jueves, 16 de agosto de 2012

Capítulo 55

Paul.

Ver a John despierto era algo indescriptible. Una persona dijo una vez: “No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes” y era tan cierto que me asombraba.  Había estado cerca, demasiado. Ver sus ojos abiertos, y escuchar su típico tono de voz, era un milagroso regalo.
Con todo lo que había pasado, me sentí igual que luego de un concierto específicamente intenso. Ese sopor que se adueña de ti y te obliga a tener los hombros sueltos, relajados. Y por supuesto, las cosas se fueron a la mierda después de escucharla mentir, otra vez.
Me hallaba cansado. Harto de casi todo, irritado. No soportaba quedarme quieto; no aguantaba ver a John golpeado, roto y lastimado; estaba reventado de preocuparme y victimizarme; abatido por el ambiente que se respiraba en aquel lugar; enojado por pensar cada segundo en ella y dolido por su reciente traición. Necesitaba salir, desahogarme, como Chio me había sugerido.

Asi que allí estábamos los cuatro, no había escritorio que nos separara de Brian Epstein esta vez. Sentados en unas precarias sillas de hospital (a excepción de George), en un habitación pequeña y desocupada que habíamos conseguido. En forma de círculo, todos mirándonos las caras.
-Bueno chicos, estamos en un momento bastante crítico para The Beatles. –comenzó nuestro representante. La atmósfera tenía un matiz tenso, no era como las demás reuniones, mi mejor amigo no se encontraba allí. 
-No creo que deberíamos hablar esto sin John. –acotó Ringo, enseguida.
-Sabes que ni siquiera puede levantarse –refutó George- menos vamos a obligarlo a pasar por esto, es demasiado… ¿Conmocional?-terminó algo inseguro.
-Linda expresión-dijo Brian.- Aunque la palabra no exista. –agregó. Los demás reímos con el comentario, aunque fue una risa falsa y se debió más al nerviosismo. –Significa que John no se encuentra en condiciones de mantener una charla tan importante, podríamos decir que estamos decidiendo nuestro futuro. George, quien se encontraba a su lado, apoyó una mano en su hombro, demostrando su acordamiento.
-¿Qué vamos a hacer? –pregunté, yendo al grano. Deseaba largarme de allí cuanto antes, sentía mi cabeza a punto de explotar.
-Deberá transcurrir al menos un año hasta que nuestro John se encuentre del todo sano. Las giras, y la atención que tienen en estos momentos, no le ayudará en nada.-anunció.
-Sería suicida. –dijo Ringo por lo bajo. Yo, que sí lo había oído, asentí.
-También tenemos que preocuparnos por tu pierna. –prosiguió dirigiéndose directamente a George. Él frunció el seño.
-Tendré el yeso un mes, y luego rehabilitación otros treinta días, para entonces estaré como nuevo. –se defendió. Los otros reímos con eso. El castaño era obstinado; no lo había admitido, porque su forma de ser se lo impedía, pero seguro estaría atravesando un infierno con su pierna quebrada.
-Serán al menos cuatro meses de rehabilitación. –corrigió Brian. – Te fracturaste el fémur y el peroné, ambos expuestos. –dijo. El silencio se adueñó de la sala. Inconscientemente pasé mi mano desde la cadera hasta debajo de la rodilla, sintiendo mi extremidad; debía ser terriblemente doloroso tener la pierna entera inutilizada. Harrison solo bufó. –Tú mejor que nadie sabes la importancia de mantenerse saludable.-continuó consolándolo Epstein. – Es mejor prevenir, que lamentar.
-Entiendo. –susurró él, abatido.
-Entonces, caballeros,-continuó el mayor, retomando la antigua charla- la pregunta es ¿Seguimos a flote, o dejaremos que se hunda el barco?
Silencio sepulcral. Nadie movía un músculo. Miré de reojo a mis amigos, que se encontraban tan consternados como yo. Intenté imaginarme a Ringo, George y solos en las entrevistas, en los conciertos. No podíamos continuar sin John, éramos una banda.  Sería imposible seguir, pero catastrófico si dejábamos que “el barco se hundiera”. Solté un suspiro.
-No creo que debiéramos continuar. –dije por fin. Epstein asintió con su expresión grave y los demás me miraron con ojos desorbitados. –Pero- me apresuré a agregar, Ringo se hundió en su silla, aliviado. – Sí me parece necesario que John y George con su pierna, estén con nosotros. –puntualicé. El castaño me lanzó una sonrisa, agradecido. –No sé qué hacer entonces. –confesé, bastante abatido.
-¡Yo sí!-gritó George, al parecer emocionado ante su nueva brillante idea. – Primero, creo que es fundamental que sepas, Cerdo, -empezó dirigiéndose a él, como siempre hacía. – Que Paul, aquí presente –aclaró señalándome- se encuentra incuso peor que John si comparáramos el estado físico de uno, con el mental del otro.
Iba a objetar algo, y sin embargo dejé mi boca cerrada. Harri decía la verdad, y Brian, quien escuchaba atento pero confundido, hubiera terminado comprendiéndolo de todos modos.
-Esta es mi propuesta:–expuso, dándole una entonación que bien podría ser la de un vendedor de coches ante su más reciente modelo de auto. - vacaciones.
-Estás demente. –dijo Ringo, y comenzó a reír. -¿Con todo lo que tenemos que hacer? –consultó.
-Exacto. Los cinco hemos vivido un infierno en los últimos días. –se explicó.- Los conozco lo suficiente como entender que ninguno tiene ganas de pasar por las entrevistas y acosos que nos esperan para saber algo de Johny y yo. –continuó refiriéndose a sus estados físicos – Y también sé, o por  lo menos lo siento así, que estaríamos traicionándolo si continuáramos sin John.
-Si es por el bien de la banda…- dudó Ringo, el siempre pensando en los demás. – no deberían preocuparse tanto.
-George tiene razón. –lo apoyó el baterista, reavivado por sus palabras. – podríamos parar durante todo el próximo año, y cuando ustedes estén mejor, ¡BAM! Súper mega show de regreso.
-¡Eso suena magnífico! –exclamé, por mi parte.
-¿Brian? –consultó George, nada estaría hecho sin su aprobación.
-Sería arriesgar demasiado… -opinó, pero más para sí que para nosotros.
-Paul acaba de enterarse que su novia muerta en realidad era la actual y que ella está vivita y coleando. –acotó el baterista.
-¡Starkey! –lo reté. No podía creer que lo hubiera dicho.
-Además cree que el accidente es su culpa porque estábamos buscándolo cuando sucedió.
-¡Harrison! –volví a gritar. No podía creerlo.
-Y eso que se había escapado para “pensar” –la siguió otra vez Ringo- era totalmente entendible que te perdieras por unas horas. –lo miré con los ojos fuera de mis órbitas, pero él no me hizo caso; mis amigos miraban a Brian expectante. El hombre se dirigió a mí.
-¿Eso es cierto? – exigió, anonadado. Si bien sabía algo sobre mi estado, no lo suficiente como para saber todo aquello.
-Sí, lo es. –Acepté a regañadientes- pero no significa que tenga que dejar el trabajo o algo parecido. –me apresuré a añadir.
-Está decidido. Reunión concluida. –respondió Brian. –Buena suerte en sus vacaciones, chicos.-dijo poniéndose de pie y guiñándonos un ojo. –Yo me encargo de todo, podríamos sacar algún disco con aquellas cintas que tenemos, o un video sobre la gira en Estados Unidos. Ustedes intenten relajarse; nada de alcohol o drogas. –nos pidió, o más bien nos ordenó. Y con su aire habitual de hombre importante, abandonó la habitación. Era todo un genio, debo admitir, aunque siempre solíamos llamarlo ''cerdo''
-Son unos tontos. ¿Lo sabían? –Dije a penas se fue. Ellos se quedaron de piedra, preguntándose si de verdad estaría enojado. –Los quiero mucho. –añadí después. Los dos soltaron una carcajada, Ringo se abalanzó sobre mí.
-¡Hey!-se quejó George. Nosotros lo miramos, sonreímos pícaramente y nos tiramos sobre él. -¡Cuidado con las silla, idiotas! –advirtió y los tres comenzamos a reír.

