En ese tiempo, ella se había dedicado a mejorar, y yo malgasté el mío intentando olvidarla.  ¡Incluso había tratado volver a enamorarme de alguien completamente distinto! La muchacha era hermosa, latina y una maravilla de persona. La hija de una amiga de mi tía Gloria. Pero inconscientemente me había apartado dos segundos antes de besarla.

Sacudí mi pelo para devolverme al presente. Regresé a la habitación a cambiarme los pantalones por un traje de baño y darme un revolcón en el mar.  A lo mejor me aclaraba las ideas Ingresé, mi vista se fijó inmediatamente en la tarjeta blanca y pulcra que se encontraba tirada en el suelo. Me acerqué.   

La tomé entre mis dedos y la volteé, para observar por milésima vez las letras en dorado de mi nombre. Estaba completamente seguro de que Angela lo había escrito. Después de leer la canción, reconocería su caligrafía en cualquier parte. Mi corazón se encogió. Quité el contenido. Releí la invitación de Ringo y Sofi.

Se casaban el 27 de Diciembre, parecía una broma. Tenían 365 días, ¿Y elegían el aniversario de muerte de Miranda? ¿En serio? Parecía que sí.

No obstante, no podía enojarme con ese par de tórtolos. De hecho, me sentía culpable cuando pensaba que no había estado ahí el día que la noticia de las Vegas había salido a la luz. O con George mientras se recuperaba (tal vez no tanto a partir de anoche). Y el pensamiento que todavía hacía arder mis mejillas de vergüenza, era haberme perdido la caminata de John. Me odiaba por no estar a su lado. Y sin embargo el me decía que no importaba, que prefería que recuperara mi cabeza. 

Dejé la tarjeta donde estaba y me metí con fuerza las manos en los bolsillos. Salí abruptamente del cuarto, se me habían quitado las ganas de nadar. Me encaminé hasta la recepción del hotel y me dejé caer en uno de los cómodos sillones. No me importaba si alguien pensaba que era raro, tendido allí mitad vestido. Cerré mis ojos. Sin apenas darme cuenta, comencé a juguetear con un papel que había en el interior de mi bolsillo. Dejaba fluir todos mis pensamientos, lo cual me ayudaba a tranquilizarme. 

La intención era volver a dormir, pero no pude hacerlo. Extraje el papelito del bolsillo y me dispuse a examinarlo. Estaba todo doblado y parecía muy viejo. No me explicaba cómo había sobrevivido a los lavados, aunque no fueran muchos debido a la cantidad de ropa que tenía en mi posesión; no es que repitiera varias prendas.

Recordé cuando lo encontré la primera vez. Intrigado, lo había comenzado a desdoblar poco a poco. Era como un rectángulo, tendría unos cinco centímetros de ancho por veinte de alto. La letra de Blowing in the wind ocupaba todo el espacio. Había fruncido mis cejas ante aquello. Ahora todavía debía tener mucho cuidado si no quería que comenzara a despedazarse. Al principio pensé que tal vez lo había puesto allí cuando intentaba memorizarla… aunque sonaba bastante improbable. Yo no tenía un pantalón tan viejo. Entonces me había fijado con mayor atención.
Algunos de los renglones se hallaban subrayados, aunque apenas se notaba.

Después de ese hallazgo había pasado horas ideando un plan para saber si continuaba queriéndome. Sí, era de ella. Me lo había dado aquel funesto día en que nos separamos. ¿Recuerdan? La última vez que entrelazamos nuestras manos y comenzó a llover en sus nudillos. Me había pedido que me lo quedara, así qué yo no había tenido el valor para tirarlo.  Pensé la estrategia con mucho cuidado. Me había decantado por George para que me hiciera el favor, porque sabía que él era lo suficientemente bueno con ella, tenían una especie de camarería, según John me había informado, y no estaba tan cegado como para no proponerle el plan. Sabía que era injusto con Angela, pero si existía la posibilidad de que quisiera volver a ser Miranda Kane sólo por mí… tenía que significar que todavía la enamoraba. Entonces volvería.

