Paul, Tailandia. Cinco Meses Después.
(Sí, claro. Como si yo hubiese dejado pasar tanto tiempo).
Seis horas más tarde.
Mi teléfono comenzó a sonar arrancándome abruptamente de mis sueños. Me enfadé. Esa noche casi lograba besarla, estaba seguro de que si mantenía los ojos cerrados apenas unos segundos más… pero no. El inoportuno de Harrison tenía que comunicarse conmigo.
Me incorporé en el inmenso colchón dando un respingo. ¡George! Moví las piernas para liberarme de las sábanas blancas, pero en la desesperación hice un bollo y me enredé en ellas. Estiré la mano para tomar el aparato que reposaba escandalosamente en la mesa de luz, y, al capturarlo, caí al suelo, convertido en un inmenso capullo de tela de lino. Suave.
-¿Hola? –contesté, rogando porque no hubiera cortado. Costaba horrores comunicarse desde este lugar bellísimo, pero desamparado de la sociedad.
-¿Paul? – respondió su gruesa voz característica. Suspiré de alivio al comprobar que la línea funcionaba de maravilla. De todas formas, me di la vuelta y decidí quedarme tendido en el suelo, con la cabeza y la espalda apoyadas en él; solo por si acaso. -¿Estás bien? Suenas algo… agitado. –comentó.
-Sí. –Afirmé. – es solo que me caí de la cama. – admití. El castaño soltó una carcajada. -Estaba durmiendo. –aclaré, algo molesto por su reacción. Desde el piso pude divisar la luna grande y redonda a través de la ventana abierta, por donde entraba una suave y refrescante brisa. Miré mi reloj.–Son las tres de la mañana. –le espeté.
-Oh, siento tanto interrumpir tus sueños, Paulie.–dijo con tono burlón. –Si quieres puedo esperar a la siguiente vez que puedas comunicarte para contarte… -hizo una pausa lo suficientemente larga como para que a mí me comiera la ansiedad. –las noticias. –finalizó. Y aunque no estaba viéndolo, me encontraba seguro de que había levantado las cejas.
-Dímelo. – le exigí.
-¿Seguro quieres saberlo? No pareces muy emocionado. – observó. No recordaba la última vez que me había despabilado tan rápido. No era momento para ponerse a bromear.
-Dímelo ahora o te juro que nado hasta Londres para sacártelo a puñetazos –Lo amenacé. George era el más serio de todos mis amigos, no podía creer que se estuviera tomando este asunto tan a la ligera.
-Si es que no te mueres en el intento. – apuntó.
Listo, ya estaba. Había colmado mi paciencia. ¿Qué demonios le pasaba a este chico? Si hubiera querido bromas, creaba este plan con John, no con él. El castaño no tendía a ponerse chistoso. A menos que…
-Me llamas porque ya tienes lo que necesitábamos saber. ¿Estoy en lo cierto? –cambié de conversación, haciendo acoplo de fuerzas para llevar mi voz a un tono serio.
-Por supuesto. Quedamos en que averiguaba las cosas y me comunicaba contigo para decírtelas. –corroboró.
-Y entonces… ¡¿Por qué no lo haces?! –me exalté, perdiendo momentáneamente la paciencia.
-Yo… - hizo una pausa tan larga que hasta creí haber perdido la llamada, pero al fin lo escuché suspirar profundamente, muy profundamente. - No tuve intención Paul, de verdad. –comenzó a disculparse. Oh no, estas eran malas señales. Sospechaba que su perdón no tenía que ver con que retrasara el momento de la verdad.–Te juro que de haber tenido un poco más de control… pero estoy tan devastado. No supe qué hacer… y las cosas sucedieron muy rápido. El alcohol, la música…
Sentí mi corazón acelerarse. Sus palabras eran agujas que se clavaban en mí. Sonaba decepcionado de sí mismo, y George Harrison no hace eso a menos que se haya equivocado en grande. En enorme, en dimensiones catastróficas. ¿Qué le había hecho a Angela?
El plan era simple, se juntaban a charlar, él le proponía la idea descabellada de revelar lo de Miranda Kane y así yo descubría si continuaba amándome. ¿Qué podría estropearlo?
-Mary me dejó.–reveló en un murmullo casi inaudible.
<<Eso probablemente lo arruinaría. Mierda. Los corazones rotos no sirven para misiones de chicas.>> pensé.
-Por favor, intenta explicármelo de forma que lo entienda, George. –Presioné. Lo oí tomar una gran bocanada de aire.
- Angie vino a mi casa a eso de las cinco. – Comenzó- yo intentaba con todas mis fuerzas no pensar en ella. –Dijo refiriéndose a su novia, o ex novia, probablemente.-sentí como que necesitaba relajarme un poco y además quería armar el ambiente adecuado para sacar el tema de ustedes. Ya te he dicho que jamás habla de ti y me pareció grosero proponer algo así tan repentinamente.–Se excusó. Contuve la respiración, no presagiaba nada bueno.–Entonces abrí una botella de vino. –Me quedé sin palabras. Simplemente no estaba bien que el castaño tomara, no tenía ni pizca de resistencia. Y Angela tampoco.
