domingo, 6 de mayo de 2012

Capítulo 44


Un año y medio en el futuro, Londres

-Tienes que explicarme.–era Chio. Sus ojos marrones me miraban con una mezcla de curiosidad y disgusto.
-¿Qué cosa? –me hice el desentendido. Ella había entrado a mi camarín, donde estaba esperando a la estilista, quien había ordenado un cambio de vestuario.
-No te hagas. – me retó. - ¿Por qué tuve que mentirle a John? – yo solté un suspiro. Ni siquiera entendía bien lo que estaba pasando. ¿Cómo explicárselo a ella? –Viste su cara cuando pronunciaste ese nombre. Solo vi esa expresión una vez, y te aseguro que John no era precisamente feliz en ese momento.
-Yo tampoco acabo de comprenderlo.
-¿Quién es esta chica, Paulie?- su tono era firme.
-Se llama Angela Smith, tiene diecinueve años y va a la Universidad. –evitaba mirarla a los ojos. Entonces ella se acercó a mí y no me dejó otra que hacerlo.
-¿Qué tiene que ver con John? –preguntó.
-Sinceramente no lo sé. –respondí. – El otro día me pidió que por favor no le contara de nuestra relación. No  entendí por qué me lo pedía, tampoco lo comprendo ahora. Creí que lo conocía, al igual que le resto de los chicos, por ser parte de la banda y porque Sofi habla de nosotros todo el día. –tomé aire- Pero al parecer hay algo más; no sé qué es. –repetí.
Chio se quedó pensativa unos momentos. Y de pronto su cara adoptó una mueca de asombro e incertidumbre.
-¿Dices que es la mejor amiga de Sofia, novia de Richard?
-Sí. – sus ojos ya no me miraban, sino que se encontraban clavados en la pared sobre mí, como si allí estuvieran escritas sus siguientes palabras.
-¿Y vive aquí en Londres con su padre?
-Tienen una casa en otro lugar, pero podría decirse que sí. ¿Qué es lo que te pasa, Chio?
-Shh. – me cortó. –limítate a responder. –continuaba observando como poseída y yo comenzaba a inquietarme.   
-Conoce a John de algún lado… -pronunció en vos baja, más para sí que otra cosa. -¿Alguna vez te presentó a su familia Miranda? - ¡¿Pero qué…
-Sí, conocí a su abuela materna, su madre es fallecida.
-¿Y su padre?
-Nunca lo vi. Creo que se encontraban peleados o algo. Me estás volviendo loco, Chio.
-Una más. –acepté a regañadientes. – Con toda sinceridad. ¿Se parecen?
-Sí, -suspiré- sí lo hacen.
En ese momento la mirada de mi amiga cayó de nuevo sobre mí. No sé describir cómo me miraba, pero era una especie de miedo y agitación.
-Paul- colocó una mano en mi hombro. Parecía a punto de revelar algo terrible. – creo que sé quién es Angela Smith.
Me levanté de la silla en la que estaba sentado. Camine hasta el otro extremo del recinto. Tenía los nervios de punta.
-Es una chica común y agradable que me trae loco. –declaré. – Pareces demente. Hoy, cuando dijiste lo de Julieta, pensé en Miranda, y al instante, Angie la sustituyó en mi mente. Creo que al fin he podido enamorarme de nuevo. –las lagrimas amenazaban en el rostro de mi amiga. Yo no lograba comprenderla.
-Paul… -volvió a pronunciar con ternura. – Jamás has dejado de estar enamorado.– Afirmó- Creo, estoy casi segura, de que Angela es Miranda.  
Mi primera reacción fue reírme a carcajadas.
-Escúchate. –le espeté. – el susto que te llevaste en el coche te ha afectado. ¿Angie y Miranda la misma persona? ¡Por favor! –noté en seguida algo de temor en el rostro de Chio. Sabía que estaba actuando algo así como un lunático, pero no me importó entonces. – Miranda esta muerta. ¡MUERTA! –exclamé. Hacía gestos con las manos, me costaba un horror expresarlo en voz alta. Ahora empecé a notar yo un escozor en mis ojos. – No va a volver. No puedo creer que si quiera te atrevas a considerarlo.–mi amiga continuaba observándome muda- ¿Sabes lo que eso significaría? –Ella negó una vez, yo la miré con intensidad. – Que es una mentirosa. Y que nunca me amó. Si lo que dices fuera cierto, ella me habría abandonado de la peor de las formas. –No pude evitarlo más y las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas.- ¡Tendría que haber fingido su muerte! ¡Nos amábamos! nadie en el planeta estaría tan loco.
Sabía que había logrado asustar un poco a mi amiga. Era consiente de lo aguda que sonaba mi voz. Chio no se merecía que la tratara tan injustamente, pero más que nada, fueron mis sentimientos hacia esa posibilidad, por demás demente, de que ella continuara con vida.  No obstante, se acercó a mí y me abrazó. No hice nada, ni le correspondí, ni me quité.
-Lo siento mucho. –Pronunció.
-No vuelvas a repetirlo...