Hasta que el tonto de Harrison había echado todo a perder y me había dejado con la duda. Ni siquiera podía repetirlo porque supuestamente él ya le había dado la idea.

Decidí volver mi atención a la canción. Sonreí. Me sabía de memoria las partes resaltadas, de hecho, estaba tan familiarizado con ese pedazo de papel que hasta conocía las pequeñas ondas de las líneas trazadas manualmente. Cada vez que lo leía, imaginaba conversaciones con Angela. Sacudí mi cabeza. Fijé mis o ojos en las primeras palabras que ella decidió marcar.

Me limité a sonreír y saludar con la mano a todas las cámaras que me esperaban en el aeropuerto. Supongo que la noticia de que tomaba un avión ya se había dispersado por todo el mundo. Confiaba en que Angela continuase siendo reticente a las redes sociales o los canales informativos y todavía no se enterara de que me encontraba en Londres.

Durante las horas que pasé en el aire, me había decidido. Al menos tenía que intentarlo. Ahora entendía lo mucho que la quería y como mínimo le debía una disculpa. No sabía la manera de decírselo todavía, pero confié en las miles de conversaciones que había mantenido con la canción y decidí que fuera espontáneo. Como yo. Ya estaba harto de esperar, pensar, reflexionar, hundirme en el mar de mi cabeza. No más. Era la hora de la acción.

Tomé un taxi y me disfracé dentro de él. Ya saben, gorro, lentes, bufanda. Era verano, pero en Londres (gracias a Dios) siempre hace algo de frío. Luego me bajé del auto y me subí a dos o tres más, los cuales hice circular por toda la ciudad. Era consciente de que cada minuto desperdiciado era una oportunidad nueva para George, pero si quería que funcionase y los paparazis no lo arruinaran, debía hacer las cosas así. 

Cuando estuve seguro de que no me seguían, le dije al conductor que se dirigiera hacia alguna tienda de disfraces. Me bajé y compré una pechera de plástico de caballero de la edad media. Luego fuimos a una florería y compré un ramo de rosas rojas. ¡Vamos, debía ser precavido!
Por último le di la dirección de su departamento. Eran apenas las seis y media de la mañana, así que ella debía estar ahí. No me importaba despertarla. Me bajé, colocándome el disfraz y sosteniendo las flores con una mano. Respiré hondo y me encaminé al portero electrónico. Apreté el botón de su departamento. Pasaron algunos minutos. Nadie respondió.

Comencé a ponerme nervioso. Toqué el timbre dos veces seguidas. Contemplé mi reloj. Diez minutos. Nada. Me pié rebotaba contra el piso en un gesto de ansioso. De nuevo, esta vez tres toques seguidos. Si estaba dormida, ya debería de haberse levantado. ¿Verdad? Pero no contestaron. Me di la vuelta abatido y encaminé mis pasos al taxi. Entonces escuché una voz. “¿Hola?” Corrí a colocarme junto al portero.

-Soy Paul.

- ¡¿Qué haces aquí?! – chilló alguien. No era ella.

-¿Sofi? – consulté.

-¡Sí! ¡Me alegro mucho de escucharte!

-También yo. – mentí. Quería mucho a la rubia pero en ese momento me traía sin cuidado.-¿Está Angela?

-No, se fue al hospital. –suspiré. Al menos no se hallaba en lo de George.

-Gracias. Entonces me voy. –concluí. –felicidades por el casamiento.

-¡Gracias! ¿Acaso no es genial? Richard y yo…

En ese momento cerré la puerta del auto. Sabía que me perdonaría por dejarla hablando sola cuando supiera mis propósitos. O tal vez no. Quizás era de las que pensaba que estaríamos mejor separados. Aghh. Me daba igual. Indiqué al conductor la calle del hospital.

