viernes, 21 de septiembre de 2012

Capítulo 59 (parte 1/2)


Tres meses después, Angela.


-¡Buenos días, Johny! ¿Cómo se encuentra mi paciente favorito, hoy? – pregunté dejando el carrito con la comida a un lado y acercándome a la ventana para correr las cortinas. De inmediato la luz dorada del sol iluminó el pequeño recinto.
-Mejor si me dejaras seguir durmiendo. –resopló mi mejor amigo con la voz ronca, yo me reí.
-No seas perezoso, hace un día hermoso allá afuera. –lo reté, y coloqué el carrito cerca de su cama. Era uno de esos con bandeja incluida, para que pudiera comer su desayuno y no levantarse de la cama.
-¿Sabías que tu actitud puede ser molesta algunas veces? –me preguntó, para pincharme. 
-Tú me dijiste que la clave para todo era siempre sonreír, aunque en mi interior las cosas se cayeran a pedazos. – le recordé. El muchacho asintió, resignado pero contento.
-Sí sabes que no eres enfermera o doctora como para que sea tu paciente, ¿Verdad? –continuó jugando. Yo le eché una mirada a mi traje de empleada, era como el de los profesionales, pero de color rosa pálido, con zapatillas blancas incluidas. 
-Por supuesto, Lennon. –le respondí. – pero los dos sabemos que me encanta tratarte como tal. –dije, y se echó a reír.
-¡Igual que de pequeños cuando me curabas los dolores de barriga! –exclamó, trayendo un momento que a mí me parecía el más remoto pasado. Entonces me uní a sus carcajadas. 
Se escucharon dos golpes rápidos en la puerta, y seguido a eso, Chio apareció en el umbral.
-Buenos días, chicos. –saludó sonriente. Llevaba puesto un vestido amarillo pastel con un adorable corte princesa. Se había atado su extensa mata de cabello en una trenza espiga y traía simples valerinas en los pies.-¿Cómo han estado?
-Muy bien, y ¿tú? – respondí, John simplemente la miraba embobado.
-Genial, gracias.
-Wow – suspiró él, comenzando a reaccionar. – Estás hermosa. –La chica se sonrojó en ese momento, y yo lo encontré adorable.
-Primaveral. –comenté y ella asintió.
-Ya casi estamos en Junio, -dijo- y no podía desaprovechar lo agradable que se ha portado el clima con nosotros. 
-Tienes toda la razón. –Coincidí. Luego les eché una mirada a ambos y me di cuenta enseguida que pedían a gritos privacidad.–Bueno, me parece que Chio podrá darte el desayuno por hoy. –John me miró agradecido y su novia se acercó a la bandeja. – Adiós, tortolos. –los saludé.
-Hasta luego, Randi. – me despidió John.
-Nos vemos, Angie. –  dijo Chio.
Avancé hasta la puerta y salí al pasillo.
Las cosas habían cambiado bastante desde que Paul se había ido. Para empezar, yo había tomado un puesto como ayudante voluntaria: limpiaba habitaciones, hacía encargos, alimentaba algunos enfermos, pasaba tiempo con ellos, entre otras. Por la tarde siempre me reservaba algún momento para conversar con Raina, y en la mañana con John, quienes se habían convertido en mis tutores personales de la vida. Mi amigo, gracias al cielo, se recuperaba excelentemente. Le faltaban unas dos semas de inmovilización en la cama y luego tendría varios meses de rehabilitación, los cuales empezarían con reaprender a caminar.
 Volviendo a mi vida personal, había dejado por un tiempo la universidad, y también había estado echándole un vistazo a mi pasado. Releía viejas cartas de fans, o miraba mis películas y entrevistas. Me probaba algún que otro vestido de premiere, zapatos de tacón y joyas. Otra veces, a los artículos más extravagantes, los donaba a la caridad. Había estado trabajando mi imagen. Buscaba algo a medio camino entre Miranda y Angela. Combinaba más a menudo mi ropa vieja, extravagante,  y la nueva, más sencilla.  Pasaba mi tiempo libre junto a mi padre, y estaba aprendiendo a cocinar (lo que, para ser sincera, me costaba horrores). Lo único que no me había atrevido a cambiar, era el hábito de mantener mi rostro sin maquillaje. Tenía una especie de fobia hacia él, y, además, Paul siempre había dicho que eso le encantaba de mí.