Capítulo 43


Presente, Londres. 

Estaba nerviosa, demasiadas emociones juntas. ¿Hace cuánto tiempo que no tenía mariposas en el estómago? De todas formas, más que eso, parecían una manada de elefantes. Me moría de ganas de ver a Paul, ese día lo mandaban a casa a descansar. No le permitían viajar hasta Holmes Chapel (su hogar) porque la herida de la cabeza podría abrirse debido a la presión del aire, en el avión. Asique tenía una semana de reposo y había decidido pasarla… conmigo.
Hacía más de dos meses que nos habíamos visto por última vez, en persona, es decir. Y yo planeaba destruirme. ¿Cómo comportarme entonces? ¿Debía ser fría y distante con él? ¿O todo lo contrario porque sería la última vez que estuviésemos juntos? No podía echarme hacia atrás ahora. ¿Verdad?
De repente comencé a escuchar un murmullo que creció hasta convertirse en gritos alocados, de chicas. Fans. Paul debería de estar en la entrada del complejo. Me froté las manos en mis calzas negras para quitar el sudor extra. Luego me levanté del sillón y estiré nerviosa la remera que tenía puesta. Caminé hacia el espejo de cuerpo que había en un rincón y me examiné por milésima vez aquel día.
 Cabello atado en una coleta desprolija en la base de la nuca, algunos mechones caían desalineados a los lados de mi rostro. Abundante maquillaje, aplicado estratégicamente para volver mis facciones algo más agudas. Ojos marrones, lunar, pelo rubio. Una remera larga que tapaba lo justo y necesario; era de color blanca, porque arriba tenía puesta una camisa a cuadros verdes seco y blancos, desprendida. Calzas negras y zapatos marrones de tipo militar, con tacón.
-Ya déjalo Randi, así estás perfecta. –declaró Johny, entrando desde la cocina. Ambos esperábamos por Paul en su casa y los demás miembros habían ido a buscarlo al hospital.
-Gracias. –dije sonriéndole a través del espejo. - ¿Cómo crees que se portará Paul cuando me vea? – el castaño me miró algo extrañado, pero luego abrió la boca, como si hubiera comprendido algo.
-¿Te refieras a si estará enojado contigo? –curioseó. Yo asentí con la cabeza y el soltó una carcajada. – Estás demente. –comentó. – Paul nos tiene harto de tanto decir lo mucho que te extraña y que se muere de ganas de verte.
-Pero es mi culpa. – logré pronunciar.
-No lo es. – me corrigió. – son cosas que a veces pasan. Por lo que yo sé, no me sorprendería si incluso hace bromas con respecto a esto. Algo así como que gracias a ese tipo, viniste antes de tiempo.  
Sentimos una llave girar en la cerradura y pegué un respingo, a lo que John solo sonrió. La puerta se abrió poco después y por ella pude divisarlo. Primero un trozo de su cabello despeinado perfectamente, seguidamente su rostro y por último su cuerpo. Una señora lo tomaba por el brazo, ella tenía el cabello lacio y negro, parecía bastante joven y traía una expresión de cansancio en el rostro. Detrás venían más personas, pero no llegué a divisar ninguna, porque en ese momento mis nuestros ojos se encontraron.
Sentí que todo lo demás se volvía blanco y negro, mientras que su imagen se llenaba de intenso color. No sé cómo describir la forma en la que me miraba. Era de una alegría demasiado inmensa. Me sentí perdida en ese océano verde que me resultó tan familiar, a pesar de que fueron pocos los días en que los había observado sin una pantalla de por medio.
-Miranda. –susurró él.
Paul se soltó del brazo de la señora y avanzó hasta mí. Me tomó fuertemente de la cintura y no hizo falta que me levantara para que yo le rodeara el cuello con los brazos. Benditos tacones. Hundió su rostro en el hueco que forma el cuello y el hombro, y lo mismo hice yo. Por unos segundos me sentí completa. Feliz. Tenía a Paul entre mis brazos, sentía sus manos firmemente ceñidas a mi cintura.  Las palabras sobraban en ese momento, era demasiado mágico… y entonces recordé que no duraría. Que solo contaba con dos semanas y después todo sería historia, porque Miranda Kane ya no existiría.
Las lágrimas comenzaron a caer silenciosas por mi mejilla, incontrolables. No fue hasta que empapé su remera cuando se dio verdadera cuenta y levantó la cabeza. Soltó una de sus manos y se separó un poco de mí. Con el dedo levantó mi barbilla y me hizo mirarlo fijo a los ojos. La habitación se encontraba estática, o yo en mi propia burbuja. Movió su dedo desde mi mentón hasta la mejilla, y con el pulgar limpió mis lágrimas. Cerró los ojos, gesto que imité, y en la negrura, sentí sus labios posarse sobre los míos. 