Recorrimos varias calles que se me antojaron interminables. La gente caminaba por las aceras, cada quien en su propio mundo. No me entraba en la cabeza que pudieran existir tantas historias de vida al mismo tiempo. Lo que estaba pasándome me embarcaba de una forma impresionante. Hacía que pensar en gente que no estaba al tanto y que no le interesaba, fuera imposible.

Al fin divisé el gran edificio. No me podía creer la cantidad de paparazis que había. ¡¿Por qué?! Ella no me aceptaría si la relación se hacía pública incluso antes de que comenzara. Además,  ¿Cómo ocultaría las rosas? Podría llegar a decir que eran para John, pero sonaba demasiado gay.

El taxista hizo sonar su bocina por una chica que se cruzó en nuestro camino. Me entraron ganas de matarlo. Algunas personas miraron en nuestra dirección.  Inconscientemente eché un vistazo. Sentí que una señora mayor de piel morena clavaba sus ojos en mí. Las ventanas no eran polarizadas. Se acercó lentamente cuando estacionamos. Creí que seguiría de largo pero le dio unos golpecitos a mi vidrio.

-¿Tu eres Paul? – preguntó.

-Sí… -titubeé, desconfiado.

-Déjame subir. – ordenó. Yo la miré extrañado pero por alguna razón, le hice caso. – De la vuelta por favor, déjenos en la puerta de atrás. – pidió al chofer. El hombre obedeció –Raina Lowrence. – se presentó, tendiéndome la mano. Se la estreché.

-Paul McCartney.

-Vaya que he oído de ti. – murmuró, sonriendo.

Iba a replicar pero el auto se detuvo. Pagué lo que debía y bajamos. La señora me hizo pasar con ella por la parte de personal exclusivo.

-Escúchame bien. –dijo mirándome a los ojos.–Si llegas a partirle el corazón a mi niñita de nuevo te arrepentirás. – amenazó. Yo la miré confundido.– Conozco a Angela y sé por lo que ha pasado.

-Prometo no hacerle daño. – le aseguré, aunque no sabía por qué lo hacía. Tal vez su tono autoritario tenía gran efecto en mí.  Entonces ella sonrió y me guiñó un ojo.

-Está en el piso tres, habitación 113. Apresúrate. – me aconsejó.

Asentí y eché a correr. Continuaba muy extrañado pero ya no podía pensar en otra cosa que no fuera en ella. Llegué a los ascensores pero me decanté por la escalera. No eran muchos pisos y no podía parar o esperar a la máquina. Entré en el pasillo a trompicones. Miré las puertas a la desesperada hasta dar con la que buscaba. Sentí que la mano me tembló al apoyarla sobre ella. <<Es la hora>> Pensé.

Las bisagras no hicieron ningún ruido al abrir la puerta. Mi corazón casi se detuvo al observar una muchacha un tanto más baja que yo con uniforme de voluntaria. Tenía hecha una pequeña cola y algunos mechones se le escapaban de la liga. Estaba hermosa incluso de atrás. Tragué saliva y escondí las flores tras mi espalda. Di un paso adelante y la chica se dio vuelta, sobresaltada.
Al fin sus ojos claros me miraban fijamente otra vez. No llevaba maquillaje, como de costumbre. Sus pestañas ni muy largas ni muy cortas, negras. Sus labios rosas seguían siendo como los recordaba y también sus nariz y sus orejas. El flequillo todavía le tapaba la frente.

-Paul. – murmuró. Escuchar mi nombre en sus labios otra vez fue un deleite inexplicable. Pero me entristeció que lo pronunciara desconfiada, como si yo no debiera estar allí, o eso significara algo malo.

-Hola, Angela. –saludé. E intenté sonreír; mi gesto se evaporó enseguida al comprobar que no me imitaba.

-¿De verdad eres tú? –preguntó. - ¿No estabas en Tailandia? – ¿Eso quería decir que había esto preguntando por mí? Bajó un poco su mirada.- ¿Qué haces con un disfraz de arquero? – sus cejas se fruncieron.

-Se suponía que era de caballero. Ya sabes, una armadura. – comenté, sintiéndome algo ridículo. Las comisuras de sus labios se elevaron solo un poco.

