martes, 15 de enero de 2013

Capítulo 64


Angela. Londres.


Terminé el último sorbo de mi té y deposité la taza vacía sobre el plato con un poco más de fuerza que la debida.
-Lo siento, Ray. – me disculpé, aunque por fortuna no había llegado a romper la porcelana.
-Descuida, sé que estás nerviosa por el joven Lennon. – me consoló. Yo reí.
- Me hace gracia que lo llames así. – comenté, últimamente le gustaba nombrarlo de esa forma. – suena como alguien de la realeza. 
-Ciertamente podríamos decir que es casi un Rey – rebatió ella- mira todos los súbditos que tiene –agregó en un susurro señalando disimuladamente hacia la ventana. Del otro lado del cristal cientos de fans aguardaban por saber de su ídolo. Reí aún más fuerte y la señora lo hizo conmigo.
-¿Te sientes mejor? – preguntó, dedicándome una cálida sonrisa.
-La verdad es que no. – confesé. – Me encuentro demasiado alterada por él.
-Eso puedo creértelo. Es la tercera taza de tilo que te bebes en media hora. – me censuró. – Si yo fuera tú estaría prácticamente dormida tarareando la letra de “Love me tender”. – le sonreí cómplice. Al parecer el té de hierbas tenía un efecto contrario en mí que en el resto de las personas.
-¿Cuánto falta? – volví a consultar.
-Menos. – fue la enigmática respuesta. Puse mis ojos en blanco y comencé a tamborilear mis dedos sobre la superficie del mostrador. Raina rió ante mi impaciencia. – Sabes que el momento en que John se levantará ocurrirá exactamente a las diez de la mañana, como hace meses que está previsto. – me recordó. – recién son las ocho y media, Angela.
-Tienes razón, debo calmarme. –coincidí al fin, largando un suspiro, e inmediatamente me puse de pie. La morena me miró extrañada. – Gracias por el té, Ray, estaba delicioso. Ahora, si me permites, voy a hacer una llamada.
-Adelante. –murmuró. Y corrió un poco su silla para que pudiese pasar y salir del recibidor.
Le sonreí y saqué mi teléfono del bolsillo delantero de mi camisa. Avancé unos cuantos pasos, hasta encontrarme en un pasillo desierto, donde no se escuchaba la actividad del hospital. Busqué entre mis contactos y apreté el botón verde. Luego de tres tonos, su voz gruesa y característica me atendió.
-Buenos días, Angie. –saludó George, aparentemente de buen humor.
-¡Hola!  ¿Cómo has estado? – respondí.
-Muy bien, ¿Y tu?
-Genial.
-¿Pasó algo con nuestra reunión de la tarde? –dijo refiriéndose  a la lección de guitarra que teníamos programada para hoy, era sábado.
-¿Qué? – pregunté confundida. – No, no es eso. Sabes que jamás te cancelaría. –agregué. – Te llamaba para averiguar si vendrías al hospital para ver a John, ya sabes, como hoy es el gran día.
-Oh, sí. Espera, ¿No era a las diez? ¿Acaso estoy llegando tarde? –se alarmó. Lo oí separase un poco del teléfono y discutir con alguien. 
-¡No!, es decir, no. –me corregí bajando el tono de mi voz. – Sólo tenía curiosidad… -dije, pronunciando las primeras palabras que acudieron a mi mente. Entonces George soltó una pequeña risa.
-Te estás muriendo de los nervios. ¿A que sí? - insinuó con un tono acusador.
-Claro que no. –mentí. No sé por qué no admitía la verdad y listo. Supongo que no quería darle tanta importancia al tema de Johny para que no resultase grave en mi cabeza. Al final,  él había terminado contagiándome sus miedos, sólo que esa parte no la sabía. 
-Angie … - insistió el castaño.
-¡Está bien! Ya casi no me quedan uñas en las manos y me tomé tres tazas de un té calmante que no sirvió para nada. ¿Contento? – le espeté.  - ¿Podrías venir y relajarme? –rogué al final. George volvió a reír.
-Voy para allá. – dijo, y volvió a alejarse del teléfono para intercambiar unas palabras con alguien.
-¿Con quién hablas? – curioseé.
-El conductor. Estaba por tomar un paseo ya que no tenía nada más para hacer, pero dado las circunstancias…
