viernes, 21 de septiembre de 2012

Capítulo 59 (parte 1/2)


Tres meses después, Angela.


-¡Buenos días, Johny! ¿Cómo se encuentra mi paciente favorito, hoy? – pregunté dejando el carrito con la comida a un lado y acercándome a la ventana para correr las cortinas. De inmediato la luz dorada del sol iluminó el pequeño recinto.
-Mejor si me dejaras seguir durmiendo. –resopló mi mejor amigo con la voz ronca, yo me reí.
-No seas perezoso, hace un día hermoso allá afuera. –lo reté, y coloqué el carrito cerca de su cama. Era uno de esos con bandeja incluida, para que pudiera comer su desayuno y no levantarse de la cama.
-¿Sabías que tu actitud puede ser molesta algunas veces? –me preguntó, para pincharme. 
-Tú me dijiste que la clave para todo era siempre sonreír, aunque en mi interior las cosas se cayeran a pedazos. – le recordé. El muchacho asintió, resignado pero contento.
-Sí sabes que no eres enfermera o doctora como para que sea tu paciente, ¿Verdad? –continuó jugando. Yo le eché una mirada a mi traje de empleada, era como el de los profesionales, pero de color rosa pálido, con zapatillas blancas incluidas. 
-Por supuesto, Lennon. –le respondí. – pero los dos sabemos que me encanta tratarte como tal. –dije, y se echó a reír.
-¡Igual que de pequeños cuando me curabas los dolores de barriga! –exclamó, trayendo un momento que a mí me parecía el más remoto pasado. Entonces me uní a sus carcajadas. 
Se escucharon dos golpes rápidos en la puerta, y seguido a eso, Chio apareció en el umbral.
-Buenos días, chicos. –saludó sonriente. Llevaba puesto un vestido amarillo pastel con un adorable corte princesa. Se había atado su extensa mata de cabello en una trenza espiga y traía simples valerinas en los pies.-¿Cómo han estado?
-Muy bien, y ¿tú? – respondí, John simplemente la miraba embobado.
-Genial, gracias.
-Wow – suspiró él, comenzando a reaccionar. – Estás hermosa. –La chica se sonrojó en ese momento, y yo lo encontré adorable.
-Primaveral. –comenté y ella asintió.
-Ya casi estamos en Junio, -dijo- y no podía desaprovechar lo agradable que se ha portado el clima con nosotros. 
-Tienes toda la razón. –Coincidí. Luego les eché una mirada a ambos y me di cuenta enseguida que pedían a gritos privacidad.–Bueno, me parece que Chio podrá darte el desayuno por hoy. –John me miró agradecido y su novia se acercó a la bandeja. – Adiós, tortolos. –los saludé.
-Hasta luego, Randi. – me despidió John.
-Nos vemos, Angie. –  dijo Chio.
Avancé hasta la puerta y salí al pasillo.
Las cosas habían cambiado bastante desde que Paul se había ido. Para empezar, yo había tomado un puesto como ayudante voluntaria: limpiaba habitaciones, hacía encargos, alimentaba algunos enfermos, pasaba tiempo con ellos, entre otras. Por la tarde siempre me reservaba algún momento para conversar con Raina, y en la mañana con John, quienes se habían convertido en mis tutores personales de la vida. Mi amigo, gracias al cielo, se recuperaba excelentemente. Le faltaban unas dos semas de inmovilización en la cama y luego tendría varios meses de rehabilitación, los cuales empezarían con reaprender a caminar.
 Volviendo a mi vida personal, había dejado por un tiempo la universidad, y también había estado echándole un vistazo a mi pasado. Releía viejas cartas de fans, o miraba mis películas y entrevistas. Me probaba algún que otro vestido de premiere, zapatos de tacón y joyas. Otra veces, a los artículos más extravagantes, los donaba a la caridad. Había estado trabajando mi imagen. Buscaba algo a medio camino entre Miranda y Angela. Combinaba más a menudo mi ropa vieja, extravagante,  y la nueva, más sencilla.  Pasaba mi tiempo libre junto a mi padre, y estaba aprendiendo a cocinar (lo que, para ser sincera, me costaba horrores). Lo único que no me había atrevido a cambiar, era el hábito de mantener mi rostro sin maquillaje. Tenía una especie de fobia hacia él, y, además, Paul siempre había dicho que eso le encantaba de mí.
Paul… parecía que el tiempo no había avanzado con respecto a él. Por más que ahora llevaba casi todos los días una sonrisa en mi rostro, mi corazón latía desesperado. Lo extrañaba más de lo que me hubiera imaginado, incluso estando acostumbrada a estar lejos de él… Jamás había creído que de verdad iba a perderlo de nuevo, de ahí el motivo del dolor. John me contaba algo de él algunas veces, pero lo cierto era que el chico había perdido un poco de contacto. Y para explicarlo mejor, estaba como desenchufado del mundo. Ni siquiera hablaba seguido con Olivia, y eso que es su hermana. Solo tenía oportunidad de verlo en la tele o esas cosas, pero como siempre, no era muy amiga de los medios; nada en realidad.