-No lo parece. – desacordó.

-Es una lástima. –ahora ambos reímos suavemente. – Me alegra volver a verte. –confesé.

-¿Ya no me odias? – soltó. Supe que no había querido decirlo pero tampoco había podido evitarlo. – Lo siento, no era mi…

-No te disculpes. – la corté. Angela me observó afligida. – Quiero decir, - intenté arreglarlo. – ya lo has hecho.

-No te sigo. – informó, negando lentamente con su cabeza.

Metí mi mano libre en el bolsillo de mi pantalón y extraje con cuidado la canción. Me acerqué despacio y se la di. Desdobló el papelito con precaución, sin comprender. Entonces ahogó una exclamación con su mano y sus mejillas se coloraron. Sus profundos ojos me escrutaron ansiosamente.  

-Aquí. – señalé la frase que decía: “¿Cuantas muertes se comenterán hasta que se sepa que mucha gente ha muerto? ”. – ¿Ves? Ya me has pedido disculpas.  – Su rostro se puso tenso, los ojos empezaron a brillarle. –Y yo te perdoné, Angie. – susurré.

De pronto ella se colgó de mi cuello y me abrazó con fuerza. La impresión me hizo soltar las flores y automáticamente mis manos volaron a su cintura. Podía sentir su piel tibia bajo la tela de nuestras prendas. Un sentimiento de calidez me embargó por completo. Inhalé su perfume. Olía exquisitamente.

-Gracias, gracias, gracias, ¡Gracias! – repitió infinitamente en mi oído. Su voz expresaba un gozo tan entrañable que casi se me paró el corazón. Ella también era feliz. Experimenté algunas lágrimas en mi hombro. Pasé mi mano hacia arriba y hacia abajo por su espalda, reconfortándola.
Luego la apreté todavía con más fuerza, hasta que levantó sus pies del piso y giramos un par de veces. Angela se río a carcajadas y yo también. El momento era simplemente indescriptible. Los dos encerrados en una pequeña habitación blanca, que no tenía más que una cama y un televisor. Por la ventana se colaba la luz mortecina de Londres. Yo ya no me sentía una persona. Era como si de pronto mi corazón se hubiese fundido con el de ella y latieran juntos, a ritmo. Un solo ser.

La bajé. Era hora de enfrentar la verdad y pedirle que dejara a George. Debía pelear por ella. Después de todo…  traía armadura.

-Angela. – la llamé. Ella abrió los ojos y el imaginarme que le dedicaba esa mirada tan íntima a otra persona casi me destruyó. – sé lo de George. – comencé. Instantáneamente su rostro se congeló, petrificada. Intentó decirme algo pero la callé. – Por favor, déjame terminar, porque no sé si podré decir esto de nuevo. – le rogué. La muchacha guardó silencio, otorgándome toda su atención. - He pasado el último tiempo intentando olvidar el pasado, convencido de que estar juntos no es lo correcto. –comencé. Sus hermosos ojos se ensombrecieron. - Todos dicen que nos haría mejor separarnos definitivamente.- anuncié. Luego guardé silencio por unos segundos, organizando mis ideas. Le regalé una sonrisa franca ante la que ella no supo qué responder-  ¿Pero qué saben los demás? Los que más importan somos tú y yo. –declaré. Ahora entendía esa frase de tener el corazón en el puño. Yo se lo quería dar a ella. -  Y no recuerdo momentos más felices en mi vida como los días que estuve a tu lado, al igual que en mis períodos más negros no te hallabas por ahí.- Ella hizo una mueca, pero avancé. - Siento que estoy realmente vivo cuando estás a mi lado, y de lo contrario, sigo sin vivir. –Recité. Me sentía temblar como una gelatina interiormente, pero mi voz sonaba firme y calmada, convencida. – Perdóname por haber pasado tanto tiempo en silencio.