Eran las tres de la madrugada. La noche estaba extrañamente silenciosa, y unas nubes grises dominaban el cielo. Yo me encontraba observándolo todo desde el balcón de nuestro apartamento. Me había despido de John, de Chio, de los chicos y las chicas. De mi hermana y su odioso novio que otra vez se encontraba de visita. Mis tíos me esperaban en Holmes Chapel para ayudarme con las maletas.
Había llamado a mi tía Gloria. Dudo que la recuerden, es la mujer que acompañaba a Olivia en sus viajes fotográficos mientras yo me quedaba en casa, hasta que fuera mayor de edad. Hacía años que no la veía, y nos teníamos un gran afecto. Estaba a punto de empezar una nueva excursión, que duraría alrededor de un año. Siempre había viajado por el mundo, y esta vez no era la excepción. Yo también quería hacerlo. Todos habían coincidido en que sería una elección terrible irme solo, aunque pudiera y ya hubiera visitado la mayoría de los lugares con la banda. Asique había tomado mi teléfono, y la había llamado. 
Nuestro avión partía rumbo al Cairo la próxima semana.
Lo único que me mantenía atado a mi país, a este lugar y este momento, era Angela. El increíble vínculo que habíamos formado. Me sorprendía que después de tanto, continuara pensando en ella. Y creo que la razón es la tremenda historia que tenemos detrás. Desde el primer día en que la vi, en ese taxi, sentí que ya la conocía. Ahora puedo comprobarlo, pero entonces parecía magnífico, al fin había encontrado alguien a quien amar, con quien compartir mis cosas. Y la verdad es otra, no había encontrado a alguien, sino que la había reencontrado a ella.
Las palabras de Ringo seguían dando vueltas en mi cabeza: las dos chicas que alguna vez amaste, están ahí. Era cierto, tanto que a veces me sobrecogía.
Me di cuenta en ese instante, después de mucho cavilar, que si Angela se pusiera extensiones, se tiñera de colorado, se pintara pecas y aprendiera a hablar como una chica del sur de california; e intentara conquistarme, lo lograría.
Me había equivocado; no existía un medidor para amarla, no habrían días en que la quisiera más o menos. ¡Por Dios! La había escuchado tras la puerta. Cuando decía que se encontraba allí para apoyarme, porque era mi novia. ¡Mi corazón había deseado tan fervientemente que fuera cierto!  
Y sin embargo, no lo era. No podía decir si me mentía o no. ¿Cómo estar con alguien a quien le has perdido la confianza? Peor aún, ¿Alguien que la ha traicionado? Para mí, era tan imposible como volar. Pensaba en nuestro pasado, había más oscuridad que luz en él.
Necesitaba irme, darme un tiempo para mí, aunque suene egocéntrico. Odiaba las mentiras, profundamente. Ese viaje me haría bien, y esperaba volver completamente renovado. 

sábado, 11 de agosto de 2012

Capítulo 54


Angela.