Y ya que hablamos de medios… ¡Mary! Ella y yo éramos amigas igual que antaño, cuando las dos teníamos fama. No le veía muy seguido, ya que usualmente la seguía alguna cámara, pero nos llamábamos por teléfono y salíamos a cenar cuando visitaba Londres, y su novio tan amado, George. Sipi, así como lo leen, la pareja dispareja seguía completamente enamorada.
 Sin embargo, existía otro par que no pasaba por sus mejores momentos. Sofi y Ringo. Risueños, ojos claros, divertidos, infantiles e inocentes, al parecer tenían demasiadas cosas en común. Se estaban tomando un tiempo, aunque suene imposible. Mi amiga había vuelto con su madre a Estados Unidos por una temporada, y el pequeño duende, como es de imaginar, se encontraba en Liverpool, pasando tiempo de caridad con su familia. De todas formas, no me tenían muy preocupada, estaba segura de que tarde o temprano arreglarían esa diferencia que los había llevado a la ruptura temporal.
-¡Angie! – me llamó una voz y al instante sentí unas manos  estrellarse contra mis hombros.
-¡Candy! –protesté, mientras la morena dejaba oír una fuerte carcajada. – te he dicho mil veces que odio cuando haces eso. –Mi amiga me soltó enseguida y se puso a caminar a mi lado. Venía ataviada con el mismo atuendo que yo, solo que traía zapatillas en los pies y un collar bastante llamativo.
-No te amargues. – me retó. Yo solo sonreí negando con la cabeza.
-No puedes traer eso con el uniforme. – le comuniqué.
-Ya lo sé, pero Bob me lo regaló en la mañana – dijo tocando delicadamente el accesorio con los dedos, y mirándolo como si la cara del cantante de folk estuviera allí.
-Me refería a tu calzado, de todas formas. –comenté y ambas reímos.
Seguimos avanzando en silencio. Ahora saben de la quinta pareja, sigue todo viento en popa para ellos. 
-¿Qué harás en la tarde? –curioseó.
-Es sábado, Candy. Tenemos clase con George, ¿Acaso no lo recuerdas? – me extrañé.
-¡Demonios! – maldijo ella. - ¡Volví a olvidarlo!
-Porque en tu corazón, solo hay espacio para un solo músico. – canturreé, inventado un ritmo exagerado en el momento. Sus mejillas se sonrojaron y me empujó juguetonamente con el brazo. Yo solo reí.
-Discúlpame con él. ¿Puedes? – pidió. – Bob y yo programamos un paseo de fin de semana y no iremos a penas termine mi turno. – explicó.
-De acuerdo, pero también deberás llamarlo. ¡Ya van tres veces que te ausentas sin avisarle!
-Lo que digas. – murmuró. – Gracias, Angie.
-Por nada, ¿Para qué son las amigas, sino? –dije y ella me abrazó con mucha fuerza, porque sabía que me molestaba.
“¿Y qué es eso que les enseña George” te preguntarás. Bueno, luego del accidente, mi nuevo amigo hiperactivo, necesitaba ocupar su tiempo ahora que no tenía eventos y tampoco podía concurrir al gimnasio. Así que Candy y yo éramos las primeras alumnas de “la escuelita de canto del Profesor George Harrison”. Y digo primeras, porque las hermanas pequeñas de John, también se habían unido a nosotras.   

Capítulo 58


Angela.

Entré en el hospital echa un tornado. Saludé a Raina a la pasada con un simple “¡Hola!” y corrí directa hacia la habitación de John. Debía contarle lo que estaba pasando. Tenía que saberlo y aconsejarme como toda la vida.
Pasé veloz junto a enfermeras y doctores bastante molestos por mi conducta, pero no les hice mucho caso. Ni siquiera sé cuántas veces dije: “lo siento” en el camino. No me tropecé y mucho antes de lo que pensaba, me encontraba en el inicio de aquel largo pasillo que me conduciría a mi mejor amigo. Planeaba contarle todo, desde lo ciega que había sido hasta la firme decisión que gracias a Olivia había tomado.
Perdida como estaba en mis pensamientos, no vi a la pareja de castaños que se besuqueaba junto a la puerta, y cuando los noté ya era demasiado tarde, no podría frenar. Así que allí estábamos los tres, tirados como pinos de bowling en el duro suelo del hospital.
-¡Cuánto lo siento, chicos! –me disculpé realmente avergonzada. Me puse de pie enseguida y ayudé a Sofi a pararse, Ringo lo hizo por sí solo.
-Ya… no es que podamos retroceder el tiempo y evitar que pase. –dijo el muchacho, examinándose uno de sus codos. - ¿Tú estás bien? –le preguntó a su novia.
-Sí, no te preocupes. –aseguró ella enseguida. Y ambos se sonrieron igual que el primer día. –Dinos, Randi. ¿Por qué corrías de ese modo? – interrogó. Mis mejillas se coloraron al instante.
-Yo… quería hablar con John. –confesé. Se me ocurrió pensar que tal vez venía demasiado acelerada.