-No digas, eso. Me haces sentir culpable. – lo regañé.
-Sí es tu culpa. – afirmó.
-¡Harrison! –lo oí que se carcajeaba en el teléfono.
-Ya, sabes que no me molesta en lo más mínimo, para eso están los amigos, Angela. –Le dediqué una sonrisa aunque no pudiera verme.
-Gracias. – dije, y corté la llamada.
No sabía dónde se encontraba exactamente, pero supuse que tardaría un rato en llegar. Sobretodo para ingresar al edificio. Conociéndolo, se pasaría al menos quince minutos en las puertas firmando autógrafos y sacándose fotografías con los fans. Suspiré y llevé mis manos a mi cabeza. Retrocedí unos pasos hasta sentir la fría pared tras mi espalda. Aproveche que nadie estuviera por ahí y me deslicé hasta quedar sentada en el suelo. Abracé mis rodillas.
No entendía qué pasaba conmigo el día de hoy. Simplemente me había despertado con la cabeza hecha un lío. Estaba la creciente preocupación por John, de verdad quería creerme mis palabras como se las había tragado él, pero por alguna razón ya no me sonaban tan reconfortantes. Al menos sabía con certeza que se encontraba fuera de peligro. A escondidas, me había asegurado de ello leyendo su historial médico.  
No quería admitirlo, pero la fuente de mis pensamientos, si me ponía a repasar los últimos días con una frialdad calculadora, era Paul. Paul y el maldito amor que sentía por él. Desde que Chio había dicho que sería un desperdicio si no acabáramos juntos, y que éramos perfectos el uno para el otro… no sé, las cosas se habían descontrolado demasiado. Ansiaba tanto tenerlo conmigo que dolía.
Pero nada lo suficientemente bueno acudía en mi ayuda. Ningún plan parecía funcionar. Y yo ni siquiera sabía cómo se sentía él respecto a mí. ¿Continuaría tan decepcionado de mí como antes? Esperaba de todo corazón que no. Prefería ser su amiga que perderlo para siempre.
En ese momento, intenté convencerme de que odiaba el amor. Detestaba la forma en la que me hacía sentir. Me irritaba la mayor parte del tiempo. Sólo quería ir, verlo a la cara otra vez. Sus profundos ojos verdes, su sonrisa, ¡su magnífico cabello!
Extrañaba demasiado su gentil y aniñada forma de ser. Aunque lo pintaran como el mujeriego rompecorazones, yo sabía que la realidad era otra. Y Paul se parecía bastante a un niño. Tenía los sentimientos más puros que yo hubiese visto jamás. Y me dolía pensar que fui dueña de ellos y en dos ocasiones lo eché a perder. A voluntad. 
Intenté ponerme en su lugar. Era desesperante imaginarme que había sufrido tanto como yo. Tal vez era cierto que no deberíamos estar juntos. Quizás… las cosas serían mejor de ese modo. Cabía la posibilidad de que fuésemos demasiado dañinos el uno para el otro.
Pero no podía evitar lo bien que me sentía cuando pensaba en nosotros juntos. ¿Cómo podría estar mal algo que te cambia el humor con sólo imaginártelo? ¿Cómo podía desistir del verdadero amor cuando lo había encontrado? Y eso que no me había llevado mucho tiempo… De hecho, habíamos pasado más días separados que juntos. Sin embargo, si miraba hacia atrás… podía distinguir una luz fuerte y brillante cuando él había estado a mi lado, y una profunda oscuridad cuando no.
Hundí mi cabeza en mis brazos, desando con todas mis fuerzas poner la mente en blanco antes de que me estallara. Un doctor pasó por ahí, y al verme, me preguntó cómo me encontraba. Al contestarle que estaba bien, me ordenó que siguiera con mi trabajo. Tenía razón, no estaría holgazaneando en el hospital. 
Me puse de pie lentamente y fui a buscar el carrito de la limpieza. Me pasé la próxima media hora quitando polvo de los estantes de unos cuartos vacíos, prontos a ocupar. George no había llegado aún. De todas formas, ya no estaba tan nerviosa, me sentía algo más calmada al haber dejado salir todos esos pensamientos que se arremolinaban en mi caja de Pandora.     