-Oh, ¡Paul! – exclamó y esta vez sí que las lágrimas surcaban su rostro. Tal vez pensaba lo mismo que yo, había llegado demasiado tarde. Angela era tan buena que no se atrevería a traicionar a George.-¡Claro que te perdono! – esa frase fue incluso mejor que oírle decir mi nombre. Sonreí de oreja a oreja. No me podía creer que había sido capaz de esperar tanto tiempo, agonizando con un estúpido plan cuando pude haber venido y haber hecho justamente esto. 

-¿De verdad?

Como respuesta, se puso de pie y me atrajo hacia sí. Unió nuestros labios en un solo movimiento. 

Tardé un momento en procesar lo que estaba ocurriendo, pero enseguida me puse al tanto. Era el momento más genial de toda mi vida. Le devolví el beso con fervor y no encontré ninguna traba. Finalmente sentía el familiar calor que me producía el que ella enredara sus delicados dedos en mi cabello. La sostuve más firmemente de la espalda. Ella aprovechó a desatar mi armadura y cuando tuve que separarme para ayudarla con eso, me sentí un poco mal por el castaño.

-¿Qué pasa con George? –le pregunté. Angela me miró sin comprender. ¿En serio me iba a obligar a decirlo? – Que ustedes… - se me trabó la lengua. – ustedes se… se

-¿Nos besamos?

-Sí, bueno, eso y… -suspiré. – que se acostaron. – finalicé en un susurro casi inaudible. Sentí que me ponía colorado. ¡Ay, McCartney!

A Angela le dio un ataque de risa. La miré con ojos desorbitados.

-¡Nosotros no tuvimos sexo! – exclamó, parecía divertidísima, sin embargo, yo la conocía mejor que nadie, y había detectado el tono de horror. - ¿De dónde sacaste esa idea?

Fue como si me sacaran tres toneladas de peso de encima.

-Él me contó que se emborracharon la otra noche, dijo que te acostó en la cama y…
-se fue a dormir en el sillón. –terminó ella por mí.

-¿A si? – pregunté, necesitaba asegurarme.

-¡Sí! Siento que nos besáramos, pero no sabía lo que hacía y pensé que eras tú, y yo…

Una sonrisa se expandió por mi rostro mientras ella buscaba palabras para disculparse, parecía realmente afligida. Volví a acercarme y la callé con un beso, justo como quería. Me separé y entrelacé nuestras manos.

-Entonces es fácil. –Comenté- ¡Estemos juntos! – ella sonrió ante la idea, la cara se le iluminó. - Presentía que había una razón por la que no quería perdonarte. ¡Es que no deseaba dejarte ir! ¡No estaba listo! – me emocioné. Angela me abrazó. -Y ahora sé que jamás podré estarlo.- susurré en su oído.

-Te amo. – murmuró.

-Es un alivio, creí que no te oiría decirlo nunca. – la pinché, ella tiró vilmente de un mechón de mi cabello. – yo también, Angela. Mucho más de lo que puedas imaginar. –me apresuré a aclarar.

- Así me gus- comenzó, pero se detuvo abruptamente. -¿Esas son flores de verdad? – preguntó. Al parecer había visto sobre mi hombro y las había hallado tiradas en el piso.

Me separé, pero la sostuve de la mano. Recogí las rosas y se las entregué.

-Para ti. Una niña me las recomendó.

La morena las olió y me regaló otra sonrisa. Podría acostumbrarme a esto.

-Angie. – la llamé.

-¿Sí, Paul?

-¿Quisieras estar conmigo?- Comencé a actuar como un niño pequeño, pero la miré directo a los ojos. Su sonrisa se ensanchó tanto que unas arruguitas se formaron a los lados de sus ojos. Las pupilas le brillaron.

-Bueno, la verdad es que no sé si me mereces. – Comentó cruelmente, sin quitar la mueca de alegría- me has hecho esperar por casi 137 días.-recriminó, me sentí feliz de que llevase la cuenta.  Finalmente negó y sus ojos traspasaron mi alma.- Me encantaría.

