Angela. Londres.
El “pequeño” descuido de mis queridísimos amigos, Sofia y Ringo, llevaba setenta y dos horas dando vueltas por el mundo, sin ninguna clase de respiro. Simplemente viajando entre los diferentes medios de comunicación, la televisión, los diarios -de hecho fue la portada de este durante los tres días- e incluso anuncios por la calle ¡Todos lados! No existía persona sobre la faz de la Tierra que no supiera la noticia.
Y así como la variedad de gente que existe en el planeta, era grande la cantidad de opiniones diferentes sobre el asunto, aunque la mayoría no eran muy bonitas que digamos. Es decir, ídolo adolecente (aunque Rich ya no fuera tan joven) casándose en las vegas precipitadamente. No pinta demasiado bien.
De hecho, la cosa era tan grave que hasta George Martin decidió tomar cartas en el asunto. Lo primero que había mandado a hacer, consistía en la vuelta inmediata del baterista a Londres. Sofi, por descontado, se había venido con él, e incluso su madre la acompañaba, quien se quedaría con mi papá y conmigo en nuestra casa. Yo no conocía a George Martin, los chicos decían que a nadie le gustaría tener su enfado a disposición, pero la mamá de Sofi… digamos que Hulk en sus peores momentos parecía un cachorrito tierno a su lado.
Así que el joven de ojos claros cargaba por esos días con dos de los peores enfados del mundo. Sin contar, por supuesto, con las miles de fans desilusionadas y enfadadas. Como el evento había transcurrido de la noche a la mañana, nadie había tenido tiempo de hacerse a la idea. Ni siquiera los nuevos esposos. ¡El compromiso tiene una razón de ser! Pero era imposible enojarse con ellos. ¡Se los veía tan verdaderamente felices! Seguían siendo la pareja más linda que hubiese conocido jamás. Y si te cruzabas con Richard Starkey, no parecía un muchacho abatido bajo el peso de las consecuencias de sus actos, sino que se encontraba fresco como una lechuga. Optimista, de buen humor, ¡El orgullo se le salía por los poros!
Creo que con eso había dejado demostrado el verdadero oro de los duendes; en vez de una olla llena de monedas al final del arcoíris, se trataba de su incapacidad de dejarse amedrentar. Sobretodo cuando se encontraba convencido de que obraba bien.
Sofi, por otro lado, estaba radiante y no me refiero a que el sol se reflejara por sus cabellos castaños con más intensidad de la acostumbrada. Era, literalmente, la mujer más feliz del mundo. Ya habíamos mantenido otra larga conversación sobre el asunto. Me confesó que Ringo se sentía un poco avergonzado de la manera en que había unido sus vidas para siempre. Ahora deseaba una boda de verdad, iglesia, vestido blanco y esmoquin. Sin embargo, al mismo tiempo lo tenía un poco aterrado. Por lo que, al ser tan contradictorios sus sentimientos, (como es lógico) todavía no habían dejado nada en concreto. Sofi me confesó, en uno de nuestros momentos hermana-hermana, que en su mente, ya tenía hasta ideado mi vestido de dama de honor.
Y hablando de mejores amigos… la cara que pusieron John y George al enterarse no tenía precio. Aunque si tengo que ser sincera, no los había visto en directo. En realidad, el joven se los había contado por telefono la misma tarde que Sofi a mí. Les habría dicho en persona, pero pensó que para cuando llegase a Londres, y se reunieran los tres, hace rato que lo sabrían.
Y ya… lo sé. Lo inevitable es que les cuenta algo sobre Paul McCartney. ¿Verdad? Bueno, lo poco que sé del muchacho que aún continúa robándome los suspiros, es lo siguiente: se encuentra en algún lugar paradisíaco del sur de África, alejado del mundo con su tía Gloria. La única certeza es, que si se realiza una boda, él asistirá, pero no tiene planes de regresar todavía. El muy idiota.
¿A qué juego está jugando? ¿Por qué es tan necesario que me haga sufrir así? Para el día de la fecha… ya habían pasado casi cuatro meses desde el accidente. ¿Acaso no es suficiente para recapacitar? Yo había logrado un cambio muy importante en ese lapso de tiempo.