-Bueno… dudo que quieras entrar. –dijo Richard con una pequeña pizca de misterio y gracia. Yo me extrañé.
-¿Por qué no? 
-Digamos, se encuentra algo ocupado. –explicó Re, conteniendo la risa. Los castaños se cambiaron una mirada que definitivamente ocultaba algo.
-¿Le están aplicando la medicación? –pregunté, pensando la opción más lógica que acudió en mi ayuda. Mi mejor amiga soltó una risilla.
-Sí… la medicación. –repitió Ringo, llevándose una mano a la boca para aguantarse la risa.
-Están raros. –afirmé frunciendo el seño y dándome la vuelta para ingresar a la habitación. Eso solo provocó más risotadas en la simpática pareja.
Decidí que lo mejor sería abandonarlos con los suyo, ellos siempre vivían en ese mundo aparte creado solo para los dos; todos lo sabían. Coloqué mi mano sobre el picaporte y tiré de él para bajo, sentí que la alegría volvía a invadirme al pensar que Johny podría ayudarme con mis propósitos.
Sin embargo, mi mueca cambió drásticamente al observar lo que allí adentro ocurría.
-¡Lo siento! –grité de pronto, tapándome los ojos con la mano y volviendo a cerrar precipitadamente con un brinco hacia atrás. Sacudí la cabeza para quitar de mi mente la imagen de John y su novia besándose desaforadamente sobre su cama.
A mi lado Ringo y Sofi se descostillaban de la risa. Simplemente los fulminé con la mirada.
-¡Deberían habérmelo dicho! –me quejé, no enojada con ellos realmente, sino muy pero muy avergonzada.
-¡Te lo advertimos! –se defendió el baterista, Sofia simplemente no podía hablar.
-No, podrían haber sido mucho más explícitos y, no sé, algo como: “Eh, Angela, están teniendo relaciones ahí dentro”.
Y como si la suerte estuviera definitivamente en mi contra, en ese preciso momento, Chio abrió la puerta y se quedó mirándome perpleja, imposible definir quién de las dos se encontraba más roja. <<Tierra, trágame>> supliqué internamente. Los novios se miraron nuevamente y protagonizaron una nueva ronda de carcajadas.
-Nosotros no hacíamos eso. –dijo ella con un hilo de voz. <<¡Por favor, alguien máteme ahora!>>, rogué, pero no tenía caso, seguía igual de viva.  Algo hizo “click” en mi cabeza en ese instante, y me deshice en disculpas.
-Claro que no. –dije. - ¡Oh! ¡Lo siento mucho, Chio! Yo no quería… no fue mi intensión…  
La chica continuaba mirándome con sus grandes ojos oscuros y sus mejillas coloradas. Una cicatriz le iba desde la punta de la ceja hasta su boca, pero eso no le quitaba nada de belleza. Su cabello castaño caía en suaves ondas a los costados de su cara. << ¡Que buen comienzo con la novia de tu mejor amigo! >> Ironicé.
-Dile a Angie que pase. –escuché a John desde el interior. La muchacha se hizo a un lado, dejándome el espacio suficiente para pasar, una vez adentro, las risas de los castaños aún se escuchaban de fondo.
-De verdad perdonen, chicos. –Repetí.- puedo irme si quieren. –ofrecí. John sonrió desde se cama. Tenía una expresión cansada y el pelo algo revuelto, pero era feliz.
-No te preocupes. –le quitó importancia. –no se cómo hubiéramos terminado si no interrumpías. –me consoló. Yo lo miré sin entender.
-¡Tengo quebrados casi la mitad de mis huesos, Randi! –dijo, y se echó a reír. – Ya se nos iba de las manos. –comentó.
-Sabes que no iba a pasar de todas formas. –habló Chio desde atrás. Al parecer, ya había pasado el primer momento de vergüenza.
-Espera a que esté como nuevo. – intentó pincharla John, ella solo se río. De repente sentí que estaba demás en ese espacio de amor tan puro.
-Ni en tus sueños, Lennon. – lo desafió.
-En mis sueños todos los días. –canturreó Johny, logrando que ella volviera a sonrojarse.
-Sabes cuál es la condición. –dijo giñándole un ojo.–Mejor me voy –agregó después- un gusto conocerte, Angela, he escuchado muchísimo de ti. –se acercó y me dio un fuerte apretón de manos.
-Lo siento, de verdad. –repetí, pero la muchacha negó con la cabeza y me sonrió.
-Te veo más tarde, Johny. –le dijo a su novio.
-Adiós, linda. –contestó él.–Te amo.
-Y yo a ti. –completó, y luego abandonó el cuarto cerrando la puerta delicadamente.
Me quedé observando la embobada cara del castaño y solté una risita.
-¿Qué? –curioseó.
-Nada, me alegra verte tan feliz. – me sinceré, él extendió su sonrisa (si eso era posible).
-Ven, siéntate y dame un beso. –me exigió, yo le hice caso, adoptando la misma posición del otro día.
 – ¿Y de qué iban con todo eso de “en mis sueños”? – interrogué imitando pésimamente su voz.