miércoles, 2 de mayo de 2012

Capítulo 42


Un año y medio en el futuro, Londres.

-Es decir que temes que solo te guste porque te recuerda a ella. ¿Entendí bien? –consultó mi amiga.
-Es exacto lo que siento. –afirmé.
-¿Cómo dijiste que se llamaba? –consultó Johny.
-Angie.
Al instante John pegó un volantazo muy violento que casi nos causa la muerte.

-¡John! –chilló Chio, alarmada por la brusca maniobra. Tenía una mano sobre el pecho y respiraba agitadamente.
Mi amigo retomó en seguida el control del vehículo, pero noté que aún así apretaba demasiado el volante. Tanto, que los nudillos de sus manos se habían puesto blancos. Llevaba el entrecejo fruncido y la mandíbula apretada. Ni siquiera se había disculpado con nosotros, cosa que, tratándose de John, era grave.
-¿Angie, cuánto?- fue más una exigencia que una pregunta.
Entonces un recuerdo llegó a mi mente.
“No le cuentes nada a John.”
“No lo haré”.
¿Era posible que ella supiera la reacción que mi amigo tendría? Cuando le prometí que no diría nada, solo intentaba que dejara de llorar; pero ahora, de un modo retorcido, intuí que tenía razón. John no debía enterarse, al menos por el momento. Y yo le había dado mi palabra.
-¡Respóndeme, Paul! ¡Maldita sea! –fue la confirmación que necesitaba. Tenía el presentimiento de que su reacción no sería favorable, y no pensaba decirlo mientras él fuera el conductor.
-¡Young! –Solté lo primero que se me vino a la mente- Angela Young .
Chio me miró extrañada a través del espejo del auto. Ella sabía el verdadero apellido. Sus tíos vivían en el mismo lugar en que Angie tenía su casa. Un pueblo cerca de la capital. Claro que venía constantemente a Londres por la Universidad. Solía quedarse en su departamento, y, cuando su padre no estaba, en el de Sofi.
John todavía tenía el semblante serio. Si no lo conociera, pensaría que se encontraba en perfectas condiciones; pero era mi mejor amigo, y sabía distinguir cuando algo lo preocupaba tanto que alcanzaba el punto de dejarle mudo.
-¿Verdad, Chio? –La aludida me miró con ojos desorbitados. Tenía perfectamente asumida su incapacidad de mentir, tanto por ser una pésima actriz que por aborrecer la idea. No obstante, si existía alguien en el mundo en quien John confiara ciegamente, esa era su novia.
-Exacto. –dijo poco convencida. El castaño levantó una ceja. Yo le eché una mirada para que se esforzara un poco más. –La conocí cuando me quedé en lo de mis tíos. ¿Recuerdas, en la última gira nacional? –John asintió una vez. Gracias a Dios nuestra ruta estaba bastante transitada, y eso le impedía posar los ojos en Chio. Ella, si bien hablaba con voz firme, tenía las facciones bastante distorsionadas.  – Ahora vino a Londres por la Universidad, asique decidí presentarle a Paul. Me pareció que le sentaría bien una Julieta a nuestro Romeo. ¿No crees?
Me quedé estático esperando la devolución. Luego de unos segundos, John suspiró y todo su cuerpo se relajó. Esbozó una pequeña sonrisa.
-Suena estupendo. –miró a su novia, pero esta se encontraba con el rostro vuelto hacia la ventanilla. De seguro intentaba serenarse. Él la tomó de la mano. Casi pude escuchar su corazón dar un vuelco y, a pesar de que su largo cabello marrón la ocultaba, supe que sus mejillas se sonrojaron. – De todas formas no encontrarás mejor Julieta que Chio. –yo me carcajeé por lo bajo. Estos dos eran auténticos tórtolos.
-No busco una. Los dos se mueren antes de los veinte. –aclaré. Ambos soltaron una sonora carcajada.
-Entonces como los de Titanic. –la siguió John. 