<< ¡Basta, Angela! ¡Deja de pensar en él!>> Me ordené a mi misma. En los últimos días no hacía otra cosa y creo que ya comenzaba a idealizarlo. Tampoco quería llevarme una desilusión cuando volviera a verlo, si es que lo hacía…
Las puertas del hospital se encontraban atestadas de gente. Por lo general, siempre había unos diez o quince fans velando por John, pero aquella vez se habían multiplicado al menos once veces. Había guardias costeando las entradas y muchos camarógrafos y periodistas. El entorno me hacía recordar la nefasta noche del accidente, sólo que hoy era muy temprano en la mañana.
Greg, al ver el tumulto que se había congregado (y leyendo mis pensamientos) desvió el auto hacia la parte trasera del edificio, donde se hallaba la entrada del personal de servicio. Es decir, yo.
Me volteé en el asiento del acompañante para pasar mi mano y tocar la pierna de Candy, que, como de costumbre, se había quedado dormida en la parte trasera. Ella se incorporó sobresaltada y luego se desperezó al tiempo que soltaba un bostezo.
-Gracias por traernos, señor Young. – dijo.
-Es un placer, Candy. – respondió mi padre- y sabes que puedes llamarme Greg. – mi amiga se encogió de hombros.
-“Señor Young” suena más sofisticado – comentó, y una sonrisa se extendió por su rostro- y sexy. – agregó. Luego de guiñarle un ojo por el espejo retrovisor, abandonó el coche.
Silencio incómodo; mi padre rió y yo puse los ojos en blanco. Deposité un beso en su mejilla y seguí a la morena al exterior.
-Te quiero, cielo. – me recordó – que tengas un buen día, saluda a John de mi parte.
-Lo haré – prometí. – Yo también, papá.
Miré hacia arriba un momento y contemplé el firmamento, parecía como si fuese a salir el sol. Sonreí.
Ingresamos en el edificio, que continuaba tan blanco y pulcro como siempre. Nos dirigimos a los vestuarios a través de los largos pasillos atestados de doctores y pacientes, y llenos de puertas por todos lados. Buscamos nuestros uniformes y nos cambiamos.
Ese día Candy combinó sus pantalones rosa claro con unas sandalias romanas de cuero negro y una cadena con un signo de la paz bien grande. La observé sin decidirme a regañarla o echarme a reír. Ella me devolvió una mirada pícara. Rodé mis ojos y salimos de nuevo.
El edificio, a pesar de ser las seis y media de la mañana, bullía de actividad. A veces me entristecía que existieran tantas personas con accidentes o enfermedades, pero no estaba en mis posibilidades cambiar el hecho.
Recorrí el mismo camino que todas las mañanas desde que había ingresado como voluntaria. Candy me deseó suerte y se separó de mí doblando en una esquina. Continué avanzando sola. El corazón comenzó a latir desbocado en mi pecho. Hoy sería un día muy, pero muy importante. Era el fin de la primera etapa. El término de sus sufrimientos. Todo lo que había trabajado, las horas pasadas postrado sin poderse levantar.
Hoy, John Winston Lennon, regresaría a su gloria.
Di dos golpes rápidos en la madera pintada de blanco. Los números dorados de su habitación brillaban débilmente delante de mí. Hasta mis oídos llegó un trémulo “adelante”. Parecía ahogado, como si no le saliese la voz.
Abrí la puerta apresuradamente, pero me quedé cerca de la entrada a percatarme de que se encontraba bien. La cortina de la ventana estaba corrida y el sol, que al fin había salido, entraba a raudales iluminándolo directamente. Sus cabellos soltaban algunos destellos y sus ojos se veían más brillantes que nunca. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho, justo por arriba de las sábanas. Su respiración era agitada y tenía los ojos clavados en el televisor de adelante, colgado apagado en la pared.
-Buen día- dije utilizando el tono más agradable pero a la vez delicado de mi repertorio. Él giró la cabeza en dirección a mí y sonrió. Parecía muy cansado.
-Hola, Angie.
-¿Cómo te encuentras? –consulté acercándome despacio.
-Nervioso, ansioso y asustado al mismo tiempo. ¿Es posible? – reí ante su torbellino de emociones y me senté en la silla que estaba a su lado, puse una mano en su hombro. - ¿Qué es lo que te preocupa? – pregunté procurando sonar amable.