-Chio es virgen. –me comunicó, un poco a lo bruto. La información me sorprendió bastante, me refiero… ¡Llevaban mucho tiempo de novios! Al menos todo un año. –Ya, sé que suena raro. –admitió. – pero desea esperar hasta casarse.
-Eso es muy noble.- dije, de pronto maravillada con su fuerza de voluntad. Tenías que ser muy perseverante para estar con John Lennon y seguir igual de pura.-¿Y a ti que te parece? –le pregunté.
-A veces es difícil. –reveló, siempre habíamos tenido este tipo de trato entre nosotros. – Pero creo que ella vale la pena.
-Sí que te tiene enamorado. –me reí.
-Ya lo creo. –concordó él.
-Así que esa es la “condición”. – afirmé. – Matrimonio.
-Exacto. – ambos nos miramos por un momento, diciéndonos muchas cosas sin palabras. - ¡Oh por Dios! –exclamé, tapándome la boca con las manos.
-¿Qué? –se sobresaltó mi amigo.
-¡Lo harás! –Chillé.
-No lo sé… no lo consideré todavía. – Se defendió.
-¡Está ahí! –dije apuntándolo con un dedo acusador. - ¡En tus ojos! –los dos nos echamos a reír.
-Basta ya. –pidió, poniéndose un poco incómodo con el tema. - ¿Para qué venías a visitarme, de todos modos?
-Antes que cambias de tema. –rogué, John puso sus ojos en blanco. - ¿Podré ser la dama de honor? ¿Por favor, por favor?
-¡Angela! ¡No sé que voy a hacer! –declaró, y su tono me indicó que ya lo había molestado lo suficiente.
-Bueno, justo eso venía a decirte. – Aproveché sus palabras.-  He tomado una decisión con respecto a Paul. – sus cejas se levantaron instantáneamente, sorprendidas.
-¿Y cuál es? – preguntó.
-Quiero que sea feliz. –dije simplemente, contenta de llevar esa certeza conmigo. El castaño me miró con aprobación y una pizca de orgullo.
-¡Eso es genial! ¿Y qué tienes planeado?
-Cuando él vuelva, seré otra. –Solté. Una carcajada escapó de mis labios cuando vi su rostro cambiar hasta adoptar una mueca de terror.
-No te funcionó muy bien la última vez… -comentó, cauteloso.
-¡No me refiero a eso, bobo!- le expliqué. – Ya he sido todo lo egoísta que alguien puede ser en la vida, y lo estuve pensando, él se merece a una chica humilde, buena, gentil, alguien que lo quiera más que a nada en el mundo.
-Tú lo quieres más que a nada en el mundo… -susurró John.
-Es verdad. –admití. –pero me faltan las otras cualidades.
-Randi, tú no tienes que cambiar por él – comenzó a protestar, pero yo le puse un dedo en la boca para que cerrase el pico. 
-Todas eso lo tienes tú. – afirmé. – Y si no es mucha molestia, voy a pedirte que me lo enseñes. –el chico sonrió enternecido ante aquella frase.
-Primero prométeme que no dejarás de ser tú. –condicionó.
-¡Eso jamás! – aseguré y ambos volvimos a reír. – Quiero ser lo mejor para Paul, así como él lo es para mí. –dije suspirando. Sentí su mano cálida envolver la mía y darle un fuerte apretón, inspirándome confianza.
-Haces las cosas por amor a otra persona. – habló citando exactamente esa frase, hecho que me sorprendió y me hizo volver a mirarlo. –Se nota a kilómetros que tuviste una charla con Olivia.
-¿Cómo lo sabes? –curioseé.
-A mi también me han tocado. –confesó y yo reí. – Pero déjame decirte algo. –continuó, poniéndose serio de repente. – Creo que debes tener en mente que no sabemos lo que siente Paulie, y conociéndolo como lo hago, no sé si podrá perdonarte. –yo tragué saliva, no presagiaba nada bueno. – Haz lo siguiente: cambia, pero por ti, para saber que eres mejor persona, y sobre todo, para encontrarte a ti misma.
-¿Eso no sería egoísmo? –inquirí, confundida. Mi amigo sonrió negando con la cabeza.
-El egoísmo se da cuando quieres un bien que solo te traerá cosas buenas a ti. Por el contrario, si ambicionas cambiar para mejor, eso, aunque de forma indirecta, ayudará a los demás. –explicó.
-Nunca lo había pensado así. – me sinceré.
-Podrías empezar a hacerlo. – me animó. – Deja a Paul al margen por el momento,-propuso- imagínate si hicieras ese gran esfuerzo por él y luego no te quisiera.– me incitó. - ¿Qué pasaría?
-Volvería a derrumbarme ante la frustración. – respondí, fiel a mis pensamientos.
-Por el contrario, si haces el cambio por ti misma, y luego Paul no te quiere
-Continuaría siendo quien voy a ser. –completé, comenzando a entenderlo.
-Exacto. – las comisuras de mis labios se extendieron un poco.–Debes encontrarte a tí para encontrarlo a él.–la sonrisa terminó de formarse entonces.
