miércoles, 2 de mayo de 2012

Capítulo 42


Un año y medio en el futuro, Londres.

-Es decir que temes que solo te guste porque te recuerda a ella. ¿Entendí bien? –consultó mi amiga.
-Es exacto lo que siento. –afirmé.
-¿Cómo dijiste que se llamaba? –consultó Johny.
-Angie.
Al instante John pegó un volantazo muy violento que casi nos causa la muerte.

-¡John! –chilló Chio, alarmada por la brusca maniobra. Tenía una mano sobre el pecho y respiraba agitadamente.
Mi amigo retomó en seguida el control del vehículo, pero noté que aún así apretaba demasiado el volante. Tanto, que los nudillos de sus manos se habían puesto blancos. Llevaba el entrecejo fruncido y la mandíbula apretada. Ni siquiera se había disculpado con nosotros, cosa que, tratándose de John, era grave.
-¿Angie, cuánto?- fue más una exigencia que una pregunta.
Entonces un recuerdo llegó a mi mente.
“No le cuentes nada a John.”
“No lo haré”.
¿Era posible que ella supiera la reacción que mi amigo tendría? Cuando le prometí que no diría nada, solo intentaba que dejara de llorar; pero ahora, de un modo retorcido, intuí que tenía razón. John no debía enterarse, al menos por el momento. Y yo le había dado mi palabra.
-¡Respóndeme, Paul! ¡Maldita sea! –fue la confirmación que necesitaba. Tenía el presentimiento de que su reacción no sería favorable, y no pensaba decirlo mientras él fuera el conductor.
-¡Young! –Solté lo primero que se me vino a la mente- Angela Young .
Chio me miró extrañada a través del espejo del auto. Ella sabía el verdadero apellido. Sus tíos vivían en el mismo lugar en que Angie tenía su casa. Un pueblo cerca de la capital. Claro que venía constantemente a Londres por la Universidad. Solía quedarse en su departamento, y, cuando su padre no estaba, en el de Sofi.
John todavía tenía el semblante serio. Si no lo conociera, pensaría que se encontraba en perfectas condiciones; pero era mi mejor amigo, y sabía distinguir cuando algo lo preocupaba tanto que alcanzaba el punto de dejarle mudo.
-¿Verdad, Chio? –La aludida me miró con ojos desorbitados. Tenía perfectamente asumida su incapacidad de mentir, tanto por ser una pésima actriz que por aborrecer la idea. No obstante, si existía alguien en el mundo en quien John confiara ciegamente, esa era su novia.
-Exacto. –dijo poco convencida. El castaño levantó una ceja. Yo le eché una mirada para que se esforzara un poco más. –La conocí cuando me quedé en lo de mis tíos. ¿Recuerdas, en la última gira nacional? –John asintió una vez. Gracias a Dios nuestra ruta estaba bastante transitada, y eso le impedía posar los ojos en Chio. Ella, si bien hablaba con voz firme, tenía las facciones bastante distorsionadas.  – Ahora vino a Londres por la Universidad, asique decidí presentarle a Paul. Me pareció que le sentaría bien una Julieta a nuestro Romeo. ¿No crees?
Me quedé estático esperando la devolución. Luego de unos segundos, John suspiró y todo su cuerpo se relajó. Esbozó una pequeña sonrisa.
-Suena estupendo. –miró a su novia, pero esta se encontraba con el rostro vuelto hacia la ventanilla. De seguro intentaba serenarse. Él la tomó de la mano. Casi pude escuchar su corazón dar un vuelco y, a pesar de que su largo cabello marrón la ocultaba, supe que sus mejillas se sonrojaron. – De todas formas no encontrarás mejor Julieta que Chio. –yo me carcajeé por lo bajo. Estos dos eran auténticos tórtolos.
-No busco una. Los dos se mueren antes de los veinte. –aclaré. Ambos soltaron una sonora carcajada.
-Entonces como los de Titanic. –la siguió John. 