-No gracias, Jack no lo logra, y detesto el frío. –rechacé.
-¿Es que ninguna termina bien? –protestó, yo reí.
-¡Bueno, ya! –nos frenó Chio. – seremos como La Sirenita y el Príncipe Eric.
El silencio se adueñó del automóvil, John y yo la mirábamos perplejos. Luego estallamos en carcajadas.
-¿Qué? –se quejó Chio, quien no estaba entendiendo del todo bien.
-Se trata un ejemplo bastante infantil, eso es todo. –le explicó su novio con ternura y le beso la mano, luego la dejó para poner las dos en el volante.
-No tiene nada de malo. –continuó ella, resentida. – Por lo menos nadie se muere en esa película.
-En realidad, -comencé- A Úrsula, la bruja mala, la asesinan; y también a la madre de Ariel.
Observé con satisfacción que su cara se teñía de rojo y cómo John hacía un esfuerzo sobrehumano para no reír. Yo, por mi parte, no aguanté las carcajadas y me gané un buen golpe por parte de mi mejor amiga.
Diez o cinco minutos más tarde llegamos al lugar donde se llevaría acabo la sesión de fotos. Mi ánimo había subido considerablemente y saqué mi teléfono para mensajear a Angie y disculparme por haberme ido así de su casa. Sin embargo, cuando vi su nombre escrito en mi pantalla, todas las dudas regresaron a mí.
La muchacha me debía una larga y extensa charla. ¿Por qué sabía que John reaccionaría mal al escuchar su nombre? Tenía que conocerlo de otro lugar, sino, ¿Con qué razonamiento me había pedido que no le contara nada? Al fin y al cabo, le había mentido a mi mejor amigo, y eso era algo que detestaba hacer.
Mis dudas sobre su parecido con Miranda decidí dejarlas atrás. No era su culpa si se compartían algunas características. Como había dicho Johny, jamás lograría olvidarla, y tendría que aprender que Angie no era Miranda.    
Saludé a los chicos en cuanto llegamos. Luego ingresamos al interior y nos tomaron las fotos. Admito que me divertía con las sesiones. Por lo general trabajábamos con algunos materiales extra y resultaban muy divertidas. En uno de los descansos, pregunté:
-¿Tienen planes para esta noche?
-Saben que me encanta salir con ustedes chicos… pero… yo…- era George. Se le notaba bastante nervioso y apenado.
-Vino Mary. –afirmé. Él asintió.
-Lo siento.
-Yo no. –declaró Ringo. Todos lo observamos extrañados. Él soltó una de sus típicas carcajadas. – Dios, debieron ver sus caras. –comentó. – Lo cierto es que le he prometido una cita romántica a Sofi esta noche y… perdón, pero no lo siento.
Esa vez fue nuestro turno de reír, y John, que estaba cerca, le propinó un golpe suave en el hombro.
-Chio y yo hemos quedado. –anunció John. “¿Y cuándo no?” me pregunté internamente.
La verdad era que hace mucho no salíamos juntos o pasábamos una noche los cinco solos. Desde que habíamos abandonado el complejo donde vivíamos todos juntos en un principio, de hecho.  Intercambié una mirada con Cho, quien me entendió perfectamente. 
Volvieron a llamarnos para continuar con las fotos. Me detuve un momento y una brillante idea me iluminó. El norteamericano estaba parando unos días aquí en Londres y recordé a la amiga de Angie. Y puesto a que no tenía nada que hacer esa noche, lo llamé.
-Nosotros dos, y unas amigas. ¿Te parece?–Dije al teléfono luego de una charla divagando. Pareció satisfecho, aunque tratándose de él nunca se sabía, su carácter misterioso y retorcido no lo permitía.
-Nombres. –exigió.
-Angela y Candy.
-Deduzco que Angela es tuya ya que la mencionaste primero.
-Deduces bien, amigo. ¿Entonces? –consulté.
-Cuenta conmigo. Candy suena bien.