-Muy bien, señor Lennon, manos a la obra. –declaré.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Capítulo 57


Angela.


-¡Angela! –contestó.–Lamento no poder decir que es una agradable sorpresa. –agregó en un tono claramente sarcástico. De inmediato me odié a mi misma por haberme sentado allí.
-¿Cómo has estado? –Continué como si Olivia no estuviese intentando matarme con la mirada.
-Oh, de lo más bien. – “¿Cuándo se terminará el sarcasmo?”, me cuestioné- Solo que por tu culpa mi hermano se fue completamente destrozado y casi se mueren cuatro seres muy queridos. –De acuerdo… tal vez hubiera sido mejor continuar en ese plan. Sus palabras gélidas eran como puñales en mi corazón.
-No fue por mí. –me defendí, hablando tan bajo que apenas podía escucharme. Junté mis manos debajo de la mesa y comencé a retorcerme los dedos, gesto que siempre hacía cuando estaba nerviosa. Bajé la mirada. Ni siquiera yo me creía aquel cuento, por supuesto que era la causante de todo.
-Entonces Paul se fue solo porque sí. –ironizó. Su actitud arrogante me tenía acorralada, no sabía cómo reaccionar a ella. En un tiempo, muy lejano, podría haber sido yo la chica con esa actitud fuerte y dominante, pero hoy ya no era así. Enfurecida, sentí el nudo otra vez en mi garganta.
-No lo comprendes. –pronuncié, sin cambiar la actitud, por lo que Olivia tuvo que inclinarse un poco hacia mí para poder oírme. 
-¿Qué? –Cuestionó, volviendo a acomodarse en su asiento y cruzándose de brazos.–Explícame- exigió.
Levanté la cabeza. Mientras mis ojos claros estaban brillantes por las lágrimas, los de ellas se encontraban duros y determinados.
-Todo lo que he vivido, quién soy yo. – concluí, sintiendo que la furia me invadía con su calor abrasador. ¿Por qué iba a dejar que me tratara como basura? No, señor. Olivia no sabía nada de mí, de cuándo o cómo murió mi madre, o de lo mal que la había pasado últimamente; no conocía plenamente mis sentimientos por Paul y menos mi dolor por John. No podría entender jamás todo lo que me odiaba por poner en peligro la vida mis amigos.
La castaña dejó salir un poco de aire y me miró conteniendo una sonrisa, al tiempo que jugaba con la punta de su largo cabello.  
-Déjalo. –dijo, haciendo ademan de levantarse- simplemente serías incapaz de entenderlo. –me la quedé mirando, en mi interior la sangre comenzaba a hervir. ¿Pero quién rayos se creía que era? Me puse de pie con brusquedad y la tomé de la muñeca, impidiendo que se vaya, y terminando frente a frente.
-Explícamelo si soy tan tonta. –La desafié. Olivia clavó sus ojos en mí, y me recorrió con la mirada más despectiva que nadie jamás me hubiera otorgado. 
-Estás tan metida en ti misma, Angela. –se lamentó. Mi primera reacción fue abofetearla, pero me contuve, de repente quería escuchar lo que tuviera para decir.–No te das cuenta de todo lo que pasa a tu alrededor. Siempre se trata de ti, todas las veces. –me soltó; su mirada ya no era igual, por extraño que suene, había cambiado hasta transformarse en una verdadera expresión compasiva.– Te culpo de todo porque Paul es mi hermano. –se sinceró. A decir verdad, no me esperaba aquello.–Lo quiero más que a nada en este mundo, y por eso me devasta verlo sufrir. Ahora sé que tú eres Miranda, y puede que gracias a ello te odie el doble. –prosiguió. Mi estómago se encogía con cada sonido, eran como puños de sinceridad dolorosa.- Creo que fingir su muerte es el acto más cobarde y egoísta que alguien puede realizar. –declaró. Las lágrimas y yo luchábamos nuevamente, solo que no sabía en representación de qué sentimiento querían salir. –He hablado con Paul, él me ha contado que lo hiciste para “protegerlo”, pero estoy segura de que sabes bien la asquerosa mentira que eso es.
-¡No es cierto! –protesté. - ¿Cómo te sentirías si supieras que casi se muere por tu culpa?-interrogué con la voz quebrada a medias. - ¡No eres la única que lo quiere tanto! –le espeté. – Te guste o no, tu hermano es el amor de mi vida. –afirmé con rabia, y de pronto, tener esa certeza me reconfortó.
-¡¿Y qué te gustaría hacer entonces?! –cuestionó, nuestras miradas encendidas.
-¡Recuperarlo! – grité, soltando la primer palabra formulada en mi mente. 
-¡¿Y por qué?!
-¡Porque lo necesito! ¡No estoy completa sin él! – respondí.