-No gracias, Jack no lo logra, y detesto el frío. –rechacé.
-¿Es que ninguna termina bien? –protestó, yo reí.
-¡Bueno, ya! –nos frenó Chio. – seremos como La Sirenita y el Príncipe Eric.
El silencio se adueñó del automóvil, John y yo la mirábamos perplejos. Luego estallamos en carcajadas.
-¿Qué? –se quejó Chio, quien no estaba entendiendo del todo bien.
-Se trata un ejemplo bastante infantil, eso es todo. –le explicó su novio con ternura y le beso la mano, luego la dejó para poner las dos en el volante.
-No tiene nada de malo. –continuó ella, resentida. – Por lo menos nadie se muere en esa película.
-En realidad, -comencé- A Úrsula, la bruja mala, la asesinan; y también a la madre de Ariel.
Observé con satisfacción que su cara se teñía de rojo y cómo John hacía un esfuerzo sobrehumano para no reír. Yo, por mi parte, no aguanté las carcajadas y me gané un buen golpe por parte de mi mejor amiga.
Diez o cinco minutos más tarde llegamos al lugar donde se llevaría acabo la sesión de fotos. Mi ánimo había subido considerablemente y saqué mi teléfono para mensajear a Angie y disculparme por haberme ido así de su casa. Sin embargo, cuando vi su nombre escrito en mi pantalla, todas las dudas regresaron a mí.
La muchacha me debía una larga y extensa charla. ¿Por qué sabía que John reaccionaría mal al escuchar su nombre? Tenía que conocerlo de otro lugar, sino, ¿Con qué razonamiento me había pedido que no le contara nada? Al fin y al cabo, le había mentido a mi mejor amigo, y eso era algo que detestaba hacer.
Mis dudas sobre su parecido con Miranda decidí dejarlas atrás. No era su culpa si se compartían algunas características. Como había dicho Johny, jamás lograría olvidarla, y tendría que aprender que Angie no era Miranda.    
Saludé a los chicos en cuanto llegamos. Luego ingresamos al interior y nos tomaron las fotos. Admito que me divertía con las sesiones. Por lo general trabajábamos con algunos materiales extra y resultaban muy divertidas. En uno de los descansos, pregunté:
-¿Tienen planes para esta noche?
-Saben que me encanta salir con ustedes chicos… pero… yo…- era George. Se le notaba bastante nervioso y apenado.
-Vino Mary. –afirmé. Él asintió.
-Lo siento.
-Yo no. –declaró Ringo. Todos lo observamos extrañados. Él soltó una de sus típicas carcajadas. – Dios, debieron ver sus caras. –comentó. – Lo cierto es que le he prometido una cita romántica a Sofi esta noche y… perdón, pero no lo siento.
Esa vez fue nuestro turno de reír, y John, que estaba cerca, le propinó un golpe suave en el hombro.
-Chio y yo hemos quedado. –anunció John. “¿Y cuándo no?” me pregunté internamente.
La verdad era que hace mucho no salíamos juntos o pasábamos una noche los cinco solos. Desde que habíamos abandonado el complejo donde vivíamos todos juntos en un principio, de hecho.  Intercambié una mirada con Cho, quien me entendió perfectamente. 
Volvieron a llamarnos para continuar con las fotos. Me detuve un momento y una brillante idea me iluminó. El norteamericano estaba parando unos días aquí en Londres y recordé a la amiga de Angie. Y puesto a que no tenía nada que hacer esa noche, lo llamé.
-Nosotros dos, y unas amigas. ¿Te parece?–Dije al teléfono luego de una charla divagando. Pareció satisfecho, aunque tratándose de él nunca se sabía, su carácter misterioso y retorcido no lo permitía.
-Nombres. –exigió.
-Angela y Candy.
-Deduzco que Angela es tuya ya que la mencionaste primero.
-Deduces bien, amigo. ¿Entonces? –consulté.
-Cuenta conmigo. Candy suena bien.

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