sábado, 4 de agosto de 2012

Capítulo 52


Angela.

Tres días.
Tres días  desde el accidente. Tres días desde que Paul me besó. Tres días de John estando inconsciente.
En fin… los peores tres días de toda mi existencia.

Me levanté temprano con el primer pitido de la alarma. Últimamente no dormía mucho –si es que dormía-. Tomé lo primero que encontré en mi guardarropa y atravesé el pasillo hacia la cocina. Cuando entré, evité quedarme demasiado tiempo observando el lugar. Me traía muchísimos recuerdos de Paul, y todavía no me sentía emocionalmente lista para afrontarlo.
-Aquí tienes el café, linda. – me dijo mi padre tendiéndome la humeante taza.
Luego le echó una mirada al sillón, como incitándome a que me sentara con él. Se me acaba el tiempo, quería llegar cuanto antes al hospital y enterarme algo más sobre el estado de John. Pero Greg me miró con esos ojos penetrantes tan suyos, y terminé por aceptar, a regañadientes.   
-¿Qué pasa, papá? –pregunté con el tono más amable al que pude recurrir.
-¿Cómo estás?-replicó él, con su voz grave y pausada característica.
-Mal, me siento horrible. –respondí rápidamente, evitando mirarlo demasiado fijo. - ¿Ya me puedo ir?
-Mira hija, solo quiero que sepas algo. –me aclaró. – prometo que no demoraré mucho tiempo. –suplicó. Se daba perfecta cuenta de mis intenciones. Yo largué un suspiro.
-Está bien, continúa. –lo dejé. Él se acomodó más en su lugar. Conocía esa pose, no sería una charla para nada corta, me temí.
-Cuando te mudaste conmigo, llegaste emocionalmente desecha. –comenzó. ¿En serio? ¿Teníamos que hablar de ello justo ahora? – Lo dejé correr porque atribuí todo al gran cambio que estabas haciendo. –asentí. No veía a dónde pretendía llegar. – Pero el tiempo pasó y pasó, y yo te observé. Me di cuenta, porque soy tu padre y te conozco, de que no te sentías bien. –Sus últimas palabras me obligaron a concentrarme en él. Mi padre no era un tipo muy abierto, y yo creía haber hecho un excelente trabajo como actriz. Al parecer, no había logrado engañarlo. Porque era cierto, nada había sido feliz a mi regreso.- Reconozco que comenzaste la universidad, y te hiciste unos cuantos amigos;-me permitió- sin embargo, no habías vuelto a ser mi Angela. –tomó algo de aire. Si continuaba por este camino, no estaba segura de cuál sería mi reacción. – El día que  atravesé esa puerta, –dijo con más pasión, clavando su mirada en nuestra entrada momentáneamente – y encontré a Paul sentado en este mismo sillón, te recuperé. –Afirmó. Yo solo sentía ese nudo tan familiar formarse lentamente en mi garganta.–La forma en que gritaste su nombre cuando entraste en la sala, o tu manera de tratarlo durante la comida, me lo dejó bien en claro.-se quedó unos segundos en silencio- Siempre se trató de Paul. ¿Verdad? –preguntó.
Yo era incapaz de decir algo. Comencé a asentir rápidamente con la cabeza al tiempo que depositaba la tasa sobre la mesita y me cubría el rostro con las manos. Y las lágrimas volvieron a salir. Greg me abrazó y me consoló como sólo saben hacerlos los padres. Frotando suavemente mi espalda y dejándome empapar su hombro. Entre sollozo y sollozo, le relaté todo lo que había pasado; a medida que avanzaba con el relato, él me abrazaba más fuerte.
-Te voy a dar un consejo. –susurró con su voz calma en mi oído. – Cuando no sepas qué hacer-lo consideró un momento- o quién ser, compórtate como lo haces con Paul.
-No lo entiendo. –murmuré. A penas sí podía hablar bien.
-En este momento, hija. –Aclaró- él es a quien más quieres en este mundo.  ¿No es así?
-Sí, sí lo es. –afirme. Por lo menos algo de lo que estaba segura.
-Para mí, esa persona eres tú. –confesó. Este hombre realmente quería que llorara. ¿De dónde había salido tanta sinceridad afectuosa? Decidí no pensar en ello, me hallaba agradecida de que me la expresara. – Cuando estoy en duda, y no sé cómo actuar, pienso en ti. En lo que haría si fueras tú la que estuviera frente a mí. –Esa vez fue Greg el del suspiro- O tu madre.
-¡Pero, papá! –Me apené.- Todo lo que he sido solo sirvió para lastimar a Paul.
-Angie, tú lo enamoraste dos veces. Algo que, si me permites, nunca pude hacer con mi ex-esposa.
-¡Ese es el problema! –me exasperé, e incorporándome me sequé las lagrimas y lo miré a los ojos. – ¡Miranda o Angela! ¡Angela o Miranda! Por más que trate y trate, ¡nunca podré deshacerme por completo de la rubia Kane!
-Exacto. –me respondió, y sus ojos comenzaron a brillar. – Hija, no tienes que escoger. -Expresó adquiriendo cada vez un tono más emocionado-Puedes simplemente ser lo mejor de ambas.-me explicó-  No eres dos personas. Elijas el nombre que elijas, las llevas en tu sangre, en tu ser.  Es tu esencia la que importa- dijo llevando una de sus manos a mi corazón- lo que vive aquí.
Entonces, en ese preciso instante, unas palabras que había escuchado hacía mucho tiempo vinieron a mi memoria:
“Un nombre no define quién eres; si no lo que llevas dentro.”
Por fin pude comprender lo que John había intentado decirme aquel día, cuando corrí de Paul, la primera vez que nos besamos. Y también entendía lo que mi padre acababa de decirme.
Paul McCartney, lo tuviera conmigo o no, me hacía ser yo misma. Y esa persona  se llamaba Angela. No la había elegido, no la había inventado o interpretado, simplemente… era yo.
Volví a abrazar a mi padre muy fuerte. Le debía tanto… Sentí cómo de apoco la esperanza renacía en mí. Tenía que ir a ver a John, agradecerle aunque no pudiera escucharme. Él siempre lo había sabido, todo el tiempo.
-Será mejor que me vaya. –anuncié, y luego le di un beso en la mejilla. Me puse de pie y él también se incorporó.
-Déjame que te alcanzo. –propuso.