-¡NO! – dijo Olivia tan molesta que golpeó la mesa con el puño. -¡Mierda! –exclamó. - ¿¡No lo ves?! ¡No entiendes nada! – la miré sorprendida y perdida también, nunca me había sentido tan segura de algo. Sin embargo, no me animé a interrumpirla, se veía realmente enojada. – ¡El amor se trata de entrega, Angela! – me… ¿Retó? – Haces las cosas por amor a alguien, porque sabes que eso le hará bien. – noté el cambio en su volumen de voz, al fin y al cabo, nos encontrábamos en un hospital; sin embargo, no le quitó nada de pasión a su discurso. – ¡No porque tú lo necesites o tú estés incompleta -prosiguió, y por primera vez en todo el rato, sus palabras comenzaban a cobrar algo de sentido para mí. – Cuando fingiste  tu muerte, no pensaste en Paul. –reafirmó. – Solo te auto convenciste de que le hacías un bien. Sabías perfectamente que él continuaría ascendiendo y serían igual de famosos. Lo de la piedra podría haberle pasado de todos modos. –sentenció. Yo estaba sin palabras. – Pero no sé qué rayos pasaba con tu vida, como para tomar una decisión tan drástica. –agregó, quizás sintiendo que se le estaba yendo un poco de las manos, cosa que podría ser cierta. – Tal vez necesitabas escapar, y en todo caso, sigue pareciéndome la peor cobardía. ¿Te das cuenta de que no solo le mentiste a él, sino a millones de personas que te tenían de ejemplo? –preguntó, arrugando el ceño y volviendo a la mirada despectiva.
-De eso no necesitas preocuparte, Olivia. –La corté.- soy perfectamente consiente de la decepción que les causé a mis fans. –respondí imitando su tono frío casi a la perfección.
-Me alegro  entonces. – dijo. Un silencio incómodo se formó entre nosotras.
-No sabes la presión de esa vida. – suspiré y volví a sentarme en la silla, me crucé de piernas y coloqué mis manos en mi frente.
-Mi novio es Michael Jagger y mi hermano, Paul McCartney, creo conocer bastante al respecto. – yo me limité a sacudir con la cabeza.
-Cada vez que salía, tenía una cámara frente a mí; cada acto, palabra o mirada que realizaba, influiría en alguna persona. Sobre mis hombres pesaban las acciones de millones de chicos. Es realmente diferente a lo que a ti te toca. Le importas demasiado a la gente, y nada puedes hacer mal. No podía equivocarme. –me lamenté.
-Pero vaya que lo hiciste. – dijo. Levanté la vista y la observé otra vez, incrédula.
-Paul tenía razón cuando me contó que eras una persona increíblemente fuerte. –comenté, evocando uno de mis tantos recuerdos con él.
-Bien por él.–respondió.
-No todos somos así, ¿Lo sabías? –contraataqué.
-¡Por favor! – se exasperó. -¿Cuándo dejarás de sentir pena por ti misma? –se quejó.
-Yo no…
-¿Sabes qué? Me cansé de todo esto. –prosiguió sin darme tiempo a continuar. –Si de verdad quieres a mi hermano, piensa en lo que te dije.
-¿Me… me estás insinuando que lo recupere? –me extrañe, ¿De verdad? ¿Después de toda esa charla?
-¿Y por qué no? – preguntó retóricamente. – en mi más sincera opinión, hay millones de mujeres mejores que tú para él, pero por alguna razón, tengo el presentimiento de que sigues fascinándole. – me quedé atónita.
-No juegues. –Advertí.
-No tengo la intensión. –aseguró. – por supuesto que está enojado y resentido, tal vez tanto como tú. Ni siquiera sé si pueda perdonarte, pero si de verdad quieres recuperarlo… a lo mejor tienes una oportunidad. –Por mi primera vez, Olivia sonrió. Desgraciadamente, fue gracias a mi cara de estupefacción. – Y recuerda, Angela. No seas egoísta, el amor es compartido. Deja de ser una niña llorosa y autocompasiva, realmente me cayó bien esa chica de vestido blanco que conocí en tu departamento. – La muchacha caviló un momento sus palabras. – O tal vez me contentó ver que intentabas reparar el daño que habías cometido siendo Miranda. – y sin nada más para decir, se dio la vuelta, y me dejó sola en aquel lugar, meditando boquiabierta sus palabras.

Tres deducciones había sacado de todo aquello, y me habían llevado tres días enteros formularlas. La hermana de Paul tenía toda la razón del mundo. A pesar de que no consideraba que su forma de hacer las cosas había sido la correcta, era la única que me había dicho la verdad, y gracias a ella abrí mis ojos. Claro que cambiar de actitud no sería tarea fácil, al menos no después de tanto tiempo en posición defensiva.
En un primer momento me había golpeado la cruda realidad, y no quería aceptar que fuese cierto, pero luego fue reemplazada por otro sentimiento, algo que no había experimentado aún: Fortaleza. Las ansias de levantarme y luchar por lo que quería, de sentirme orgullosa, realmente orgullosa, gracias al fruto de algo bueno, que presentía, estaba por venir. O dicho de otro modo, planeaba hacer venir.
Por lo que éstas eran, mis conclusiones:
1º  Me hallaba cansada de llorar por los pasillos.
2º Realmente había sido una egoísta, nunca fue él la verdadera razón por la que abandoné a Miranda.