La taza humeante de té se calló de mis manos y se hizo añicos en el suelo.
-¿Lo dices en serio? –consulté incrédula, sin intentar siquiera reparar el desastre que acababa de cometer. La mujer asintió enérgicamente y un brillo se coló en su mirada. – John… despertó. –repetí incrédula, todavía tenía la mano suspendida en el aire, como si el recipiente no se me hubiera caído.
-Así es. –confirmó Ray, sonriendo ante la mueca de estupefacción que debía de dominar mi rostro. –Acaban de avisarme, lo cambiaron de habitación. ¡Ya no está en terapia intensiva, Angela! –Notificó feliz.
Me quedé estática, reaccionar me estaba resultando imposible. ¿Mi Johny? ¿Mi mejor amigo? ¡Al fin lo vería luego de tanto tiempo! Sí, es cierto. Nos habíamos encontrado cuatro días atrás, cuando empezó todo, pero ahora sería diferente. Podríamos charlar; le agradecería un millón de veces sus palabras; le pediría concejos; nos reiríamos. Me presentaría a su novia oficialmente. ¡Incluso estaba dispuesta a cocinarle algo! Claro, si lo podía comer. También cabía la posibilidad de que se hubiera enojado conmigo por mentir, y eso era una duda constante clavada en mi corazón. Pero si las cosas se hubiesen dado al revés, si yo estuviera internada por su culpa… bueno, lo perdonaría. Entonces, John… él de seguro que no se ha enojado. Era demasiado dulce ese castaño.
-¿Angie? –preguntó Ray, trayéndome a la realidad.
Al fin recuperé la movilidad y me di cuenta de que mi mano estaba acalambrada. Abrí y cerré el puño varias veces, para aflojar.
-¡Esto es magnífico! –exclamé sonriente, levantándome de mi silla. Sentí que pisaba algo viscoso en el suelo, y miré en esa dirección. -¡Oh, Raina! ¡Lo siento mucho! –me disculpé, buscando con los ojos algún trapo para limpiar la catástrofe de té. –Qué desastre… -murmuré.
La mujer me tomó las manos y me hizo sentar de nuevo. Los dos tras el mostrador (aunque no me hallaba del todo segura si estaba permitida mi presencia allí).
-Cálmate. –pidió. Yo, por el contrario, me inquieté aún más. –Mírame, Angela. -ordenó con su tono suave y pausado. Le hice caso, me concentré en sus ojos oscuros y traté de aferrarme a esa paz que me expresaban. Después posó una mano en mi mejilla. – No te preocupes, yo limpiaré esto. –informó. Una sonrisa se coló en mi rostro. –Ahora, vete. –exigió. – Antes que se acabe el horario de visitas.
Yo me acerqué hasta ella y la abracé.
-Gracias. –dije simplemente.
Me levanté para irme, pero en seguida me di la vuelta.
-¿Qué pasa si no me quiere? –pregunté apenada.
-No seas tonta, niña. –me retó, con tono amable. – He estado pidiendo por ti. –aseguró, llevando una mano a la cruz de plata que descansaba en su pecho, prendida a una fina cadena del mismo material.  Luego me guiñó un ojo. Solté una carcajada y finalmente me fui. -¡Angie! –me gritó, y paré en seco.
-¡¿Qué?! –ya casi había salido por la puerta a los pasillos.
-¡La 544! –avisó.
-¡Gracias! –Oh, Dios. ¿Dónde tengo la cabeza?

