jueves, 2 de agosto de 2012

Capítulo 50 (omg!)


Angela.

-John Lennon. –le dije a la señora del mostrador con un tono de impaciencia, y no de buen modo que digamos.
Las emociones se mezclaban en mi interior. Me hallaba atemorizada, horrorizada, triste, lastimada e impaciente. ¿Qué le habría pasado a mi mejor amigo? ¿Cuál había sido la intensidad del choque? ¿Se recuperaría? ¿Aún… aún estaba con vida?
Ella me miró fijo, y sus labios se estiraron en una mueca de desdén. Me encontraba mojada de pies a cabeza, gotas de agua caían de las puntas de mis cabellos oscuros. Agradecí vestir tanto una campera como botas impermeables (así no sentía frío y mi piel continuaba seca), pero la mujer se fijaba en la trayectoria de charcos irregulares detrás de mí.
-¿Podría decirme si está bien? –consulté molesta ante su rotundo silencio. Ni siquiera se había fijado en sus papeles. No apartó la mirada. En cambio, sus ojos se posaron detrás de mí, donde la entrada del hospital era asechada por quién sabe cuántas decenas de paparazis.–Mire, no quiero ser grosera, pero no me encuentro en mis mejores días.-Solté.- Mi novio acaba de dejarme porque descubrió que soy una maldita mentirosa, y atropellaron a mi mejor amigo por ir a buscarlo.-notaba la tención recorrer mi cuerpo, las puntas de los dedos se me habían puesto blancas de la fuerza que imprimía en el mostrador- Necesito saber si volveré a verlo. –terminé, rogando porque dijera algo.
La mujer volvió a evaluarme con la mirada. Yo no sabía si pegarle una buena piña o ponerme a llorar. Tarde o temprano, terminaría quebrándome de alguna manera.-y parecía que sería temprano-
Pasaron unos cuantos segundos más en los que nos miramos a los ojos. Los suyos eran negros y bien profundos, al igual que su piel arrugada. Si la observabas con atención, podrías notar que era la cara de una guerrera, incluso con su horripilante atuendo de hospital. De repente se me antojó muy familiar.  
-Se lo suplico…- intenté, desesperada. Al final se dio la vuelta, revisó unas cuantas cosas de una carpeta y regresó.
-John Winston Lennon. –leyó en voz alta. – Veinticuatro años, ingresado a las 10:35pm, accidente automovilístico.
-¡Es él!-dejé salir en un susurro ahogado, y mis ojos comenzaron a lagrimear a la vez que sentía mi frecuencia cardíaca elevarse hasta los cielos.
-Lo siento, -mi estómago se contrajo de la impresión, por mi mente desfiló el peor de los desenlaces.–no podrás visitarlo. –aclaró. Un suspiro de alivio se escapó de mis labios. <<Al menos está con vida>> pensé. – Terapia intensiva. –Concluyó.- Si quieres puedes pasar por el pasillo, creo que hay algunas personas esperando.
-Gracias. –respondí sintiéndome un poco mejor. Me di la vuelta para comenzar a caminar, pero su voz me detuvo.
-Y Angela, -agregó. Me quedé paralizada, ¿Cómo sabía mi nombre?
-¿Si?
-De verdad espero que esto termine bien.
-Tu… -dije confundida, volviendo sobre mis pasos y observándola otra vez. -¿Me conoces? –ella asintió sonriendo. 
-Raina Lowrence. –se presentó. –Mi esposo te trajo al mundo.
Me costó unos segundos remontar mi mente tan atrás, pero cuando lo logré, no podía creerlo. Ahora encajaba. Su esposo había sido Rick Lowrence, un gran doctor. Él me había cuidado durante toda mi infancia en Londres –en lo que a salud se refiere- y le tenía mucho afecto. Incontables veces había ido de visita a su casa, puesto que la familia de mi padre era muy cercana. La señora que tenía delante no parecía ser la misma de aquel momento, supongo que el tiempo había dejado en ella su marca. Y entonces recordé algo más importante: la muerte de Rick se había producido tres o cuatro años atrás, en un choque de autos.
-Lo recuerdo.- dije al fin, dejando completamente de lado mi actitud molesta del principio. Intenté regalarle una especie de sonrisa, (porque estaba segura de que no me saldría una real).  – Será mejor que vaya, Ray. – terminé, utilizando el sobrenombre con el que la había bautizado de pequeña. Algo brilló en los ojos de la vieja enfermera. ¿Acaso una chispa de felicidad?
Me giré y encaminé mis pasos hacia la parte de terapia intensiva. Poco a poco las dudas volvieron a invadirme, acechándome cada vez más. Intentaba imaginar los rostros de los chicos al enterarse quién era realmente. ¿Me odiarían? ¿O podrían perdonarme? Pensé en John.
Básicamente era mi culpa. Si nunca hubiera velto con Paul, él no se hubiera desaparecido y el castaño jamás habría salido a buscarlo; por ende, el choque no existiría. Me permití tener un momento de autocompasión. Eran increíbles la cantidad de cosas que estaban pasándome. Todo había ido de mal en peor desde la muerte de mi madre. ¿Qué haría ella ahora, de estar con vida? De seguro me abrasaría y acariciaría el cabello, susurrándome al oído que las cosas iban a solucionarse.