3º No me quedaría de brazos cruzados, Paul se merecía ser feliz, y no descansaría hasta lograrlo.  

sábado, 1 de septiembre de 2012

Capítulo 56


Angela.

Lo primero que hice al traspasar la puerta, fue romper a llorar. No me importó que Ringo y George aún estuvieran por allí. Me bastó una mirada al lastimero estado de John y las lágrimas bajaron por mis mejillas como ríos. Me desplomé sobre el suelo y me quedé allí, arrodillada e impotente. Los hombros me temblaban, de repente odiaba mi estúpido cabello corto, porque no me servía de cortina, los dedos apretados en puños.
-Hola, Angie. –saludó mi mejor amigo. –Me alegro de verte. –dijo con tono suave.
Levanté la cabeza, mi rostro de seguro se encontraría más rojo que un tomate. Sentía la cara húmeda y algunas gotas se habían deslizado por mi cuello, causando un extraño cosquilleo.
-Yo-yo también, John. –Tartamudeé.
Mi garganta contenía un nudo del tamaño de mi corazón. Intenté sonreírle, porque, a pesar de que no lo veía bien desde el piso, sabía que él querría eso. Lo único que conseguí fue un estúpido puchero, que rápidamente se convirtió en una nueva tanda de llanto. Sentí que alguien se arrodillaba a mi lado y di vuelta para encontrarme a Richard. El muchacho me sonreía con compasión y mantenía abiertos sus brazos para que pudiese acurrucarme en ellos. De nuevo intenté elevar las comisuras de mis labios, y otra vez obtuve el mismo resultado. Un quejido se escuchó de mi garganta. Mientras más quería aguantármelo, más pugnaba por salir.
-Te ves linda cuando haces pucheros.- me consoló el baterista, contra mi oído. Me abrazó fuertemente y deslizó ambas manos por mi espalda, tratando de calmarme aunque fuera un poco. Un sonido estrangulado escapó de mí cuando me reí.
-Hey, imagina que son mis brazos. –escuché a John desde arriba. El comentario me llegó al corazón, y como todo lo que atinaba a hacer, el nudo subió por mi garganta y me obligó a derramar un poco más de llanto. ¿Es que no se terminaba nunca?
-También puedes pensar que son mis manos las que te dan apoyo. –aportó George. Por Dios, estos chicos de verdad deseaban mi deshidratación, acabaría exprimida si no hacía algo. Gracias al cielo, Ringo pareció darse cuenta.
-Lástima- comentó. –Soy yo el que está aquí sentado. Envídienme. –Agregó con un tono tan particular que los tres soltamos una carcajada, aunque la de George fue por lejos la más alta.
-Son increíbles. –dije apartándome un poco del joven de ojos claros, pero manteniendo uno de sus brazos sobre mi hombro.–De seguro oyeron todo lo que dije allá afuera, y obviamente conocen a Paul y cómo se encuentra él. Y sin embargo… aquí están, levantándome el humor, a mí.
-Tú siempre diciendo tonterías, Angie. –comentó John. – Ya, levántate y ven a saludar a tu pobre Johny.
Hice lo que me pedía, me acerqué a la cama y tomé una de sus manos, que descansaba sobre la sábana. Le acaricié los dedos, con ternura. Posé mi mirada en sus ojos, que seguían tan expresivos como de costumbre. Una lágrima solitaria rodó por mi mejilla y fue a parar sobre nuestras manos unidas. Inconscientemente pensé en Paul, cuando esa primera gota de lluvia había aterrizado en el mismo lugar. 
-Esto es increíble. –susurró, gratamente asombrado.
-¿El qué? –pregunté. Por extraño que suene, el verlo tan lastimado y vendando por todas partes, no me causaba tanta impresión como siempre había imaginado. Una mirada entre nosotros me bastaba para saber que su cuerpo sanaría, me afirmaba que su alma continuaba igual de pura, igual de fuerte.
-Que estés aquí. –Respondió- soñé este día un millón de veces, pero jamás imaginé que llegaría tan pronto.-sus palabras me hicieron sonreír, completamente enternecida. Sentí que la puerta se cerraba a mis espaldas. Supuse que Ringo y George habrían salido para darnos algo de privacidad, aunque realmente no me molestaría si se hubieran quedado.
-¿No te enojaste? –Solté la incógnita me venía carcomiendo el cerebro hacía demasiado tiempo. Sus ojos se abrieron grandes, por la sorpresa. Negó despacio con la cabeza y las comisuras de sus labios comenzaron a elevarse, al tiempo que su risa se dejaba oír. No tan fuerte como antes, pero aún muy a lo Lennon.
-Estás demente, Angela mi Randi Kane Smith. –dijo, y mi boca copió su gesto.
Los dos reímos por un largo rato. Solo podía pensar en lo increíble que era este chico. Chio de verdad era una muchacha con suerte. Me senté a un costado de la cama, sin la más mínima intención de separar nuestros dedos.
-Y dime, -pidió- ¿Cuándo fue que te decidiste por la linda y bajo perfil,  Angela?
-De hecho, fue cuando golpearon a Paul. ¿Recuerdas, ese fan loco, con la piedra? – el castaño asintió una vez.