Me tomó mucho más de lo que pretendía. El hospital era realmente enorme y me perdí unas cuantas veces, pero al fin encontré la dichosa habitación. Su corredor era amplio y largo, parecía interminable. Frente a la puerta, en la otra pared, había unas cuantas sillas destinadas a las visitas. Dos personas estaban sentadas allí, una mujer y un hombre. A la primera reconocí inmediatamente: Mimi, la tía de John. En cuanto al hombre, seguramente sería algún pariente.
Procuré tapar con mi cabello la mayor parte de mi rostro. No había mucho problema con ella, porque hace años que no nos veíamos y nunca había sido un alguien con mal genio, o por lo menos no conmigo, pero cabía la posibilidad de que sí se diera cuenta. No quería causarle más problemas. Primero, su sobrino casi muere, ¿Y ahora aparecer de la nada? ¿La hija de su difunta mejor amiga que también estaba muerta? No parecía lo correcto, en lo absoluto.
Me posicioné frente a la entrada del cuarto y levanté mi brazo, con la mano hecha un puño para tocar. Los nervios me recorrían de pies a cabeza. Nunca había visto a John en esta situación. Por la terapia intensiva, no me dejaban; e incluso si hubiera podido, me habría dado mucho miedo. Exactamente igual que ahora.
-¿Y tú quién eres? –volví a quedarme helada, mis músculos debían de odiarme a estas alturas.
-Yo…-intenté ahorrar tiempo e inventar una excusa.- Miranda. –dije al fin. <<Ay, Angela ¿Dónde te estás metiendo?>> pensé.
-¿Y qué haces aquí? –no me había volteado todavía, pero era el señor quien me hablaba.
-Quería ver a John. –continué.
-Pues tendrás que esperar hasta que salga del hospital. –sentenció. – solo pueden entrar amigos y familiares. –Tragué saliva. <<Piensa, piensa, ¡piensa!>>
-¿Paul está aquí? –consulté de la nada. Me había parecido ver algunas camperas de los chicos en las sillas no más llegar.
-Sí, pero eso qué…
-Tengo que hablar con él. –me expliqué. No sabía a dónde iba a terminar con esto, solo me moría de ganas de ver a mi mejor amigo fuera de peligro.
-Creí que deseabas ver a John. –dudó.
-Sí, es que necesito las dos cosas. –solté un suspiro y me volteé. Sería mejor mantener la charla de frente. Concentré toda mi energía en la actuación.
-Mira, no quiero ser grosero, pero si no te vas, tendré que pedirles a los de seguridad que te saquen. –amenazó.
-¡Es que usted no entiende! –exclamé, pero sin gritar. Había descubierto que Mimi estaba plácidamente dormida en su lugar. –Paul es mi novio.-Inventé, e inmediatamente anhelé que fuera cierto. -Ha estado terriblemente mal por toda la situación ¿Sabe? –Proseguí.- Necesita de mí, le prometí que estaría para él en este momento. –Con cada segundo me metía en el roll más y más. – El cree que todo es por su culpa… -dije bajando el tono de mi voz para darle más dramatismo a la situación. – Por favor. –supliqué. –necesito entrar y darle mi apoyo. Tengo que saber si Johny se encuentra bien. –mi visión se emborronó, en parte porque era cierto y en parte porque me dolía que la realidad con Paul fuera otra. –John es una persona tan maravillosa. Por favor… -Imploré.
Un aplauso, luego otro y otro más, hasta que se hicieron constantes.
 Di un respingo y me giré lentamente. Me encontré con sus ojos, sus profundos iris verdosos me miraban con incredulidad y dolor. La parte blanca se había irritado por las lágrimas. Mierda.
-Paul, no es lo que crees. –avisé, mientras el pánico comenzaba a invadirme.  
-Tienes razón, eres todo menos lo que yo pensaba. –dijo con… ¿Desprecio?
No otra vez…
-Ella no es mi novia. –le aclaró al hombre que continuaba sentado en la silla, mirándonos confundido. –Tenga cuidado, -le advirtió- es una buena actriz.
El señor nos miró sin entender.
-Tienes suerte. –comentó, utilizando ese tono vacío de sentimientos que me causaba escalofríos. –John quiere verte. –agregó alejándose por el pasillo. Sin embargo, paró en la mitad del recorrido y  se dio vuelta una vez más. –Y si, te hubiera necesitado hace unos minutos, lástima que estás muerta. ¿Verdad, Miranda? –agregó con sarcasmo.
¡No podía estar ocurriendo! ¡Justo ahora que todo comenzaba a mejorar! Con el beso yo… había creído que las cosas pasarían; pensé que estaba perdonada, o pronto lo estaría. Pero ahora… la había cagado por completo.  
Quise avanzar y seguirlo para explicarle, y sentí una opresión fuerte en el hombro. Me giré enojada, ¿Quién quería detenerme? Si lo dejaba ir… ¿Cómo lo recuperaría?
-¡Suéltame! –le exigí, sin fijarme quién era.
-Angela...-susurró. - ¿Cálmate, si? Dale tiempo.
-¿Para que se olvide de mí? –pregunté irónica y con un tono tan glacial que hasta yo me sorprendí. – No gracias.  -Y tuve que mirarlo, no podía decir semejante cosa y no acompañarla con una buena mirada asesina. -¡Oh, Ringo! –le grité, frustrada.
-¿Qué? –se sobresaltó el muchacho de ojos claros.
-No puedo descargar mi furia contigo. – Resoplé. El muchacho me miró extrañado y soltó una carcajada.
-¿Por qué no? –preguntó, curioso.
-Eres demasiado tierno. –lo culpé. Ringo volvió a reír, su risa seguía siendo tan característica y alegre como siempre.
-Es bueno saberlo.- comentó. –Ven, John dice que quiere verte.
Miré uno segundos a la puerta, luego giré un poco mi cabeza para observar el pasillo, donde no quedaba ni rastro de su cabello…
-Pero Paul… -Protesté. Ringo hizo una mueca que claramente indicaba que debía dejarlo estar. –Está muy usada, demasiado diría yo… -comenzó y supe enseguida qué era lo que pretendía citar.
-“Si amas algo, déjalo ir; si regresa, siempre fue tuyo, si no, nunca lo fue”. –dije con voz neutra, porque estaba segura que si le ponía sentimiento, terminaría con lágrimas. Richard asintió una vez.
-Exacto.
Luego me abrazó muy fuerte, y yo dejé que lo hiciera, porque lo necesitaba.

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Genteeeee, volví con el otro fic así que si tienen tiempo si ganas pasen y vean (?) 
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jueves, 9 de agosto de 2012

Capítulo 53


Paul.

Toqué la puerta y esperé unos segundos.  Un “¡Pase!” se escuchó del otro lado. Abrí con suma delicadeza y la observé;  no pude evitar quedarme mirándola como tonto. Una línea bajaba desde la punta de su ceja izquierda casi hasta la comisura de su labio. En la frente, del extremo derecho, también tenía un corte, pero era más pequeño. Varios moretones le ocupaban el rostro, y algunos más se veían en sus brazos.   Sentí que la garganta se me secaba de repente y tragué saliva.

