sábado, 28 de julio de 2012

Capítulo 48 (parte 3/3)


-No estabas pensando en mí, Angela. –aclaró, cada palabra nueva acentuaba la determinación en su rostro. –Solo te importaba tu propia seguridad. Y creo que podría haberte entendido si las cosas hubieran empezado el mismo día de hoy. No quiero que te culpes por la muerte de tu madre o mi tonto accidente. Pero no logro entender por qué me mentiste ahora. No eres la única que sufrió este año y medio. Yo la he pasado horrible, ni te imaginas John y Ringo.
De acuerdo, ahora estaba siendo cruel. ¿Marcarme mis faltas?
-Fui egoísta. –dije.- Me dio miedo cómo reaccionarías. Te necesitaba, me di cuenta de ello en el minuto en que las imágenes del avión destrozado aparecieron en pantalla. –me sinceré. –No sé por qué, pero el destino quiso unirnos de nuevo.  De repente te tenía de vuelta. – Hice un esfuerzo para no llorar- Supongo que fui una ingenua pensando que jamás debería contarte nada, que mis errores quedarían en el olvido.
-Tienes razón. –fue lo único que él dijo. Yo esperé, sabía que estaba evaluando la situación. – Creo que nos amábamos lo suficiente como para que me lo hubieras explicado. –Dijo por fin. Mi corazón se aceleró. ¿Es que había dicho amábamos?
-Te perdí una vez. –casi le supliqué. – Me dio miedo que volviera a pasar. – el negó con una sonrisa triste y, al fin, una lágrima resbaló por su mejilla.
-No lo entiendes. –dijo en un tono de voz alto, sin titubear. Yo me sentía la personificación de la angustia e incertidumbre. – Sí lo hizo.
-¿Qué? –pregunté confundida. Me negaba a interpretar sus palabras.
-Me perdiste otra vez. 
Y con aquellas palabras se dio la vuelta y salió cerrando la puerta tras de sí.  
Yo me quedé estática. Unos segundos después, mi cuerpo volvió a reaccionar, aunque mi mente no entendía muy bien lo que estaba haciendo. Volví a ser consciente del papel que estrujaba entre mis dedos. Abrí la puerta de un tirón y me metí derecha al otro ascensor, el cual, gracias al cielo, se hallaba en mi piso. Llegué a la planta baja justo cuando sus cabello desaparecían tras la puerta de la entrada.  Corrí sin detenerme y con manos temblorosas introduje la llave. Luego salí a la vereda.
-¡PAUL! –lo llamé con desesperación. Él se dio la vuelta y me acerqué hasta donde estaba. – Por favor, quédate esto. –le supliqué. El muchacho observó el papel con desconfianza. Tomé su muñeca firmemente y con la otra mano deposité Blowin in the wind hecha un bollito sobre su palma. Le cerré los dedos.
 Ninguno decía nada. La luz del sol se había extinto  y unos nubarrones negros cubrían todo el cielo. Cayó una primera gota, justo sobre nuestras manos. Ésta actuó como una especie de activador y el muchacho volvió a librarse de mí. Se alejó caminado mientras la lluvia comenzaba a mojar sus cabellos y la espalda de su jersey. Esperé hasta perderlo de vista y luego, abatida, regresé al interior. Tomé las escaleras y me derrumbé en el sillón en cuanto crucé el umbral de mi casa. Dejé que las lágrimas salieran. Se habían acabado esos extraños días de sol.

Un ruido fuerte comenzó a molestarme. Abrí los ojos para descubrir qué era. Me había quedado dormida después de empapar casi todos los almohadones y no sabía si había trascurrido un minuto, tres horas o toda la noche.
Al fin encontré mi celular. Tenía cuatro llamadas perdidas de Sofi y dos de Candy. ¿Qué domonios… me pregunté. Marqué el número de la castaña. Ella contestó al primer pitido.
-Sofi. –dije con la voz ronca.
-Angie -contestó ella con el mismo tono. Me asusté. ¿Qué habría pasado?
-¿Está todo bien? –la oí ahogar un sollozo del otro lado.
-No.- respondió mi amiga. –Es-su voz se entrecortó- es John. Paul se fue de casa en la tarde y todavía no había regresado, asique nos avisó a todos y salimos a buscarlo.-tomó aire- Los demás ya saben lo de Miranda. –me comunicó. Golpe duro. Una cosa era Paul, ¿Qué haría con el resto? Preferí dejar eso aparte y concentrarme en el que había sido mi mejor amigo.
-Aun no me cuentas lo de John. –avisé.
-Lo atropellaron, Angie. –informó, y luego se largó a llorar.
Las emociones me abandonaron en ese momento. Solo algo tenía claro: debía ayudar, no podía huir de ello, como Paul muy bien dijo que hacía. Obligué a Sofi a darme la dirección del hospital –porque seguro que estaba allí- y, con una determinación desconocida hasta el momento, hice acopio de fuerzas. Llamé un taxi y abandoné mi hogar, todavía con la canción reproduciéndose de fondo. 

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