-¿Cómo podría olvidarlo?
-Ni yo, John, ni yo. –me lamenté. Él apretó un poco mi mano, para darme su apoyo. – Solo… pensé que no me lo merecía, y que sería mejor para Paul, y más seguro, si yo simplemente… desaparecía.
-¿Para ti o para él? –consultó, de repente adoptando una expresión más seria. Lo pensé por un momento. Era más o menos lo que el mismo Paul me había preguntado.
-No lo sé. –reconocí. En ese momento, desvié la mirada, bastante avergonzada, a decir verdad. John no continuó hablando, y tampoco lo hice yo. 
Le eché una ojeada a la habitación. Por todas partes había globos inflados con helio, flores y tarjetas. También algunos muñecos de felpa y galletas. Sobre una de las paredes habían colgado un gran cartel rosa chillón que decía con letras azules: “¡Recupérate Johnny, te amamos!” Sonreí con aquello. Me puse de pie y comencé a curiosear las cosas. Examinado más atentamente, me di cuenta que eran regalos de las fans. Muchos corazones, fotos de los chicos, otras de él con Chio, con su familia, en solitario, cantando, haciendo payasadas. También vi una vieja, que se encontraba conmigo, o bueno, Miranda.
Tragué saliva y continué observando. La habitación estaba atestada de estas cosas, no las había notado con la intensidad de mis sentimientos hasta el momento. Encontré una pancarta que decía: “¡Vuelve! ¡Los bromances no existirían sin ti, John!  Y por debajo cinco fotos de mi amigo con cada uno de los integrantes; el nombre que formarían sus nombres mezclados haciendo de epígrafe. Obviamente, fue Jaul McLennon el que más capto mi atención. Cualquier cosa que tuviera que ver con Paul lo haría.
Encontré otras frases todavía más extrañas, cosas como: “Tu cambiaste a el significado de las palabras por siempre” o “Gracias por poner a Los Beatles en mi vida” (la cual estaba acompañada por una caricatura de los cuatro, acompañados por un pulpo; vaya uno a saber). Recordé entonces cuando yo solía tratar con beatlemaníacas. Lo increíblemente locas que estaban. A mi también me habían llegado este tipo oraciones, en cartas, más que nada.
-¿Johny?-lo llamé, pues me intrigaba eso del tal pulpo. Además, quería seguir conversando con él. No obtuve respuesta. -¿John? –volví a llamar. Me di la vuelta y me dirigí de nueva hacia su cama, para encontrármelo plácidamente dormido.
Me quedé observándolo unos segundos y luego, sigilosamente para no despertarlo, abandoné la habitación. El pasillo se encontraba vacío, lo cual me sorprendió bastante, ¿No debería estar su madre ahí, aunque sea? Me encogí de hombros y continué caminando, el hospital se hallaba extrañamente silencioso.  
Intenté achacarlo a que seguro habrían elegido la zona más calmada para John, pero la verdad era que me daba un poco de pánico. No quería comenzar a imaginar qué podría pasarme estando sola en un lugar tan gigantesco como aquel, con sus techos, luces y paredes blancas. Pasé delante de un ventanal y me detuve unos segundos. El cielo estaba negro como el azabache y eran divisables algunas estrellas. Miré el reloj que llevaba en la muñeca y me asombró que fuera tan tarde; habían transcurrido dos horas completas desde que me despedí de Ray. Eran las diez de la noche.
Apuré el paso, de seguro mi amiga ya se habría ido, pero quería comprobarlo. Se me ocurrió pensar que gracias a ella le habían permitido que se alargara el horario de visitas. Llegué en menos tiempo del pensado al mostrador; por suerte, aquel era un lugar más concurrido y mi corazón logró calmarse un poco. Miré hacia el puesto de Raina, pero ella ya no estaba allí; de seguro habría vuelto a casa para esa hora, acepté, desilusionada.
Regresé sobre mis pasos, pensando en dónde dormiría. Papá me mataría por olvidar llamarlo, pero de seguro ya estaría como en el quinto sueño para esa hora. No quería molestarlo pidiéndole que me recogiera tan tarde…
De repente, sentí que mi estómago gruñía. Intenté recordar cuál había sido la última cosa sólida que había comido, pero solo me venían a la mente pequeños los sorbos que le había dado a mi té antes de que se me cayera. Resignada, emprendí la marcha hacia el comedor, todavía pensando en dónde mierda me iba a acostar.

El lugar estaba prácticamente vacío. De hecho, solo se encontraban las gentiles señoras que vendían los alimentos… y una chica. Se hallaba de espaldas a mí, tenía el cabello castaño claro, largo y lacio, era bastante menudita. Compré mis cosas y me le acerqué. Sin embargo, tres pasos antes de su mesa, desee nunca haberlo hecho. Por desgracia, me había visto. Deposité la cena y corrí la silla. Quedamos frente a frente. Sus ojos canela eran muy diferentes a los de Paul, pero la piel pálida era la misma. Intenté sonreír.
-Hola, Olivia.-la saludé.