-No seas tonto Paulie, estoy bien. –Dijo Chio al ver que  yo no pronunciaba palabra alguna.-Ven, siéntate. –me pidió palmeando un espacio en su gran cama de hospital y asiéndose a un lado. Sus ojos expresaban la sonrisa que no podía representar.

-Te ves horrible. –fue lo primero que salió de mi boca. Ella hizo una mueca de disgusto aunque le causó algo de gracia que mis primeras palabras hacia ella fueran esas.

-Los moretones se irán y las cicatrices a penas serán visibles. –explicó. – Y tú tampoco te ves para nada bien. –Agregó. Yo sonreí ante el comentario y me acerqué. Como me había indicado, ocupé mi lugar. Los dos nos estiramos en la cama y pasé una mano por sus hombros, así podía apoyar la cabeza en mi brazo. –Oh, alguien ha estado haciendo ejercicio. –comentó. No pude evitar reír ante su ocurrencia. 

-Un montón. –ironicé. –De hecho, George ha sido un profesor sin igual.

Los dos soltamos una carcajada. Era tan familiar para mí estar así con ella. Chio era lo mismo que tener otra hermana. Y yo era el hermano que nunca tuvo.

-¿Recuerdas cuando jugamos a que éramos duendes, de pequeños? –le pregunté, remontándome a nuestra infancia, tan distinta de mi presente. Ella volvió a reír.

-¡¿Cómo olvidarlo?! Tu siempre eras los monstruitos y yo la que debía capturarlos. –Suspiró, aparentemente enternecida- ¿Y aquella vez cuando hicimos ese pastel de chocolate?

-¡Cuando le manchamos la cocina a la tía Grace! –rememoré riendo.

-Sí… después tuvimos que limpiarlo todo. – comentó. Yo asentí.

-Incluso nos hizo refregar entre los azulejos con cepillos de dientes.

-¡Tienes razón! Había olvidado eso. –se extrañó.

-Créeme que yo no. Es el día de hoy que voy al baño y tiemblo antes de limpiarme la boca. –confesé. Ella rió aún más fuerte. Si había algo que Chio tenía de especial, era su risa, y lo fácil que era provocarla.

-¡Para ya! –exigió divertida. – Me haces doler.

-Lo siento. –me disculpé. De repente, cualquier rastro de alegría se había desvanecido de mi voz.

-¿Paul? – se inquietó la castaña y se puso de costado, apoyándose con el codo,  para poder ver mi expresión. - ¿Te encuentras bien?

Mi mirada continuaba clavada en el techo, y me seño se había fruncido.

-¿No te gustaría que las cosas volvieran a ser como cuando teníamos diez años? –consulté, deseando fervientemente que así fuera.

-¿Y vivir la secundaria otra vez? Ni muerta. –respondió, con una mueca de desagrado que no me pasó desapercibida.

-No me refiero a eso. –Intenté, tratando de encontrar las palabras correctas para expresarme.- ¿No desearías que las cosas fueran tan fáciles como entonces? Sin problemas, ni complicaciones, ni accidentes, ni corazones rotos…

-Ohh, Paulie. –dijo ella incorporándose en la cama para que pudiera verla bien, aunque fuera desde abajo. – Sé que es difícil –aclaró, entendiendo rápidamente el quid de la cuestión. – Ya es bastante malo que Miranda fuera Angela, encima, que hayan terminado (sí, Olivia me lo contó) y, para rematarlo, el accidente.

-Y tu punto es…- la apuré. No tenía ganas de escuchar lo horrible que mi vida era.

-Siempre puedes aprender de los errores.

-Sí- comencé sarcástico- es una gran lección. No te escabullas cuando lleve porque puede que tu  mejor amigo se muera en el hospital. –Chio me golpeó el brazo, enfadada.

-No digas eso, John sigue con vida. – Después cerró los ojos y masajeó sus sienes para calmarse.- Tienes razón, lo que nos ha tocado vivir es un verdadera mierda. –confirmó.Pero pasó por algo. Tal vez necesitabas darte cuenta de un par de cosas o… no lo sé. El punto es que sucedió. Y ahora debes lidiar con ello.

-Es que no entiendo por qué. –susurré, la rabia me carcomía. - ¡¿Por qué justo después de enterarme la verdad?! ¡¿Es que con eso no era suficiente?! –exploté.

-Así no llegarás a ningún lado. –dijo calmada. – Deja de preguntarte cuál es la razón. Empieza a hacer algo al respecto. Permítete tener un poco de esperanza. –Nos miramos a los ojos. Los de ella, marrón oscuro, se mostraban imperturbables. – A mí no me gustaría volver en el tiempo. –Expresó.- Imagínate si jamás hubieras conocido a John, no podrías habérmelo presentado.

-No tendríamos que estar sufriendo por su vida, porque jamás habría conocido a Angela. –afirmé con amargura.