Entré como una bala al hospital. Ray, la anciana enfermera del mostrador, me había abierto la puerta trasera. Era imposible ingresar por adelante, todo se encontraba lleno de paparazis, fans gritonas o llorosas, y curiosos maleducados.  
-¿Cómo se encuentra? –pregunté luego de saludarla con un beso en la mejilla.
-Mejor. –dijo. Parecía que mi día se ponía cada vez más bueno. – todavía no se sabe demasiado, pero los médicos continúan testándolo y pareciera que ya han descartado unas cuantas opciones feas. –comentó. Supongo que la cara que puse en ese instante debió de satisfacerla, pues la mujer me sonrió con ternura.
-¡Gracias! – le dije, abrazándola y tomándola por sorpresa. Ella me dejó unos segundos, hasta que me quité.
-¡Pero si yo nada he hecho! – respondió, todavía sonriente.
-Claro que sí. –la contradije. –me has dado una buena noticia. –luego me quedé pensativa.–no he recibido muchas de esas últimamente.
-Entonces me alegro mucho, Angie. –concluyó. Fue mi turno de sonreír.
Caminamos juntas hasta el mostrador, donde ella retomó su puesto habitual. Yo seguí de largo y me dirigí al comedor.  Al final, con toda la charla emotiva de Greg, mi café se había quedado olvidado sobre la mesita, por lo que tenía hambre.
Compré un par de cosas y le eché una mirada al lugar. Este era bastante amplio y tenía muchas mesas cuadradas para los pacientes y sus visitas. Mi mirada reparó en una en particular, donde estaba asentada una pareja. Él se encontraba en silla de ruedas y ella colocada a pocos centímetros de distancia. Parecían estar pasándola muy bien. ¿También lo sabrían? Me pregunté. Supuse que sí, teniendo en cuenta que ellos iban con John en al auto. Me acerqué con pasos dubitativos. No sabría cómo iban a reaccionar.
-Ehh.. –comencé igual que una idiota cuando al final me decidí por hablarles. - ¿Les molesta si me siento?
Ambos se quedaron observándome. George, a mi parecer, intentaba deducir quién era. Marianne, por el contrario, se había quedado estática. Me preocupó que dejara de respirar.
-Oh por Dios. –fue lo primero que dijo, una vez recuperada la movilidad. –De verdad eres tú. – su novio la observó con extrañeza, pero bastó una mirada para que comprendiera las cosas y adoptara una expresión extraña. Yo nunca había hablado con ninguno de los dos como la verdadera Angela.
Mary se levantó de su silla. LLevaba unos pantalones holgados color gris y una simple camiseta negra. Sus cabello castaño se los había atado con una coleta, lucía mucho má largos que la última vez que nos vimos. En los pies, converse. <<Intentará no llamar la atención>> pensé.
La muchacha  se acercó a mí y me abrazó. Al principio no me lo creía, pero poco a poco fui dándome cuenta y también la rodeé con mis brazos. Olía un poco como a cigarrillo, pero el aroma de su colonia lo compensaba.
-Te extrañé, tonta. –susurró. – No vuelvas a asustarme de ese modo, Angie.
En vez del reencuentro con una amiga que creías muerta, parecía que solo volviera de un viaje no avisado. Mary era genial. Aceptaba a las personas tal y como eran. Sin prejuicios ni complicaciones. Me maravilló la forma en la que pronunció mi nombre, como si toda la vida me hubiera dicho así.
-George, esta es Angela. –nos presentó. Él se movió un poco para extenderme la mano y yo me encogí al ver su pierna enyesada, por mi culpa. <<No empieces de nuevo>> me advertí, intenté sonreír un poco y tomé su palma extendida.
-Mucho gusto, aunque me parece que ya nos conocíamos. –dije. El asintió, no aparentaba estar del todo convencido. Supongo que la situación debía de resultarle bastante rara.
-¿Miranda? –consultó.
-La misma. –una extraña sensación me recorrió de arriba abajo en ese momento. Se sentía muy bien admitirlo por fin.
-Pero…
-Es una larga  historia. –medio lo corté. Me encontraba mejor, sí. Pero tampoco para tanto.
-Los nombres solo son palabras. –comentó Mary. - ¿Sabían que en verdad me llamo Ayleen?
George y yo la miramos estupefactos. Ella comenzó a reír.

Pasé allí el resto de la mañana. Se estaba tranquilo en ese lugar. Sola una cosa me inquietaba y creaba incertidumbre y tenía nombre y apellido: James Paul McCartney. 

1 comentario:

  1. Te admito, es genial *-*
    Me hasenamorado con la novela, sigue así! :)
    Esperaré el próximo capitulo !!
    Saludos!!

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