Después se acercó, y nos besamos otra vez, dando inicio a una larga relación, que acabaría en  matrimonio y cuatro hijos. Angela sería la mejor esposa y madre que el mundo conocería jamás. Y la parte que más me gustaba: ella era toda mía.

Ah, claro, yo era todo suyo también.


FIN. 


Encontrar qué fue mal sin culparnos el uno al otro.

Representan exactamente lo que no hice. Literalmente te otorgué toda la culpa. Leer esta frase es como tenerte a mi lado, completamente ofendida por mi comportamiento. Reprochándomelo con razón. Pero  no es plural en vano. ¿Tú también me culpas por algo? Seguramente, por abandonarte. Por haber sido un completo cobarde durante cuatro  meses. Lo siento, Angela.  
Continué con la lectura. 

¿Cuantas muertes se cometerán hasta que se sepa que mucha gente ha muerto?

Este tiene que ver contigo. Estoy seguro. Describe perfectamente la situación. El final de la vida de Miranda Kane, para convertirte en Angela. Es como si estuvieses pidiéndome perdón a gritos, aceptando lo mucho que te equivocaste. Te juro que si en realidad nos halláramos  frente a frente, te callaría con un beso.

Tragué saliva para intentar desarmar el nudo que se había formado en mi garganta.

Leí por milésima vez la letra. Observando con detenimiento cada una de las frases subrayadas y desprendiendo a partir de ellas un mar de sensaciones y un torbellino de pensamientos enroscados y contradictorios.  

Bajé los ojos para contemplar la última oración, una que no era parte de la letra. Estaba gastada, y era casi ilegible, pero sabía descifrarla. Tinta negra, letra curva. Angela.

“Te amo, Harry”.

-Yo también. –susurré, deseando con todo mi corazón que esas tres palabras todavía fueran ciertas.


Abrí los ojos por segunda vez esa mañana. Aunque no estaba muy seguro si continuaba siendo “mañana”. Miré el reloj del gran salón. Sí, las tres de la tarde. Me desperecé y quise que todo fuera un mal sueño, pero la realidad fue cerniéndose sobre mí otra vez.

De pronto entré en pánico: la canción no estaba. Comencé a buscarla frenéticamente. Levanté almohadones y hasta corrí el sillón del lugar para revisar el piso. No la encontré. Observé la alfombra que reposaba bajo la mesa que estaba a mi lado. Me incliné y la levanté un poco. Suspiré aliviado al encontrar el papel allí abajo. Lo tomé y volví a doblarlo con extremo cuidado.
Lo metí en mi bolsillo. 

Me incorporé y fui de nuevo a mi habitación. Al abrir la puerta y contemplar el interior, mi boca formó una perfecta “o” y mis cejas se alzaron incrédulas. Estaba arreglado. Como si mi arrebato nunca hubiese sucedido.

Ingresé despacio, temiendo haberme equivocado y que fuera el cuarto de alguien más. Abrí el primer cajón de la cómoda. Mi ropa seguía allí. Qué extraño. Observé una vez más y descubrí que habían quitado el espejo roto pero que no lo habían reemplazado. Terminé por encogerme de hombros y buscar el traje de baño.

Bajé a la playa diez minutos después. Divisé a mi tía sentada bajo la sombra de una palmera y la saludé con la mano, pero no me acerqué. Ella me respondió asintiendo con la cabeza. Me aproximé al agua lentamente y dejé que mis pies se mojaran. Estaba deliciosa. No lo dudé y corrí a las olas. Pasé al menos una hora ahí dentro, despejando mi cabeza de cualquier pensamiento que no fuera el mar.

Salí exhausto y me derrumbé sobre la arena. Instantáneamente escuché un chillido de horror. Di un respingo y quedé arrodillado. Había arruinado el castillo de una pobre niña. Me sentí fatal. Esperé, anticipando el mar de lágrimas, pero al poner mi atención en ella, descubrí que la rubia me miraba casi con devoción.

-¡Paul! – chilló otra vez, ahora parecía alegre.

-¡Hola! – respondí en el mismo tono.

