Angela, Londres.
Necesité apoyarme contra la pared para no caer al piso por la abrumadora sensación que me recorría las venas. La brisa ayudaba un poco, pero comparado con la fuerza de las palabras y los efectos del alcohol era insignificante. “Deben estar juntos” la frase se repetía una y otra vez en mi cabeza. De repente fui consciente de lo mucho que ansiaba tenerlo a mi lado. Supe con certeza que a pesar de todo lo que había trabajado para mejorarme a mí misma, mi mundo se derrumbaría si no conseguía a Paul.
Sucesivas imágenes de su rostro y momentos que vivimos juntos me atormentaron de golpe. La manera en que me besaba y su forma de hablar tan característica. Cómo posaba sus manos en mi cintura, o cómo me hacía reír con sus chistes y acciones tontas, de niño. De repente ya no me encontraba en el patio de un club, sino acurrucada entre sus fuertes brazos. Igual que aquella vez cuando me consoló sin saber por qué lloraba. Casi podía oír su voz decirme que todo estaría bien. Incluso cuando no sabía que mis lágrimas se debían a que le mentía… de nuevo.
Pero ahora, si conseguíamos estar juntos, las cosas serían diferentes. Como había dicho Chio, yo había cambiado. Y para bien. Tal vez… quizás… ya hubiera saldado mis deudas.
-¿Angela? –Me llamó la castaña- ¿Estás bien? – Enseguida tomé una gran bocanada de aire y volví a incorporarme, pero me mantuve cerca de la pared.
-Sí. – respondí.
-Te ves bastante pálida… -dudó la chica.
-No te preocupes, no es nada. –le resté importancia, sentía mi corazón inflamado de esperanza, algo que hace mucho no me atrevía a hacer. –Debe ser culpa de esta cosa- dije refiriéndome al vaso (ya vacío) que todavía llevaba en mi mano.
-¿Qué piensas sobre lo último que dije? –consultó. - ¿Te parece inapropiado, o muy demente?
-En lo absoluto –Negué. Y una sonrisa se extendió por su rostro, yo copié el gesto al instante. – Pero, ¿De verdad crees que él me dará otra oportunidad?-Pregunté. Si bien la frase sonó alegre y sin mucho peso, era enteramente crucial para mí. Ya saben, ventajas de ser una buena actriz: una puede aparentar felicidad cuando se cae a pedazos.
- No lo sé. De todas formas, si no quiere, lo haremos entrar en razón. Ya verás. –me consoló. Me sentía bastante reconfortada. Era la primera persona que coincidía conmigo en el tema de la reconciliación. Los demás, aunque no me lo dijesen en la cara, opinaban que sería mejor para mí si olvidada a Paulie. Y también viceversa.
Entonces entró en escena una de mis personas menos favoritas, pero por quien sentía un gran respeto: Olivia McCartney. La muchacha se había puesto un vestido negro pegado al cuerpo, y arriba una campera de jean gastado, era verdaderamente hermosa, algo que no mostraba en evidencia su gran caracter. En los pies calzaba zapatos negros de tacón y de la mano traía a un chico de lo más hermoso. Sus rulos color chocolate hacían resaltar sus cálidos ojos celestes cual diamantes, tenía un cuerpo deslumbrante y una sonrisa aún mejor. Se había puesto simples pantalones negros, con una campera y una remara blanca, y zapatos de cuero en los pies. Sí, sé lo que están pensando, el grandioso Michael Jagger.
-¡Chio! –dijo la castaña ni bien llegar - ¡Te buscamos por todos lados! De verdad que no queríamos dejarte sola, y yo –continuó, pero entonces se detuvo abruptamente y clavó sus ojos almendra (tan distintos a los de su hermano) en mí. – Ah, hola Angela. –saludó fríamente.
-¿Qué tal todo, Olivia? – respondí a mi vez, la tención estaba latente.
-Bien, excepto que no he sabido de mi hermano durante el último mes –Comentó, y fue tan ácida su manera de hablar que casi experimenté el veneno arderme en el rostro.
-No seas cruel.-La reprendió Chio en seguida, recordándome a John.–de hecho le estaba por decir a Angie si quería que la lleváramos a su hogar, porque Bob y Candy se han perdido por ahí. – Yo tragué saliva, no sonaba como el viaje más tentador del universo. De hecho, no era nada deseable.
-Descuida, puedo pedirme un taxi o algo así. – Intenté declinar, pero esta vez fue una voz de hombre la que intervino.
-Ni hablar, hay lugar de sobra en el coche – aportó Mick, ante la incrédula cara de su novia. Y luego me dirigió una sonrisa. Era como si me tuviera pena o algo así.
-Pero… - intentó Olivia.
-Nos vamos – sentenciaron Mick y Chio a una sola voz. No pude evitar que una sonrisa se escapara de mis labios. Continuaba conociendo personas magnificas todos los días, vaya que me sentía afortunada. (Sólo con respecto a eso, claro está).
Nos dirigimos todos juntos a la puerta, mientras el joven hablaba sobre Bob y el tiempo que llevaban sin verse. Ingresamos de nuevo en el club y yo encaminé mis pasos hacia la salida, pero Chio me tocó el hombro y me hizo retroceder. Confundida, la seguí entre el gentío. Pronto apareció ante mis ojos una puerta negra, que solo se diferenciaba de la pared por una fina línea de luz que se filtraba. A su lado había un tipo enorme que nos mirada con el seño fruncido.
Mick tomó la delantera y habló unos segundos con él. El tipo miró a los lados y nos abrió precipitadamente. Luego nos instó a pasar, me pareció que nos echaban, pero supuse que sería un atajo al exterior, de esos que utilizan las celebridades para evitar a los paparazis del frente. Yo también los había usado muy a menudo en el pasado.
Subimos al auto inmediatamente. Éste era negro y relucía como una joya. Para mi sorpresa, fue Olivia la que subió en el asiento del conductor. El motor ronroneó como un gato cuando la muchacha puso su pie en el acelerador. El joven iba a su lado y Chio y yo, en la parte de atrás.
Durante todo el viaje, me dediqué a mirar a través del vidrio tintado. Londres se veía extraña a esa hora. Los personajes más estrafalarios andaban sueltos por allí. Desde desagradables travestis, hasta payasos alcoholizados durmiendo en las veredas.
Le eché una mirada a Chio, quien tecleaba algo en su teléfono, muy concentrada. De repente mi aparato vibró y vi que ella me escribía a mí. Lo encontré bastante gracioso, teniendo en cuenta que estaba a mi lado.
“El lunes comienza el juego. Operación: el regreso de Paul” y una carita que giñaba el ojo.
La miré y ella me sonrió. Justo entonces Olivia detuvo el auto a las puertas de mi edificio.
-Que descanses, Angie. –me deseó Gwen, - te veo en el hospital.
-Igualmente. – respondí, sonriendo. – Muchas gracias por traerme chicos.
Olivia asintió con la cabeza.
-Ha sido un placer. –dijo Mick esbozando una enorme sonrisa.
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