-Sé que es duro ser positivo cuando todo se ve mal, pero ¡Paul, por favor!  ¡No digas tonterías! Esa chica te ha enseñado lo que es amar. El arma más poderosa del universo. Ahora no es bueno, pero la lección que sacaremos de aquí es valiosísima. –Me miraba con intensidad, oh vaya que estaba encendida- Todo lo que sufrimos hoy, nos lo recompensarán mañana.  Esta experiencia me ha ayudado a darme cuenta de que él es el chico al que siempre querré a mi lado. Y tal vez a ti, por el contrario, te esté diciendo que es momento de pasar un tiempo a solas. –Iba a protestar, pero ella no me dejó- Y no, no me refiero al año que pasaste deprimido por la muerte de Miranda. Creo que deberías reencontrar al verdadero Paul McCartney.- ofreció.  

-¿Y cómo hago eso? –consulté, totalmente desorientado ante la nueva tarea que caía sobre mis hombros.

-Para empezar, desecha ese pensamiento de odio que le tienes a Angela.

-¿De qué hablas? Yo no...

-Paul.-me advirtió. Solté un suspiro, resignado. -Ni tú ni ella tienen la culpa de lo que nos pasó. ¿Me entiendes? 

-Sí, pero-

-A-a. –Volvió a silenciarme moviendo su dedo índice hacia los lados- No te pido que vuelvas a estar con ella ni nada parecido. Perdónala. Todos cometemos errores, y como acabo de decirte, aprendemos de ellos. 

-¡No entiendes lo que significa para mí! ¡Me mintió, y prácticamente a todo el planeta!

-Está bien, algunos cometen errores muy grandes, -reconsideró- pero también aprenden mucho más.

-Chio…-volví a intentar. Lo que me pedía era ridículo. ¿Después de lo que había hecho?

-Hazme caso. –ordenó, pero con tono dulce. – Te sentirás mejor.
Llevé las manos a mi frente y me peiné y despeiné las cejas para intentar pensar con claridad. Cerré los ojos. Concentré todo mi ser en la imagen de Angela. En su cabello corto y oscuro, su sonrisa radiante y sus ojos claros.

¿Verdaderamente podía odiarla? “No”.

¿Continuaba perdidamente enamorado de ella? “Tampoco”.

 Unos golpes se escucharon en la puerta. Chio volvió a indicar que pasaran. Era Olivia y se encontraba muy agitada, su rostro se había colorado como siempre que corría.

-Lamento interrumpir, chicos. –se disculpó. Luego las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa. –Creí que querrían saber… John acaba de despertar. 

-Bromeas. –la acusé.

-¿De verdad crees que soy tan insensata? –se molestó mi hermana, con un poco de razón.

-¿Mi Johny? –pregunté, afinando el tono de mi voz ligeramente.

-¡Sí, brocolí! –contestó cambiando el sonido de la palabra para que rimarse, rodando los ojos. (Y de paso para burlarse de mi cabello).

Miré a Chio, tenía lágrimas en los ojos y se tapaba la boca con las manos. Me senté en la cama, la abracé y le acaricié la espalda.

-Ya está bien, se despertó. –le susurré en oído, para calmarla. Ella asintió con la cabeza, podía escuchar los sutiles gemidos que salían de su boca. Miré a Olivia a los ojos, indicándole que se quedara con ella. Mi hermana aceptó en seguida y cambiamos lugares.

-Le daré un beso de parte tuya. ¿Quieres? –la consolé.

-Que no... que no sea en la boca. –dijo entrecortadamente. Yo solté una carcajada y las chicas me igualaron. Sentía que la felicidad se inflaba como un globo dentro de mí. Al fin.

A penas hube cerrado la puerta, comencé a correr por los pasillos. Tuve que esquivar varias enfermeras que resoplaron molestas y alguna que otra camilla, pero no me encontré más obstáculos. Fui desacelerando a medida que me acercaba a la parte de terapia. ¿Y si había vuelto a desmayarse? ¿Y si me daba impresión al verlo allí, todo lastimado? Y… ¿Y si Angela estaba con él?

Respiré hondo una vez parado frente a la entrada del pasillo. Cuando me consideré más relajado, abrí la puerta vidriada y me sorprendió no encontrarme alguno de mis amigos sentados en las sillas. Por lo general, siempre había alguien que se quedaba.

Busqué con la mirada y localicé a una enfermera con su vestuario azul. Me acerqué hasta ella y le pregunté por mi mejor amigo. La muchacha me comentó que lo habían trasladado a otra habitación, tres pisos por encima. Le agradecí y me alejé por donde había venido.

<<Olivia podría haberme comentado lo del cambio, pequeño detallito>> pensé con ironía.  Me peiné varias veces el cabello porque ese gesto me ayudaba a calmarme. Seguí muy aprisa las indicaciones de la mujer y en pocos minutos me encontré en otro extenso corredor. Como a la mitad estaban los chicos. Incluso desde la distancia, podía notar sus rostros expectantes y llenos de temor al mismo tiempo; seguramente, así estaría el mío también.

-¿Ya lo han visto?-los interrogué al llegar junto a ellos, un poco agitado por todas las corridas. George, Ringo y Brian negaron con la cabeza.

-Te estábamos esperando. –me aclaró el baterista. Yo sonreí y ellos también. Recién entonces noté que George se encontraba en silla de ruedas.

-Ni le hagas caso- me advirtió. Volví a sonreír.

La puerta de la habitación de John se abrió y por ella salió su familia, Mimi, con los ojos algo llorosos.  

-Es su turno, chicos. –nos invitó, y a pesar de todo el cansancio que dominaba su rostro, nos sonrió llena de júbilo.

Mi corazón comenzó a acelerarse.

sábado, 4 de agosto de 2012

Capítulo 52


Angela.