-¡Estás aquí!

-¡Tu también! – de acuerdo, eso ya había comenzado a ser extraño. Volví a mi tono normal. – Perdón por arruinar tu castillo. – me disculpé. – No lo vi.

La muchachita le quitó importancia con un gesto de la mano, tenía unos ojos muy parecidos a los míos. Busqué a sus padres con la mirada, supuse que serían la pareja de adultos que se encontraba a unos metros. No había mucha gente en aquel lugar.

-John está aprendiendo a caminar otra vez y Ringo se va a casar. Dylan sigue con Candy y George terminó con Mary, más bien al revés. – se acercó a mí y yo le presté mi oído. – Dicen que ella lo dejó por teléfono. – susurró con un tono de claro disgusto. Sonreí, esta pequeña estaba poniéndome al tanto de mis amigos.

-Sí, eso es lo que me ha dicho. – le comenté.

-¿Todavía hablan? – preguntó, abriendo mucho los ojos. Lo miré serio.

-¡Claro! – contesté. - No pensaste que me pelearía con ellos. ¿O sí? – levanté una de mis cejas. Ella se sonrojó.

-Creí que por eso te fuiste. –murmuró, ruborizándose y posando su mirada en la arena. Apoyé una mano en su hombro para que me mirase.

-The Beatles jamás desaparecerá. Seremos amigos toda la vida. – le prometí. Al mismo tiempo experimenté una punzada. George.

-Entonces… ¿Por qué hace tanto que no los veo juntos? –inquirió, casi que me echaba la culpa.

-Quería pensar tranquilo – ahora fui yo el que me acerqué a su oído. – en una chica. – terminé.

-¿Y ella es tu novia? – sus ojitos brillaron de curiosidad.

-No. – respondí, sonando un poco seco, tal vez.

-¿Pero la amas? – insistió. Le di una sonrisa triste.

-Muchísimo. Es que creo que a ella le gusta otra persona. – expliqué.

-Oh. – sus ojos se pusieron tristes. Comenzaba a reconocerla de algún lado. - ¿Se casó?

-¿Qué? – reí. - ¡No! – soltó un suspiró y se pasó una mano por la frente, en un claro gesto de “fiuff”.

-Mi prima dice que hasta que la gente no se casa todavía puedes pelear por ella. –me pareció un razonamiento bastante válido.

-¿Tú que crees? –me interesé.

-Que tiene razón, por su puesto. – sonrió, le faltaban dos dientes.

-¿Y qué dices si voy a pelear por ella? –se lo pensó un momento.

-Digo que deberías ir con armadura de caballero y una rosa. – me miró satisfecha.

-¿Sabes? Me parece que tienes razón. –concordé. - ¿Cómo te llamas?

-Ally.

Entonces la recordé. Se trataba de la pequeña que le había pedido un autógrafo a Miranda cuando casi la había besado en ese almuerzo de comida mexicana.

-Dime, ¿Eres fan de alguien? –curioseé.

-Sí, de The Beatles, Miranda me dijo que eran la mejor banda. –respondió henchida de orgullo.

-Muchas gracias, Ally. –le dije.–No tienes idea de lo que acabas de hacer. – comenzaba a plantearme seriamente sus palabras. La apreté entre mis brazos y le di un beso en el pelo. Cuando la solté estaba roja.

-¡Mamá! – gritó y se fue corriendo junto a sus padres.

La seguí riendo y conversé un rato con ellos. La señora me pasó su contacto porque le dije que me encantaría llevar a Ally al concierto de bienvenida. Prometí llamarla cuando tuviera bien la información.

 Me acerqué a mi tía Gloria y le dije que necesitaba un vuelo a Londres urgentemente. Ella me miró extrañada, pero no preguntó.  Esa misma noche salí volando de Tailandia de regreso a mi país natal. Un nuevo plan se formaba en mi mente.

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Bueno, gracias por haber leído, no sé que más decir jaja Ahora falta el epílogo en el que se aclaran un par de cosas.