domingo, 6 de mayo de 2012

Capítulo 43


Presente, Londres. 

Estaba nerviosa, demasiadas emociones juntas. ¿Hace cuánto tiempo que no tenía mariposas en el estómago? De todas formas, más que eso, parecían una manada de elefantes. Me moría de ganas de ver a Paul, ese día lo mandaban a casa a descansar. No le permitían viajar hasta Holmes Chapel (su hogar) porque la herida de la cabeza podría abrirse debido a la presión del aire, en el avión. Asique tenía una semana de reposo y había decidido pasarla… conmigo.
Hacía más de dos meses que nos habíamos visto por última vez, en persona, es decir. Y yo planeaba destruirme. ¿Cómo comportarme entonces? ¿Debía ser fría y distante con él? ¿O todo lo contrario porque sería la última vez que estuviésemos juntos? No podía echarme hacia atrás ahora. ¿Verdad?
De repente comencé a escuchar un murmullo que creció hasta convertirse en gritos alocados, de chicas. Fans. Paul debería de estar en la entrada del complejo. Me froté las manos en mis calzas negras para quitar el sudor extra. Luego me levanté del sillón y estiré nerviosa la remera que tenía puesta. Caminé hacia el espejo de cuerpo que había en un rincón y me examiné por milésima vez aquel día.
 Cabello atado en una coleta desprolija en la base de la nuca, algunos mechones caían desalineados a los lados de mi rostro. Abundante maquillaje, aplicado estratégicamente para volver mis facciones algo más agudas. Ojos marrones, lunar, pelo rubio. Una remera larga que tapaba lo justo y necesario; era de color blanca, porque arriba tenía puesta una camisa a cuadros verdes seco y blancos, desprendida. Calzas negras y zapatos marrones de tipo militar, con tacón.
-Ya déjalo Randi, así estás perfecta. –declaró Johny, entrando desde la cocina. Ambos esperábamos por Paul en su casa y los demás miembros habían ido a buscarlo al hospital.
-Gracias. –dije sonriéndole a través del espejo. - ¿Cómo crees que se portará Paul cuando me vea? – el castaño me miró algo extrañado, pero luego abrió la boca, como si hubiera comprendido algo.
-¿Te refieras a si estará enojado contigo? –curioseó. Yo asentí con la cabeza y el soltó una carcajada. – Estás demente. –comentó. – Paul nos tiene harto de tanto decir lo mucho que te extraña y que se muere de ganas de verte.
-Pero es mi culpa. – logré pronunciar.
-No lo es. – me corrigió. – son cosas que a veces pasan. Por lo que yo sé, no me sorprendería si incluso hace bromas con respecto a esto. Algo así como que gracias a ese tipo, viniste antes de tiempo.  
Sentimos una llave girar en la cerradura y pegué un respingo, a lo que John solo sonrió. La puerta se abrió poco después y por ella pude divisarlo. Primero un trozo de su cabello despeinado perfectamente, seguidamente su rostro y por último su cuerpo. Una señora lo tomaba por el brazo, ella tenía el cabello lacio y negro, parecía bastante joven y traía una expresión de cansancio en el rostro. Detrás venían más personas, pero no llegué a divisar ninguna, porque en ese momento mis nuestros ojos se encontraron.
Sentí que todo lo demás se volvía blanco y negro, mientras que su imagen se llenaba de intenso color. No sé cómo describir la forma en la que me miraba. Era de una alegría demasiado inmensa. Me sentí perdida en ese océano verde que me resultó tan familiar, a pesar de que fueron pocos los días en que los había observado sin una pantalla de por medio.
-Miranda. –susurró él.
Paul se soltó del brazo de la señora y avanzó hasta mí. Me tomó fuertemente de la cintura y no hizo falta que me levantara para que yo le rodeara el cuello con los brazos. Benditos tacones. Hundió su rostro en el hueco que forma el cuello y el hombro, y lo mismo hice yo. Por unos segundos me sentí completa. Feliz. Tenía a Paul entre mis brazos, sentía sus manos firmemente ceñidas a mi cintura.  Las palabras sobraban en ese momento, era demasiado mágico… y entonces recordé que no duraría. Que solo contaba con dos semanas y después todo sería historia, porque Miranda Kane ya no existiría.
Las lágrimas comenzaron a caer silenciosas por mi mejilla, incontrolables. No fue hasta que empapé su remera cuando se dio verdadera cuenta y levantó la cabeza. Soltó una de sus manos y se separó un poco de mí. Con el dedo levantó mi barbilla y me hizo mirarlo fijo a los ojos. La habitación se encontraba estática, o yo en mi propia burbuja. Movió su dedo desde mi mentón hasta la mejilla, y con el pulgar limpió mis lágrimas. Cerró los ojos, gesto que imité, y en la negrura, sentí sus labios posarse sobre los míos. 

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