Tres días.
Tres días  desde el accidente. Tres días desde que Paul me besó. Tres días de John estando inconsciente.
En fin… los peores tres días de toda mi existencia.

Me levanté temprano con el primer pitido de la alarma. Últimamente no dormía mucho –si es que dormía-. Tomé lo primero que encontré en mi guardarropa y atravesé el pasillo hacia la cocina. Cuando entré, evité quedarme demasiado tiempo observando el lugar. Me traía muchísimos recuerdos de Paul, y todavía no me sentía emocionalmente lista para afrontarlo.
-Aquí tienes el café, linda. – me dijo mi padre tendiéndome la humeante taza.
Luego le echó una mirada al sillón, como incitándome a que me sentara con él. Se me acaba el tiempo, quería llegar cuanto antes al hospital y enterarme algo más sobre el estado de John. Pero Greg me miró con esos ojos penetrantes tan suyos, y terminé por aceptar, a regañadientes.   
-¿Qué pasa, papá? –pregunté con el tono más amable al que pude recurrir.
-¿Cómo estás?-replicó él, con su voz grave y pausada característica.
-Mal, me siento horrible. –respondí rápidamente, evitando mirarlo demasiado fijo. - ¿Ya me puedo ir?
-Mira hija, solo quiero que sepas algo. –me aclaró. – prometo que no demoraré mucho tiempo. –suplicó. Se daba perfecta cuenta de mis intenciones. Yo largué un suspiro.
-Está bien, continúa. –lo dejé. Él se acomodó más en su lugar. Conocía esa pose, no sería una charla para nada corta, me temí.
-Cuando te mudaste conmigo, llegaste emocionalmente desecha. –comenzó. ¿En serio? ¿Teníamos que hablar de ello justo ahora? – Lo dejé correr porque atribuí todo al gran cambio que estabas haciendo. –asentí. No veía a dónde pretendía llegar. – Pero el tiempo pasó y pasó, y yo te observé. Me di cuenta, porque soy tu padre y te conozco, de que no te sentías bien. –Sus últimas palabras me obligaron a concentrarme en él. Mi padre no era un tipo muy abierto, y yo creía haber hecho un excelente trabajo como actriz. Al parecer, no había logrado engañarlo. Porque era cierto, nada había sido feliz a mi regreso.- Reconozco que comenzaste la universidad, y te hiciste unos cuantos amigos;-me permitió- sin embargo, no habías vuelto a ser mi Angela. –tomó algo de aire. Si continuaba por este camino, no estaba segura de cuál sería mi reacción. – El día que  atravesé esa puerta, –dijo con más pasión, clavando su mirada en nuestra entrada momentáneamente – y encontré a Paul sentado en este mismo sillón, te recuperé. –Afirmó. Yo solo sentía ese nudo tan familiar formarse lentamente en mi garganta.–La forma en que gritaste su nombre cuando entraste en la sala, o tu manera de tratarlo durante la comida, me lo dejó bien en claro.-se quedó unos segundos en silencio- Siempre se trató de Paul. ¿Verdad? –preguntó.
Yo era incapaz de decir algo. Comencé a asentir rápidamente con la cabeza al tiempo que depositaba la tasa sobre la mesita y me cubría el rostro con las manos. Y las lágrimas volvieron a salir. Greg me abrazó y me consoló como sólo saben hacerlos los padres. Frotando suavemente mi espalda y dejándome empapar su hombro. Entre sollozo y sollozo, le relaté todo lo que había pasado; a medida que avanzaba con el relato, él me abrazaba más fuerte.
-Te voy a dar un consejo. –susurró con su voz calma en mi oído. – Cuando no sepas qué hacer-lo consideró un momento- o quién ser, compórtate como lo haces con Paul.
-No lo entiendo. –murmuré. A penas sí podía hablar bien.
-En este momento, hija. –Aclaró- él es a quien más quieres en este mundo.  ¿No es así?
-Sí, sí lo es. –afirme. Por lo menos algo de lo que estaba segura.
-Para mí, esa persona eres tú. –confesó. Este hombre realmente quería que llorara. ¿De dónde había salido tanta sinceridad afectuosa? Decidí no pensar en ello, me hallaba agradecida de que me la expresara. – Cuando estoy en duda, y no sé cómo actuar, pienso en ti. En lo que haría si fueras tú la que estuviera frente a mí. –Esa vez fue Greg el del suspiro- O tu madre.
-¡Pero, papá! –Me apené.- Todo lo que he sido solo sirvió para lastimar a Paul.
-Angie, tú lo enamoraste dos veces. Algo que, si me permites, nunca pude hacer con mi ex-esposa.
-¡Ese es el problema! –me exasperé, e incorporándome me sequé las lagrimas y lo miré a los ojos. – ¡Miranda o Angela! ¡Angela o Miranda! Por más que trate y trate, ¡nunca podré deshacerme por completo de la rubia Kane!
-Exacto. –me respondió, y sus ojos comenzaron a brillar. – Hija, no tienes que escoger. -Expresó adquiriendo cada vez un tono más emocionado-Puedes simplemente ser lo mejor de ambas.-me explicó-  No eres dos personas. Elijas el nombre que elijas, las llevas en tu sangre, en tu ser.  Es tu esencia la que importa- dijo llevando una de sus manos a mi corazón- lo que vive aquí.
Entonces, en ese preciso instante, unas palabras que había escuchado hacía mucho tiempo vinieron a mi memoria:
“Un nombre no define quién eres; si no lo que llevas dentro.”
Por fin pude comprender lo que John había intentado decirme aquel día, cuando corrí de Paul, la primera vez que nos besamos. Y también entendía lo que mi padre acababa de decirme.
Paul McCartney, lo tuviera conmigo o no, me hacía ser yo misma. Y esa persona  se llamaba Angela. No la había elegido, no la había inventado o interpretado, simplemente… era yo.
Volví a abrazar a mi padre muy fuerte. Le debía tanto… Sentí cómo de apoco la esperanza renacía en mí. Tenía que ir a ver a John, agradecerle aunque no pudiera escucharme. Él siempre lo había sabido, todo el tiempo.
-Será mejor que me vaya. –anuncié, y luego le di un beso en la mejilla. Me puse de pie y él también se incorporó.
-Déjame que te alcanzo. –propuso.