Pero ella no estaba aquí, y no regresaría tampoco. Una lágrima resbaló por mi mejilla, y a ella le siguieron muchas más. En circustancias normales, haría todo el esfuerzo necesario para pararlas; no obstente, había perdido a Paul, y, posiblemente, también a John. Así que dejé a las gotas saladas escapar libremente. Con una mano me tapé la boca –un gesto que siempre hacía al llorar- y mis pasos se ralentizaron. Lo único que quería era que la tierra me tragase.
Levanté la vista y tube que enjuagar mis ojos para ser capaz de leer los carteles. Avancé unos cuantos pasillos más y me encontré frente a una puerta de vidrio grueso con una señal que resaba: “Terapia intensiva.”
La empujé suavemente y esta cedió al instante. Al otro lado me recibió con un pasillo largo y con muchas puertas. Las paredes, el piso y el techo eran blancos, y había varias personas con uniformes de hospial llendo de un lado al otro, con camillas y sin ellas.
Después mi mirada se posó en un pequeño grupo de chicas y chicos, sentados en unas sillas ancladas a la pared. Ahí estaba Brian Epstein, Ringo, Sofi, Bob y… ¿Candy? De repente recordé que también tenía llamadas perdidas de ella en mi celular, me fijé con cierta cautela y descubrí una de sus manos entrelazada con la del estadounidense. Eran pareja, me quedó claro al instante.
Me acerqué despacio hacia ellos, y en cuanto la castaña me reconoció, se abalanzó sobre mí envolviéndome en un fuerte abrazo. No me lo esperaba, y las lágrimas comenzaron a salir nuevamente.
-Espera. –le pedí, pero pareció no  escucharme. –Sofi… -comencé. Ella se separó un poco y me miró con sus ojos claros rojos e hinchados. -¿Cómo está? –su boca comenzó a temblar haciendo un puchero. Tragó una vez para calmarse.
-Los médicos están rebizándolo. –anunció. – no sabemos nada todavía. –Asentí con la cabeza. Una pequeña esperanza comenzó a crecer en mi interior. Las palabras “está vivo” se repetían constantemente en mi cerebro.  
-¿Y los demás? –curioseé.
-Bueno, Chio, George y Mary también iban en el auto. –confesó.
Mi corazón por poco se detiene. La culpa qe sentía por John se multiplicó por cuatro. Ni siquiera sabía que Marianne estaba aquí.
-¡¿Qué?!-pregunté pasmada. –Ellos…
-Están bien. –se apresuró a decir. Un peso se me quitó de encima. –Al menos en comparación con Johny. –Retrocedan, nada se me fue, el peso seguía allí.
-Define “bien”, por el amor de Dios. –rogué.
-George se ha fracturado una pierna, y Chio tiene unos cortes bastante feos, pero por lo demás están fuera de peligro. –Suspiré como por quinta vez en un rato, terminaría internada yo si la gente continuaba dándome estos sustos.-Debbie   está con Roger junto a su hermano, y Paul salió a buscar a Olivia. La familia de John viene en camino. –terminó de informar.
Paul. No sabía por qué, pero no se me había ocurrido que estaría por aquí. –Cosa completamente ilógica, debo aclarar.- no tenía idea de cómo me sentiría al observarlo, o él a mí. Era ovbio que no le agradaría encontrarse a la causante de todos sus problemas velando por su mejor amigo. Opté por dejarlo correr, necesitaba tener la mente en blanco.  
Sofi y yo volvimos con los demás, a quienes saludé. A penas sí me dieron bolilla. Sus rostros eran la viva pintura de la tristeza y la anciedad. Solo Candy intercambió algunas palabras conmigo, y me di cuenta de que yo tampoco estaba muy comunicativa que digamos.
Después de un tiempo, las puertas volvieron a abrirse. Por ellas pasaron dos personas. Un chico y una chica. Ella tenía el cabello castaño claro atado en un improvisado rodete y la cara cruzada por la pena. Él la sujetaba por la cintura con su cabello despeinado deformado por la lluvia.
Eran Olivia y Paul.
Ambos se acercaron a nosotros. Me puse nerviosa, no sabía qué hacer o qué decir. El muchacho se paró justo frente a mí, mientras su hermana se instalaba en otro asiento. Como si fuera a causa de una extraña fuerza de atracción, me levanté para quedar a su altura. Tanto sus ojos como los míos, estaban anegados en lágrimas. Las palabras no hiceron falta en ese momento.
Ante todo pronóstico, Paul me tomó fuerte de la cintura, me apegó contra él… y me besó. 

2 comentarios:

  1. AHHHHHHHHHH John :'CCCCCCCCCC diabloooos harri & sus piernas flacuchas & debiles >:l, ahhh diooooos la besó!, La-Be-SÓ!!!!!! :DDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD ahhhh estoy que me mato! :DDDDD pero nose arggg tengo sentimientos encontrados! de felicidad como de tristeza :'C pffs XS
    Cuídate Jules c;, cariñitos♥ C:

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  2. Me ha encantado :´( me ha echo llorar, además de que estaba con la tele puesta con un video de John Lennon y el siguiente se puso el de Concert for George y ahí ya las lágrimas han empezado a brotas las lágrimas..
    Me encanta como escribes con tanto sentimiento :=

    Sludos Julii (8

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