(Aclaración: de ahora en más, todos los capítulos van a ser en el futuro, por razones obvias)
Londres. Angela.
Jamás había llorado tanto en toda mi vida. Sentía que me quedaba seca, sin lágrimas. Ya no sabía para qué lado seguir o cuál era el camino correcto, pero tampoco me importaba.
Mentir está mal; eso es algo que me vi obligada a aprender por las malas.
Al principio es como quitarte un peso de encima; solucionas las cosas sin tener que pasar por malas experiencias, de un modo fácil. No obstante, a la larga, se convierte en tu pesadilla personal.
¿Por qué había tenido que crear todo este ambiente a mí alrededor? ¿Había sido siempre tan egoísta? Lastimando a las personas que más amaba solo para sentirme bien… y así me ha ido. Paul me odia, John me odia, incluso yo me odio a mí misma. ¿Cómo he podido ser tan estúpida? Creer que conseguiría ser feliz mintiéndole… a él y a todos. Era cuestión de tiempo hasta que mi castillo de sueños se derribara; había resultado más débil que un par de naipes apilados unos sobre otros.
Solo un soplo. Una confusión. Un mal entendido.
Imaginar que al fin podríamos ser capaces de tener algo juntos, algo que no se basara en mis mentiras. Pero si jamás le había dicho que yo era Miranda… ¿No era acaso seguir mintiéndole?
Estiré las piernas por sobre la mesada de mármol, donde me hallaba sentada. Siempre me subía a ese lugar cuando necesitaba pensar. Todas las luces del departamento estaban apagadas. Solo podía avistar los contornos de los muebles gracias a la pálida luz que venía de la computadora, encendida sobre la pequeña mesa ratona. Una página estaba abierta en la pantalla, era el link de una canción de Bob Dylan, Blowin in the wind, para ser exacta.
Cada vez que terminaba, volvía a empezar, y yo arrugaba entre mis dedos una copia impresa de la letra. Mientras, la cantaba sólo moviendo los labios, pues me la sabía de memoria.
Hace mucho que no tenía una crisis de éstas. Eran muy frecuentes cuando regresé a ser Angie, pero habían disminuido casi hasta desaparecer. De hecho, esa fue la razón por la que Sofi me llevó aquel día al bar.
¿Recuerdan la vida perfecta y normal que había imaginado? Así se quedó, como un sueño, un ideal. En cuanto puse un pie en Londres, me derrumbé completamente. Extrañaba a Paul, a los chicos, a Mary. Por largo tiempo se habló de mi muerte y la tristeza que había desatado.
Comencé la universidad, pues con algo debía distraerme. Allí practicaba mi acento británico. Conocí algunas personas, pero a las únicas que en realidad veía eran papá y Sofi. A esta última no tan seguido; me costaba horrores no pensar en los chicos cuando nos juntábamos.
Los meses pasaron lentos, y poco a poco fui sintiéndome algo mejor, mas era una máscara, me limitaba a actuar mi vida “perfecta”. Logré hacerme amiga de Candy, ella casi no formulaba preguntas sobre mi pasado. Gracias a eso, pasábamos bastante tiempo haciéndonos compañía.
Sofi llegó una noche y me encontró casi igual que ahora. Sola y hundida en la oscuridad. Hacía solo un par de horas, había tomado un taxi, y el destino nos había vuelto a reunir. “Me importa un comino si no quieres venir, -había dicho- tú y yo saldremos esta noche. Si Paul es lo que necesitas para ser feliz, a Paul tendrás”. Sonreí al recordar eso, era la pura verdad.
El timbre sonó de pronto. Me bajé de la mesada y me acerqué hasta el portero, preguntándome por qué Sofi no había pasado directamente, siendo que tenía una llave. De pasada, prendí la luz. El corazón se me paralizó al escuchar la voz del otro lado. Era él.
Las dudas comenzaron a agolparse en mi interior. Estaba segura, por los ojos de John, que me había descubierto. Daba por sentado que Paul lo sabía y que me odiaba, pero existía una mínima posibilidad, una pequeña esperanza de que continuara ajeno a la verdad. Oprimí el botón automático, y escuché como se abría la puerta de entrada.