 Quince minutos antes de las diez, el mundo era un caos. Literalmente. No había lugar en el que no se hablara de John Lennon y su famosa recuperación. En las afueras del edificio, los fans se habías multiplicado por cientos. Ya habían ocurrido quince intentos de infiltración. Dos de ellos, chicas locas que fingían desmayos para que las dejasen entrar.
Me hallaba en la sala donde transcurriría el evento. Era un espacio circular muy grande. Candy y Raina estaban conmigo, dándome todo su apoyo. También la tía de John, y por supuesto, Chio, que estaba con él en ese preciso momento. George Martin también había acudido y acompañado por Brian y Bob, quien había entablado una amistad con John en estos últimos tiempos. Y por supuesto, los chicos de la banda. Excepto Paul. 
Ringo estaba radiante de felicidad, todo optimismo. Bob tenía su cara de póker, así que era muy difícil para mí descifrar lo que sentía. Y George… algo extraño pasaba con él. No había llegado antes como me había prometido. Curiosamente, había sido él último en aparecer, y su rostro estaba cubierto por una sombra de preocupación. ¿O consternación? No podría decirlo. Había intentado acercarme a preguntarle qué le sucedía, pero me había esquivado con un escueto: “lo siento, se me hizo muy tarde en el trayecto hacia aquí”. Pero decidí no darle demasiada importancia y achacarlo a lo que vendría con John.
La aguja larga del reloj de la pared tocó las doce. Las puertas de la habitación se abrieron de par en par y una Chio temblorosa apareció, empujando con ambas manos una silla de ruedas, donde el castaño de ojos brillantes iba sentado. Detrás de ellos, el doctor hizo acto de presencia.
Todos los ojos fueron directos a la cara de John. Cuando nuestras miradas se cruzaron asentí, y le sonreí. Entonces dejó escapar el aire que estaba conteniendo. Y lo supe. Tuve la certeza de que acabaría bien. De pronto tanta preparación y expectativa me pareció innecesaria. Estábamos convirtiendo lo que sería una simple caminata, en un hecho demasiado importante. Casi comparable a cuando el hombre pisó la luna. Incluso había un señor con una cámara para dejar filmado el mágico momento. Sentí pena por Johny. Debería e
star muriéndose de los nervios.
Chio tomó su mano e inmediatamente. Mimi, su madre, se acercó a ellos. La castaña pasó uno de los brazos de él por sus hombres y la mujer la imitó. El médico observaba todo con atención y ojos críticos. Los demás guardábamos el aliento. Poco a poco se incorporó y sus dos pies estuvieron apoyados en el suelo después de tanto tiempo. Movió sus deditos.
-¿Cómo te sientes? –consultó el doctor.
-Bien.–respondió John.
-¿Te duele algo? En especial los puntos donde se te han roto los huesos. 
-No por ahora.
-De acuerdo, chicas, quiero que lo suelten, de apoco. –indicó.
Se separaron un poco mientras él iba asentando sus piernas. Lo sujetaron del codo. Asintió y lo tomaron del antebrazo. Luego de las manos. El cuerpo del muchacho iba relajándose segundo a segundo. Dejaron sus manos junto a su cuerpo y por fin lo soltaron del todo. Ningún sonido se escuchó en ese momento. John miró la punta de los dedos de sus pies. Luego elevó la cabeza sonriente.
 -¡Estoy parado! –exclamó.
Entonces sí. Todos dejamos salir el aire y comenzamos a parlotear en voz alta, felicitándolo. Chio regresó a su lado y lo abrazó.
-¡Al fin vuelves a ser más alto que yo! – festejó. Él le devolvió el abrazo.
-Te amo. – le dijo.
-Yo también. – y los demás dejamos salir un fuerte y coordinado “aww” que la hizo sonrojarse. 
-Bueno, ahora intentaré caminar. –anunció el castaño.
