sábado, 3 de marzo de 2012

Capítulo 22

Un año y medio en el futuro, Londres.

-Muy gracioso Lennon, -comenté por lo bajo- pero en vista de que jamás podrás ser más galán que yo, puedo permitirme pagarte una cena, ya sabes, para que no te sientas tan mal.

Ocupábamos una mesa muy grande en el restaurante. En total éramos nueve personas, asique nos habían guardado la más extensa. John y Sofi se hallaban a mis costados, a derecha e izquierda, respectivamente. Comíamos pasta, ya que era sabrosa y caliente. En especial lo último, pues hacía tanto frío que se me helaban las manos.
-Y Paul… ¿Cómo has estado? – levanté la mirada del plato y la dirigí al lugar de donde provenía la voz. Se trataba de Debbie, la hermana de George.  Ella había estado sosteniendo una conversación con Sofi hasta el momento.
-No me quejo-respondí intentando sonreír- ¿Qué tal tú?
-Pues el vuelo ha estado muy bien, y me encantan sus conciertos.
-¡Gracias! A mí también me fascinan. ¿Seguirás con nosotros la gira? –pregunté, recordando que una vez Olivia nos había acompañado.
-Me encantaría- replico, siempre sonriente- Pero solo me quedo hasta que lleguen a Estados Unidos.
-Eso es una lástima-me apené. En repetidas ocasiones había tenido la posibilidad de comprobar el tipo de chica que Debinder era. Me hallaba muy satisfecho de decir que se trataba de la imagen de George en femenino, siempre predispuesta y feliz. Lo que más necesitaba en ese momento era rodearme de personas así.
Probé otro bocado de la deliciosa pasta. Estaba… bueno, sí, deliciosa. Paseé la vista distraídamente por el local, se encontraba muy concurrido. El murmullo general llenaba mis oídos, mezclándose en ellos risas, gritos y susurros. Me detuve varios segundos en uno de los televisores que allí había. Servían de adorno. Era bastante raro, lo acepto, pero allí estaban, detenidos en el canal de noticias –chismes- estadounidenses. Ese que tiene a la conductora linda… no recuerdo como se llamaba.
Me pareció ver un rostro conocido, o mejor dicho, un gorro conocido. Logré concentrarme todavía más. No podía escuchar nada de lo que decían, pues estaba silenciado.
Era una imagen de una chica y un chico caminando por las calles de Nueva York. Ambos iban bien arropados, la nieve blanca esparcida  a su alrededor. Me fijé en el pelo castaño y liso de la muchacha, en sus ojos almendrados. Era delgada, en las manos sostenía un café de Sturbucks. Volví a centrarme en el gorro. Era mío.
Nada de eso era posible. Olivia se lo había llevado en su viaje fotográfico a Nueva York. Me quedé recapacitando las últimas palabras… ¡Nueva York! ¡Pero qué idiota! ¡Sí era mi hermana!
Otra vez concedí mi atención a la pantalla. Ahora mostraban un acercamiento de sus manos entrelazadas. Por primera vez leí el epígrafe: “Mick Jagger, cita amorosa en la nieve”.  No estaba pasando, Olivia no podría tener novio. Mínimo hasta los treinta y seis. De la nada, el eco de unas palabras pronunciadas por ella acudieron en mi ayuda: “mi relación con Mick no es cosa tuya”.
Me quedé helado –más de lo que ya estaba-. Ese británico ruliento no se quedaría con Olivia, oh no.
Me paré de pronto. John, que como bien dije estaba  a mi lado, me miró extrañado. 
-¿Qué haces? –indagó.
Pensé un poco antes de responder, no es que pudiera cortar muchas relaciones a no sé cuántos miles de  kilómetros de distancia. Volví a sentarme. Para entonces, casi todos los presentes se fijaban en mí. Sofi y Ringo seguían perdidos en su pequeño mundo de arcoíris y unicornios…
-¿Y bien, Paulie? –insistió, esta vez, Debbie.  
-Es Olivia McCartney-comencé, dramático.
-¿Está bien? –preguntó Brian, preocupándose.
-Al parecer, nunca mejor.-se escucharon varios suspiros de alivio. –Esa chica no sabe lo que le conviene.
-Nadie te sigue- volvió a hablar John- ¿Podrías explicarte mejor?
Como toda respuesta, señalé el televisor y todos se voltearon – en realidad, solo a los que les hizo falta- para observar.
-¿Ese es Mick Jagger? –Debbie parecía sorprendida.
-Sí- contesté- y el muy descarado lleva de la mano a mi hermanita.
-Hacen una pareja de lo más bonita- declaró Chio, risueña. La miré con cara de asesino- ¿Qué? Él es un muchacho muy apuesto y, además, parece una buena persona. – la mirada incrédula de John se sumó a la mía.