Entré como una bala al hospital. Ray, la anciana enfermera del mostrador, me había abierto la puerta trasera. Era imposible ingresar por adelante, todo se encontraba lleno de paparazis, fans gritonas o llorosas, y curiosos maleducados.  
-¿Cómo se encuentra? –pregunté luego de saludarla con un beso en la mejilla.
-Mejor. –dijo. Parecía que mi día se ponía cada vez más bueno. – todavía no se sabe demasiado, pero los médicos continúan testándolo y pareciera que ya han descartado unas cuantas opciones feas. –comentó. Supongo que la cara que puse en ese instante debió de satisfacerla, pues la mujer me sonrió con ternura.
-¡Gracias! – le dije, abrazándola y tomándola por sorpresa. Ella me dejó unos segundos, hasta que me quité.
-¡Pero si yo nada he hecho! – respondió, todavía sonriente.
-Claro que sí. –la contradije. –me has dado una buena noticia. –luego me quedé pensativa.–no he recibido muchas de esas últimamente.
-Entonces me alegro mucho, Angie. –concluyó. Fue mi turno de sonreír.
Caminamos juntas hasta el mostrador, donde ella retomó su puesto habitual. Yo seguí de largo y me dirigí al comedor.  Al final, con toda la charla emotiva de Greg, mi café se había quedado olvidado sobre la mesita, por lo que tenía hambre.
Compré un par de cosas y le eché una mirada al lugar. Este era bastante amplio y tenía muchas mesas cuadradas para los pacientes y sus visitas. Mi mirada reparó en una en particular, donde estaba asentada una pareja. Él se encontraba en silla de ruedas y ella colocada a pocos centímetros de distancia. Parecían estar pasándola muy bien. ¿También lo sabrían? Me pregunté. Supuse que sí, teniendo en cuenta que ellos iban con John en al auto. Me acerqué con pasos dubitativos. No sabría cómo iban a reaccionar.
-Ehh.. –comencé igual que una idiota cuando al final me decidí por hablarles. - ¿Les molesta si me siento?
Ambos se quedaron observándome. George, a mi parecer, intentaba deducir quién era. Marianne, por el contrario, se había quedado estática. Me preocupó que dejara de respirar.
-Oh por Dios. –fue lo primero que dijo, una vez recuperada la movilidad. –De verdad eres tú. – su novio la observó con extrañeza, pero bastó una mirada para que comprendiera las cosas y adoptara una expresión extraña. Yo nunca había hablado con ninguno de los dos como la verdadera Angela.
Mary se levantó de su silla. LLevaba unos pantalones holgados color gris y una simple camiseta negra. Sus cabello castaño se los había atado con una coleta, lucía mucho má largos que la última vez que nos vimos. En los pies, converse. <<Intentará no llamar la atención>> pensé.
La muchacha  se acercó a mí y me abrazó. Al principio no me lo creía, pero poco a poco fui dándome cuenta y también la rodeé con mis brazos. Olía un poco como a cigarrillo, pero el aroma de su colonia lo compensaba.
-Te extrañé, tonta. –susurró. – No vuelvas a asustarme de ese modo, Angie.
En vez del reencuentro con una amiga que creías muerta, parecía que solo volviera de un viaje no avisado. Mary era genial. Aceptaba a las personas tal y como eran. Sin prejuicios ni complicaciones. Me maravilló la forma en la que pronunció mi nombre, como si toda la vida me hubiera dicho así.
-George, esta es Angela. –nos presentó. Él se movió un poco para extenderme la mano y yo me encogí al ver su pierna enyesada, por mi culpa. <<No empieces de nuevo>> me advertí, intenté sonreír un poco y tomé su palma extendida.
-Mucho gusto, aunque me parece que ya nos conocíamos. –dije. El asintió, no aparentaba estar del todo convencido. Supongo que la situación debía de resultarle bastante rara.
-¿Miranda? –consultó.
-La misma. –una extraña sensación me recorrió de arriba abajo en ese momento. Se sentía muy bien admitirlo por fin.
-Pero…
-Es una larga  historia. –medio lo corté. Me encontraba mejor, sí. Pero tampoco para tanto.
-Los nombres solo son palabras. –comentó Mary. - ¿Sabían que en verdad me llamo Ayleen?
George y yo la miramos estupefactos. Ella comenzó a reír.

Pasé allí el resto de la mañana. Se estaba tranquilo en ese lugar. Sola una cosa me inquietaba y creaba incertidumbre y tenía nombre y apellido: James Paul McCartney.