-¿Y luego? – Lo apremié, obligándome a presionarlo aún más.
-Nos pusimos a bailar y cantar, y de la nada ella apareció cargando unas cervezas. –Su relato se detuvo abruptamente. Lo sentí vacilar. –ahí nos descontrolamos, yo estaba enfermo de consuelo. La tomé entre mis manos y la besé. – anunció hablando muy rápidamente. Me tomó algunos segundos asimilar sus palabras.
Literalmente, mi corazón se paró. Sin embargo, al parecer, Dios no creía que fuera mi hora todavía porque enseguida comenzó a latir de nuevo, aunque a un ritmo algo irregular. Creo que hubiera preferido la muerte. Las imágenes de ella y George besándose me ponían enfermo. “La tomé entre mis manos”. Angela no debería estar en otro lugar que no fueran mis brazos. Me pareció que me enfermaba a una velocidad desconocida. Un extraño sentimiento masoquista se apoderó de mí. Cuando volví a hablar, mi voz era tan glacial que casi no podía reconocerme.
-¿Qué hizo ella? –pregunté calmadamente. Parecía lunático. George no respondió. – Por favor, sólo dime qué hizo ella. – Repetí, sin un ápice de emoción en mi voz.
-Me devolvió el beso. – asentí aunque no estuviera en frente mío. Sin darme cuenta me había ido levantando hasta quedar apoyado contra la mesa de luz. – Después se retiró dando un respingo y absolutamente enojada porque pensaba que estaba traicionando a Marianne.
El nombre completo no me pasó inadvertido, pero no estaba como para preocuparme por él. Mis labios se curvaron en una sonrisa. Mary parecía ser su único impedimento. Pero claro, ¿Por qué debería ella preocuparse por mí? Yo no era su novio hacía mucho tiempo. Nosotros no éramos iguales, al parecer sus heridas sanaban más a prisa.
Me encontraba tan metido en mis propias conjeturas cínicas que no me percaté de que mi amigo había proseguido con su relato. Procuré volver mi atención hacia él.
-…la acosté en la cama… -fue inconsciente, como un acto reflejo. Mi dedo simplemente se deslizó por la tecla roja.
En un instante, todo el calor volvió a mi cuerpo. Sentí mis mejillas arder e incluso creí que me pondría a vomitar allí mismo. Arrojé el aparato contra la pared lo más fuerte que pude. Este colisionó en el elegante espejo antiguo que funcionaba como decoración y ambos se hicieron añicos. Mas no me hizo sentir mejor, en lo absoluto. Me puse de pie bruscamente y comencé a tomar y arrojar cualquier objeto que se cruzara en mi camino.
No sólo la besó, sino que se acostaron juntos.
La fuerza de la verdad me golpeó duramente y caí rendido en el colchón, ahora desprovisto de sábanas, almohadas y demás.
¡¿Qué iba a hacer?! Recordaba con excelente nitidez la charla con Miranda acerca de lo bonito que era George. Y lo peor de todo era que no podía reprochárselo porque, técnicamente, ambos estaban solteros. Eran amigos, excelentes personas. Yo los quería muchísimo, a los dos. Más a George, pero después de todo, él era casi un hermano para mí. Un hermano que ahora deseaba se evaporara de la faz de la Tierra.
Exhalé todo el aire de mis pulmones en un grito que se vio ahogado por el inmenso colchón, contra el cual aplastaba mi cara en ese momento.
¿A quién intento engañar? ¡Él es mucho mejor partido que yo! Con su estúpida forma buenuda de ser. Es obvio que lo elegiría por encima de mí. ¡Yo no siquiera estoy en Londres! ¡Hace cuatro meses que no me ve la cara! Y como cereza del postre, todavía cree que sigo enfadado con ella. Continúo haciéndola miserable.
¿Quién ha estado ahí en mi ausencia? George. George y sus malditas clases de canto y guitarra. George y su bonita –nótese el sarcasmo- voz gruesa. George y su sala de música. George y su pierna rota. George y su rehabilitación.
¿Es que acaso este chico no tiene compasión por uno de sus mejores amigos?
Me tocó de gemir. Sabía lo patético que me veía en ese momento, pero no me importó. ¿Por qué no me limité a buscarla el día en que encontré la canción? Las cosas hubieran sido mucho más simples que ahora.
<<Mal nacido Harrison>>. Pensé, y me quedé tendido allí no sé cuánto tiempo.
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Volví de la muerte! Jaja he aquí la primera parte de uno de los últimos capítulos, se viene el final!
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