-Tienes dos segundos. –me exigió. –adiós a la posibilidad-
Sus cabello estaba algo desordenado por el viento, y ni siquiera se había quitado el jersey gris que traía puesto, a modo de abrigo. Por primera vez en mi vida, me sentía incapaz de mirarlo a los ojos. Ya no… ya no podía hundirme en ellos como antes. No sabía qué decir. Paul soltó una risa forzada.
-No sé qué estoy haciendo aquí. –comentó. Su tono era cruel y algo superficial. – Si ni siquiera sé cómo te llamas.
-Angela -contesté en seguida. – Mi nombre real es Angela. – Paul apretó los dientes. Supuso que porque era la primera vez que me oía decir algo en mi tono normal, sin alterar mi acento estadounidense.
-Realmente eres ella. –dijo tras un largo e incómodo silencio. No sé por qué, pero esas palabras me hicieron levantar la vista. Sus ojos se hallaban cristalizados y se mordía tan fuerte los labios para no llorar, que el mentón le temblaba. Casi escuché quebrarse mi corazón.–Todo este tiempo pensando, asimilando tu muerte y aquí estás, jugando conmigo. –sentenció.
Se me abrieron los ojos de la impresión y solté un pequeño ruido. Él no podía pensar eso de mí, ¿Verdad?
-No Paul. No es así. Jamás quise “jugar” contigo.
-¡¿Entonces qué es?! –gritó de pronto, tomándome por sorpresa. – Tal vez hubiera entendido si me hubieras contado todo desde el primer momento en ese estúpido taxi. ¡¿Para qué desperdiciar meses en esto?! ¡John! ¡Él me lo dijo! ¿Tú lo hubieras hecho alguna vez?
Su pregunta me pilló desprevenida. Verlo sufrir así me destrozaba por dentro.
-Yo…
-Gracias. –Expresó en un susurro amargo- Acabas de dejarme bien en claro que no te importo. – comenzó a voltearse para irse y, de milagro, mi cuerpo reaccionó en ese momento.
-¡Lo siento! –le dije, tomándolo del brazo y obligándolo a quedarse.-No estaba pensando, de repente la oportunidad de tenerte otra vez llegó hasta mí, y no pude desaprovecharla.–Paul se quedó en silencio. No tenía idea de cómo reaccionaría ante mis palabras. Por las dudas, continué hablando. –Detestaba a Miranda Kane cuando te conocí. –comencé desesperada. – Me odiaba a mí misma. Mi madre… ella falleció por un paro cardíaco, a causa de un pico de estrés. Yo tuve la culpa, yo y mi maldita carrera, mi imagen. Desde entonces solo quise volver a ser Angela, la niña morena de cabello corto y ojos claros. –Nuestras miradas se alineaban perfectamente, las respiraciones parecían una sola –Pero después llegaste tú, tu picardía, tu forma inusual de volverme loca. –me atreví a sonreír recordando esos viejos tiempos.- Sentí que podría llegar a mejorar si se quedaban a mi lado. No obstante, eso era imposible teniendo en cuenta que su trayectoria apenas comenzaba. Y se fueron, Paul. – el tragó saliva en ese momento. – Sofi ya no me era suficiente. Tal vez nadie lo notó porque sé cómo actuar, pero solo era feliz cuando hablábamos o nos veíamos en internet.
-¿Entonces por qué lo hiciste? – susurró él, apenado.
-Para protegerte. –respondí, segura de que me comprendería y podríamos avanzar.
-¿A mí? ¿Estás loca? –Cuestionó y se soltó de mi brazo. Yo me horroricé- Me mataste en cuento fingiste tu muerte.–Dolida, intenté hacer caso omiso de la última oración.
-Te golpearon. –Continué. – Por mi culpa. Estuve a punto de perderte irrecuperablemente. Si ese fanático loco hubiera tenido un revolver en vez de una piedra… Paul yo… -me asfixiaba, las palabras ya no querían salir. Pensar en eso abría un corte muy profundo que no había sanado todavía.
-Pero no morí. –dijo negando con la cabeza. – Creí que pasaríamos eso juntos. Cuando fuiste a mi casa esas dos semanas, me sentí completo. –me miró con los ojos nuevamente cristalizados y algo se partió en su interior. – Te fuiste. En vez de afrontar las cosas y pedir ayuda, preferiste huir de los problemas. ¡Me hiciste creer que estabas muerta! –reclamó. - ¿No era ese tu más grande temor?
-Paul…