-Mick está que se parte- dijo Debbie, aparentemente, sin pensar. Automáticamente nuestros ojos cambiaron de dirección. Chio soltó una risita y solo entonces la chica tomó conciencia de sus palabras. Se sonrojó.
-Discúlpenla- se adelantó George. Parecía estar bastante acostumbrado a esa clase de comentarios, además no era ni un cuarto de celoso a comparación de John o de mí. –Lleva enamorada de ese chico desde que salió el primer single de Rolling Stones.
-¡Eso no es verdad!- protestó la muchacha, ahora sí, hecha un tomate. Para ser sincero, ahora mi atención estaba centrada en mi hermana.
-El problema es que está con Olivia -expliqué.
-Sí, ese “muchacho apuesto que parece buena persona”- apoyó John, haciendo una imitación barata de la voz de su novia. Chio nos miró con aire de superioridad.
-La verdadera molestia, - comenzó- es que ustedes dos son patéticamente celosos. Mick hace a tu hermana completamente feliz- zanjó.
-¡Tu lo sabías! –la acusé, algo infantil de mi parte, debo admitir. (Me puse de pie y la señalé con mi dedo índice).
-¡Pero por supuesto que sí! –se defendió.
-Ya dejen de pelear, por favor.-nos paró Brian y dijo algo por lo bajo a Mary. No me hizo falta escuchar para saber que trataba de explicar nuestro extraño comportamiento. A veces Epstein me daba pena, él era de lo más normal y debía ''ciudarnos'' y John y yo que prácticamente lo volvíamos loco.
Volví a sentarme, en ese momento Ringo y Sofi se unieron a la conversación. Nadie quiso explicarles de qué iba todo el rollo, así que acabamos por charlar sobre el concierto.
Una vez que todos terminaron de cenar, pedí la cuenta. Mis amigos se quejaron de que pagara, pues el chiste de John solo había sido eso, una broma. Lo hice de igual manera, tampoco era que supusiera un gran esfuerzo para mí.
Esa noche nos dividimos en dos camionetas. En la primera iban Brian, Debbie, George y John, que se dirigían directo al hotel. En la otra quedábamos el resto. Me había ofrecido para acompañar a Chio ya que ambos sabíamos que John terminaba hecho polvo tras las presentaciones y así él podía irse a dormir más rápido, aunque precisamente ir a dormir no es lo que hacía, más bien se encargaba de atormentar a todos y cada uno de los empleados del hotel.
Dejamos a mi mejor amiga en casa de unos tíos que vivían en la ciudad, ella estaba pasando allí sus vacaciones y dio la casualidad que nos presentamos en el estadio del lugar.
Me extrañó que Sofia se quedara en lo de otro alguien. Venía durmiendo en los mismos hoteles que nosotros. Ringo la había invitado oficialmente a la gira. Decidí no preguntar hasta encontrarme a solas con el baterista.
Estacionamos frente a una pequeña casa. Esta tenía el techo de tejas y un lindo jardín delantero. Todo era blanco a causa de la nieve. Parecía un lugar muy acogedor, era posible atisbar el fuego que ardía en la chimenea a través de las ventanas.
Sofi se despidió de Richard con un beso y de mí con un afectuoso: “Hasta luego, Paul!” También yo me bajé del coche para poder subirme en el asiento del copiloto. La rubia se acercó a la puerta y tocó el timbre. En seguida le abrieron y fui capaz de divisar a una chica de cabello oscuro y lacio. Se me calló el alma a los pies, era Angie.
-Explícate- exigí.
-¿Qué cosa?
-¿Qué hace Angie aquí?
-Es su casa- comentó Ringo, como si fuera lo más obvio del mundo.
-No, ella vive en Londres. –insistí.
-Te digo que es su casa-replicó él.
-Y yo que la acompañé en taxi una vez y tiene un departamento en la capital.
-¿Qué tu qué? –se extrañó- ¿Cuándo?
- La misma noche que la vi en el pub.
-¡Ah! No, lo que pasa es que vive aquí. –puntualizó- pasó una temporada en Londres, en el departamento de Sofi, pero este es su hogar. Por eso la traje, quedaron en verse hoy.
-¡Starkey! ¡¿Y no me dijiste nada?! –le reproché, molesto.
-¡Lo siento! –se disculpó- Es que después del incidente con la llamada, dudé que insistieras- como toda réplica, le pegué un coscorrón en la cabeza.
-¡Por supuesto que insistiré! Ahora conduce, duende.- ordené, no realmente enfadado.
-Detesto que me traten así- se quejó.
-Hubieras pensado antes de hacerme perder la oportunidad.
-¡Ya me disculpé, McCartney!
-Estoy bromeando contigo.
-Sí, claro.- Todavía no parecía muy convencido que digamos.
-¡De verdad! Tengo un nuevo plan en mente.
-¿A sí? – dijo poniendo el auto en marcha, al fin.
 -Ya lo creo- ¡Y vaya que lo tenía!

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