-Todo. – Respondió él, incapaz de tranquilizarse.- ¿Qué pasa si no lo logro? ¿Qué haré entonces? –soltó. En mi vida lo había visto tan repentinamente asustado. Al menos su aspecto físico volvía a parecer más o menos el de siempre. Incluso le habían quitado los yesos.
-Mira, John- comencé, obligándolo que no se perdiese ningún detalle de mi rostro- Esto va a salir bien. ¿Me oyes? – El castaño asintió lentamente- Te has tratado con los mejores doctores del mundo y has sido muy cuidadoso respecto a todo. No hay razón para que no funcione.
Me sostuvo la mirada un poco más y luego la desvió hacia el costado.
-¿Y si no recuerdo cómo caminar?
No pude evitar sonreír conmovida ante ese comentario. John me miró con una mueca de reproche. Me di cuenta de que iba en serio y también que le había costado mucho pronunciar esas palabras. Intenté serenarme.
-No creo que te cueste demasiado volver a caminar ¡Llevas veintidós años haciéndolo! – dije.–Pero si no recuerdas cómo, tienen profesionales que te enseñarán. ¿De acuerdo?
Él lanzó un suspiro y se pasó ambas manos por la cara.
-Sólo una cosa más- anunció. Fue mi turno de asentir.- ¿Qué pasa si ya no puedo aguantar la presión como antes? – Pronunció despacio- ¿Si… si tengo que abandonar la banda por mi salud?
Tomé una gran bocanada de aire y pasé mi mano de su hombro a una de las suyas, luego entrelacé nuestros dedos.
-Este plan de sanación, -le expliqué- tiene sólo un objetivo: tu mejoría total. Eres mucho más fuerte de lo que crees, John. – Agregué con cariño- Y lo sabes por el simple hecho de seguir vivo. No tienes de qué preocuparte mientras te ciñas al plan. –Remarqué- y, para cuando termines con las rehabilitaciones que tengas que hacer, podrás decidir: si todavía quieres The Beatles, así lo será.
Mi amigo me dirigió una mirada de rebosante afecto, que me hizo sonrojar y sonreír.
-Gracias, Angie. De verdad.
Guardamos silencio unos segundos, diciéndonos todo lo queríamos con los ojos.
-Estoy muy feliz de tenerte conmigo otra vez. –reconoció.
-Supongo que algo bueno salió de todo el embrollo de Miranda Kane- comenté, intentando sonar graciosa. No obstante, de repente, mi voz se quebró y las lágrimas afloraron a mis párpados. Sin poder evitarlo, me puse a llorar.
John me miró extrañado y me indicó que me recostara en el espacio libre que quedaba a su lado. Yo obedecí sin rechistar. Delicadamente comenzó a acariciar el dorso de mi mano, que seguía unida a la suya entre ambos, con su pulgar.
-¿Por qué estas triste? –preguntó suavemente. Yo no me podía creer que él tuviera que consolarme a mí precisamente hoy. Pero su forma de hablar era tan dulce que ni siquiera me sentí obligada a responder. Me encogí de hombros.
-¿Es por Paul?- intentó. Me dediqué a buscar en mi interior el verdadero significado de mis lágrimas, pero no encontré ninguno.
-No lo sé. – dije entre tartamudeos y sollozos.
-Shh. Cálmate. ¿Si? Llorar es bueno. – me confortó, sin dejar de deslizar su pulgar en mi piel. –Tal vez sólo necesitas desahogarte. – sugirió. Yo me limité a asentir. –Últimamente sucedieron muchas cosas. –continuó hablando, su voz me resultaba tranquilizadora. – Primero lo de Paulie, todo lo que ello trajo consigo; el accidente; luego el cambio de vida… - su voz se apagó por un momento y me di cuenta de que ya no lloraba. - ¡Vaya! – dijo como si recién se diese cuenta de algo- ¡Sí que has pasado por un millón de cosas! ¿Cómo haces para ser tan fuerte? – solté una risa a regañadientes. No conocía a alguien más distraído que él. – Esa es la Angela que conozco y quiero. Siempre sonriente. – comentó.
No pude más que abrazarlo
que, bonito *-* John en esta novela me enamora, en serio, es genial, el más dulce del mundo :_:
ResponderEliminarEspero el sguiente con ansias, muchos saludos :)