Paul… parecía que el tiempo no había avanzado con respecto a él. Por más que ahora llevaba casi todos los días una sonrisa en mi rostro, mi corazón latía desesperado. Lo extrañaba más de lo que me hubiera imaginado, incluso estando acostumbrada a estar lejos de él… Jamás había creído que de verdad iba a perderlo de nuevo, de ahí el motivo del dolor. John me contaba algo de él algunas veces, pero lo cierto era que el chico había perdido un poco de contacto. Y para explicarlo mejor, estaba como desenchufado del mundo. Ni siquiera hablaba seguido con Olivia, y eso que es su hermana. Solo tenía oportunidad de verlo en la tele o esas cosas, pero como siempre, no era muy amiga de los medios; nada en realidad.
Y ya que hablamos de medios… ¡Mary! Ella y yo éramos amigas igual que antaño, cuando las dos teníamos fama. No le veía muy seguido, ya que usualmente la seguía alguna cámara, pero nos llamábamos por teléfono y salíamos a cenar cuando visitaba Londres, y su novio tan amado, George. Sipi, así como lo leen, la pareja dispareja seguía completamente enamorada.
 Sin embargo, existía otro par que no pasaba por sus mejores momentos. Sofi y Ringo. Risueños, ojos claros, divertidos, infantiles e inocentes, al parecer tenían demasiadas cosas en común. Se estaban tomando un tiempo, aunque suene imposible. Mi amiga había vuelto con su madre a Estados Unidos por una temporada, y el pequeño duende, como es de imaginar, se encontraba en Liverpool, pasando tiempo de caridad con su familia. De todas formas, no me tenían muy preocupada, estaba segura de que tarde o temprano arreglarían esa diferencia que los había llevado a la ruptura temporal.
-¡Angie! – me llamó una voz y al instante sentí unas manos  estrellarse contra mis hombros.
-¡Candy! –protesté, mientras la morena dejaba oír una fuerte carcajada. – te he dicho mil veces que odio cuando haces eso. –Mi amiga me soltó enseguida y se puso a caminar a mi lado. Venía ataviada con el mismo atuendo que yo, solo que traía zapatillas en los pies y un collar bastante llamativo.
-No te amargues. – me retó. Yo solo sonreí negando con la cabeza.
-No puedes traer eso con el uniforme. – le comuniqué.
-Ya lo sé, pero Bob me lo regaló en la mañana – dijo tocando delicadamente el accesorio con los dedos, y mirándolo como si la cara del cantante de folk estuviera allí.
-Me refería a tu calzado, de todas formas. –comenté y ambas reímos.
Seguimos avanzando en silencio. Ahora saben de la quinta pareja, sigue todo viento en popa para ellos. 
-¿Qué harás en la tarde? –curioseó.
-Es sábado, Candy. Tenemos clase con George, ¿Acaso no lo recuerdas? – me extrañé.
-¡Demonios! – maldijo ella. - ¡Volví a olvidarlo!
-Porque en tu corazón, solo hay espacio para un solo músico. – canturreé, inventado un ritmo exagerado en el momento. Sus mejillas se sonrojaron y me empujó juguetonamente con el brazo. Yo solo reí.
-Discúlpame con él. ¿Puedes? – pidió. – Bob y yo programamos un paseo de fin de semana y no iremos a penas termine mi turno. – explicó.
-De acuerdo, pero también deberás llamarlo. ¡Ya van tres veces que te ausentas sin avisarle!
-Lo que digas. – murmuró. – Gracias, Angie.
-Por nada, ¿Para qué son las amigas, sino? –dije y ella me abrazó con mucha fuerza, porque sabía que me molestaba.
“¿Y qué es eso que les enseña George” te preguntarás. Bueno, luego del accidente, mi nuevo amigo hiperactivo, necesitaba ocupar su tiempo ahora que no tenía eventos y tampoco podía concurrir al gimnasio. Así que Candy y yo éramos las primeras alumnas de “la escuelita de canto del Profesor George Harrison”. Y digo primeras, porque las hermanas pequeñas de John, también se habían unido a nosotras.   

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