El médico intentó impedírselo, pero él ya había dado un paso al frente. Se desestabilizó en cuanto separó sus pies.  El silencio volvió a cubrirnos. Chio lo tomó mas fuerte impidiendo que se cayera. Vi la mueca de horror que invadió su rostro por una fracción de segundo.
-No se preocupen.- nos calmó el de la bata blanca. – es perfectamente normal. Vuelve a sentarte. – le pidió. El chico obedeció instantáneamente. –Señoras y señores –continuó con tono solemne. – John Winston Lennon volverá a estar en perfectas condiciones en cuestión de unos pocos meses.
Prorrumpimos en aplausos. Vi que su tía dejaba salir unas lágrimas y que sus medio-hermanas se ponían a bailar en ronda. Bob silbó haciendo que yo soltara una carcajada.
-¡¿Podrá asistir a nuestra boda?! – gritó alguien por encima del bullicio.
Todos los ojos se posaron en el baterista en un instante. Sofi, que también se encontraba allí, lo miró con los suyos  muy abiertos.  El camarógrafo cambió de posición y enfocó a Ringo. Este se paró de su silla y dirigió sus pasos hasta donde se encontraba su chica. Metió la mano en el bolsillo delantero de sus pantalones y sacó una pequeña cajita forrada en satén negro y con un moño. Comenzó a juguetear con ella entre sus dedos. Luego la miró fijo a los ojos. Incluso estando lejos de ellos, casi podía escuchar cómo el corazón de ella bombeaba escandalosamente rápido.
-Sé que ya estamos casados, -comenzó Rich, con su característica forma de hablar- y tú sabes que te amo. En las Vegas te prometí que siempre estaríamos juntos, y aunque eso vale para nosotros de un modo especial, no estoy seguro de que cuente en Inglaterra. –tomó aire, no estaba segura de si eso había sido una broma traicionada por los nervios. No me decidía a cuál de los dos observar con mayor atención, estaba anonadada- Para que no haya dudas, y para que tengamos la boda especial que siempre quisiste…
-Ya tuve mi boda especial…- susurró Sofia. – especial porque fue contigo. Te amo, es lo más importante.
-Lo sé, y por eso soy el hombre más feliz del mundo. –aclaró, tomando su mano delicadamente. – De todas formas quiero hacer esto, no me importaría hacerlo miles de veces, en realidad. Fue le mejor momento de mi vida. Así que… -hincó una de sus rodillas al suelo y abrió la pequeña caja. Dentro reposaba un anillo de diamantes del tamaño de una cereza.–Sofia Gray, como eres mi otra mitad, la mejor persona que he conocido y también la más hermosa ¿Me harías el honor de casarte conmigo, otra vez? –suplicó. Para ese punto, los nervios se habían desvanecido de sus ojos, lo único que había allí era felicidad.
Juro que creí que mi amiga iba a desmayarse. Pero no lo hizo. Se mantuvo fuerte, se arrodilló junto a él y lo besó. Fue el beso más tierno que vi en mi vida.
-Claro. –respondió, finalmente. – No he querido algo tanto en toda mi vida. –Rich puso el anillo en su dedo anular, justo por encima del de las Vegas. Se abrazaron y volvieron a besarse.
-Wow ¡Que propuesta! ¡Esa sí que es una buena forma de quitarme la atención! –bromeó John, rompiendo cualquier rastro de romanticismo. Las risas inundaron el salón.-Los felicito, chicos, de veras. –ambos amigos se miraron, expresando su felicidad por el otro. -¿Alguien podría empujar esta maldita silla por mí? –Exigió, desesperándose- quiero darles un abrazo. -agregó, subiendo el tono más de lo normal.
Sonreí complacida. El mismo Lennon de siempre.

1 comentario:

  1. Dioos, me has formado una enorme sonrisa, no se como lo hacer o____o
    Me encanta de verdad y espero ver qué pasa con Paul *-*

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